El Gobierno de Santa Fe acaba de decretar la emergencia agropecuaria por sequía. En el 2019 lo hizo por inundaciones: los periódicos informaban que el norte provincial (zona super deforestada) era un mar.
Inundaciones y sequías son ciclos cada vez más recurrentes e intensos. Casi siempre se toman como castigos bíblicos y no se analizan como lo que son: consecuencias -no causas- del modelo productivo agrario que padece la argentina. Dije bien, padece. Y lo digo porque la principal característica de la depredación ambiental (que se hace en nombre de la producción y tiene por objetivo el volumen) se produce en áreas geográficas determinadas, pero sus efectos son universales. Esto ya debería ser comprendido por los citadinos, que se derriten como chicharras. Calor, deforestaciones, inundaciones, volúmenes productivos, migraciones, cáncer, precios de los alimentos, irracionalidad logística, accidentes viales, la soberanía del Paraná, los puertos privados, etc. son todos rayos de la misma rueda. El responsable de estas y otras calamidades no es otro que el modelo agrícola al que adscribió la Argentina a partir de la década del noventa, y hemos denominado: monocultivo de soja inducido con concentración de tierras y rentas.
El gran logro comunicacional de la derecha neoliberal agraria es presentar “ese” modelo productivo como ultra exitoso y sin contraindicaciones; transmitiendo que los “problemones” que genera no son su responsabilidad. Nunca se vincula el uso y tenencia de la tierra con los desastres que crea el monocultivo y son astillas del mismo palo. Lo único que se valora y tiene padre son las retenciones, las contrariedades son guachas. Dicho sea de paso, los sojeros se pasan todo el tiempo facturando al conjunto de la sociedad su contribución impositiva. Que solo se mire la cuenta fiscal que produce la oleaginosa y nunca lo que destruye para llegar a ese número, es un gran triunfo cultural de la derecha.
Ahora bien, ¿cómo se mide un “modelo” agrícola? El neoliberalismo agrario tiene diseñado y muy bien comunicado un conjunto de parámetros teóricos basado exclusivamente en el volumen productivo, sin rostro humano. Modelo al que el campo nacional y popular, ya sea por pereza intelectual o por desidia política, ha hecho propio a la hora de analizar el sector. Al neoliberalismo agrario no le interesa el productor, ni el tamaño de las explotaciones, solo le preocupa el volumen, todo lo mide a partir de él; para la derecha es un valor absoluto.
Al volumen hay que interrogarlo, no podemos admitirlo como única fórmula de la “felicidad agraria”. No es lo mismo un volumen hecho por miles de agricultores de carne y hueso que por un puñado de mega empresas integradas verticalmente. No es lo mismo un volumen diversificado en productos, que uno hecho por un solo cultivo; no es lo mismo un volumen conquistado sobre tierra deforestada que sobre planicies aptas; no es lo mismo un volumen industrializado que a granel. A la medición del modelo hay que incorporarle el daño ecológico, el impacto en la salud pública o los gastos innecesarios que ocasiona en logística. También debe ponderarse la contribución que hace a la soberanía y seguridad alimentaria de la Nación. Un modelo de medición agraria al servicio del campo nacional y popular debe integrar todos esos ítems, más el de sentido común productivo, con orientación social. Este se construye a partir de combinar volumen, diversificación y rostro humano, con medio ambiente y sociedad. Son cuestiones que la derecha jamás mide ni pondera.
Cuando nos dicen que el kirchnerismo no entiende el campo, lo que en realidad significa es que medimos (o lo intentamos) con otra vara y aspiramos a otros resultados. No calculamos con la lógica económica de una burguesía intermediaria (no confundir con nacional) compuesta por mega productores, importadoras de insumos, y exportadoras a los que solo importan sus balances. Nosotros medimos la agricultura con un metro donde entra la gente de a pie, que es la que consume.
Debemos dejar de evaluar la agricultura con la vara prestada por la derecha y desarrollar nuestros propios instrumentos de análisis. Es un esfuerzo teórico que es urgente e imprescindible hacer y debe ser: “ni copia ni calco, sino creación heroica”.
Esta lucha es parte central de la batalla cultural. Y es teórica y práctica; no se cambia un modelo productivo de la noche a la mañana, ni dictando una ley. No solo es “ganar la cabeza” del pueblo, sino enseñar a los productores a sembrar de otra manera y a nuestros dirigentes que banquen y no se dejen seducir por la derecha agraria. La agricultura, es decir los alimentos, cómo se hace y quién la hace es una cuestión ideológica y no podemos dejar que la derecha la mida y nos la cuenta como a ellos les conviene. Hay que urbanizar el debate rural e incorporarlo a la lucha política…Salud y cosechas.