Desde Londres
Las aguas están cada vez más revueltas entre los conservadores. Nadie quiere a Boris Johnson entre la inmensa mayoría de sus diputados y, con la presumible excepción de su esposa Carrie y algunos aliados u oportunistas, el resto está esperando el momento adecuado para asestar el golpe definitivo a fin de que los sustituyan al mando del Titanic.
Algunos diputados son más explícitos, otros más reservados. En su formato más transparente de amor-odio, el ex ministro y ex candidato a líder conservador, David Davies, fue contundente el miércoles en la Cámara de los Comunes: "in the name of god, just go" Como si hubiera abierto de par en par una puerta entornada, otros diputados conservadores empezaron a inundar los medios con expresiones apenas menos explícitas.
Entre los heridos y despechados, pero que mantienen la lealtad a la familia, está el ex ministro Roy Stewart. “Los británicos han sabido durante décadas que es desorganizado, que traiciona casi todas las promesas que hace. Es perturbador que aún así lo hayan elegido cuando todos sabían que era un mentiroso”, declaró este viernes a Sky TV.
Un caso más extremo y por ahora solitario es el de Christian Wakeford, diputado por Burly South, que decidió abandonar el barco antes que se hunda. El mismo "miércoles negro", Wakeford anunció que iba a "cross the floor", a cruzar de la bancada conservadora a la laborista. El tema no era solo el escándalo o las mentiras de Johnson. Con los conservadores en 2019 Wakeford había ganado en su zona electoral por una diferencia de 407 votos: con el Partygate de fondo no tenía ninguna chance de mantener el escaño.
To go or not to go
En el CV de Johnson figura que fue despedido dos veces de su trabajo por deshonestidad. La primera vez, durante su carrera como periodista en los 90, cuando inventó una cita en un artículo. La segunda, cuando como portavoz de la entonces oposición conservadora, le mintió al líder partidario, Michael Howard, sobre un “affaire” consumado en su oficina en la cámara de los comunes.
En los medios su nombre ha estado en los titulares de una larga lista de escándalos personales o políticos. Vox populi es que ni él mismo sabe cuántos hijos tiene. A pesar de todo eso ganó cómodamente la elección interna para reemplazar a Theresa May en 2019 al frente del partido y unos meses después arrasó en las nacionales (43,6 por ciento de los votos).
A muchos británicos parecía caerle bien esa falibilidad “humana” del primer ministro que muchas veces hablaba como un amiguete de tragos en el pub más que como un pomposo e hipócrita pregonador de virtudes públicas no practicadas en la vida privada, percepción que existe de muchos políticos.
Otro cantar es mentir al parlamento en plena pandemia, reiterar durante semanas que no había habido fiestas en 10 Downing Street y que toda reunión que hubiera existido había respetado las reglas del confinamiento, sustituir eso por un “en todo caso yo no sabía”, para finalmente, hace solo unos 10 días, pedir disculpas a la Cámara admitiendo que había estado en una de las reuniones, pero que no había mentido porque en realidad había pensado (a pesar de los vasos, el gin and tonic, el vino y los canapés y las risas), que era una “reunión de trabajo”.
Nadie le creyó en el parlamento, en los medios, en la población. Hay un creciente consenso en que Johnson debería renunciar por violar el código parlamentario que prohíbe a los ministros “to mislead parliament". El verbo “mislead” abarca la idea de mentir, engañar, despistar y decir verdades a medias. La conducta de Johnson desde que empezó el escándalo a fines de noviembre cubre todas estas posibilidades. Y la pena es clara: la renuncia.
Los látigos (whips) de Johnson
La reacción de Johnson y su mini-corte de aliados ha variado entre la negación, el “borrón y cuenta nueva” y la amenaza semi-mafiosa a la británica. El sistema parlamentario funciona con una dinámica muy británica, vinculada a la disciplina victoriana y la cacería de zorros, tanto que a los encargados de mantener el orden dentro de las propias filas los llaman los “whip” (los látigos). Estos “látigos”, que se emplean para azotar a propios y no a ajenos, amenazaron al diputado Wakeford cuando aún era conservador. Según contó el mismo diputado, los látigos se le habían acercado en los pasillos de la Cámara de los Comunes para advertirle que si no votaba a favor del gobierno le retirarían los fondos que le tenían que entregar para una nueva escuela de su zona electoral.
Es más o menos lo que confirman una docena de diputados tories de la flamante camada que ingresó a la Cámara de los Comunes en 2019 gracias a la rotunda victoria electoral de Johnson.
El primer ministro dijo que no había visto “ninguna prueba” de esta conducta de los látigos, aunque es cierto que pronto lo van a apodar el ciego porque tampoco vio las fiestas a las que iba. Su ministro de negocios, Kwasi Kwarteng, reconoció que esas denuncias debían ser investigadas. “Es inaceptable cualquier forma de extorsión o intimidación. Hay que investigar esto, llegar al fondo del asunto. Pero me parece extremadamente improbable que algo así haya sucedido”, dijo.
Con el nombre en reserva, un diputado conservador le explicó al diario The Guardian cómo funcionaba este sistema de extorsión gubernamental. “No es solo con los fondos para la zona electoral que representan los parlamentarios. Es con la técnica del rumor, las cosas personales, los “affaires”. Pueden usarse acusaciones más graves de corrupción o malversación, pero también ligeras violaciones del código de conducta que rige para los diputados”, dijo.
Hombre de familia
En su libro “The political animal”, el célebre periodista de la BBC Jeremy Paxman denunció la existencia de un lugar secreto de los conservadores donde se le enseñaba material comprometedor a los diputados rebeldes del propio partido. Según Paxman, un “hombre de familia” que quiso votar en contra del gobierno, se vio en fotos desnudo y rodeado de mujeres tan desnudas como él. “Le pasaron un sobre. Lo abrió, empalideció y pasó el resto de su carrera haciendo lo que le decían”, escribió Paxman. ¿Suena familiar?
Curiosamente tampoco los laboristas de Keir Starmer quieren que Boris Johnson se vaya. Con el primer ministro les está yendo muy bien. Antes de que comenzara el escándalos del Partygate a fines de noviembre, andaban cabeza a cabeza o un poco detrás de los Tories en las encuestas. Esta semana le sacan más de 10 puntos. Cuanto más se acerquen a las próximas elecciones en 2024 con el flequilludo a la cabeza, mejor para ellos.
La táctica es pedir su renuncia porque como oposición no les queda más remedio y esperar la erosión de cada día, de cada hora, de cada semana. El 5 de mayo hay elecciones locales y los laboristas calculan que van a arrasar en las urnas porque el primer ministro va a seguir enterrando a todo el Partido Conservador en el barro del Partygate.
En cuanto a la suerte inmediata de Johnson mucho dependerá del informe que se dará a conocer esta semana a cargo de la funcionaria de carrera Sue Gray. Si el informe sobre el Partygate es lapidario, muchos diputados indecisos se verán forzados a escribir a Graham Brady, presidente del poderoso bloque 1922 (diputados conservadores sin responsabilidad de gobierno), diciendo que le retiran su confianza al primer ministro y exigen su reemplazo como líder partidario.
El incierto futuro
La suma de 54 cartas dispara la elección interna de líder conservador, pero no bastan para sacarle la corona. Boris Johnson deberá medirse con uno o más aspirantes en una primera ronda de votación. Si no consigue la mitad más uno de la bancada parlamentaria – 180 de los 359 diputados – el primer ministro quedará eliminado y se abrirá una nueva ronda electoral interna para encontrarle un sustituto.
Los dos grandes candidatos han mantenido un apoyo táctico al primer ministro para no quedar como los Brutus de la tragedia hiriendo sus propias chances, pero también por un cálculo político: que Johnson cargue con todas las malarias que se vienen (creciente inflación y desempleo, aumento del costo de la vida, evidencia creciente del desastre que fue el Brexit). La canciller Liz Truss es una de las grandes aliadas de Johnson en el tema Brexit, parte del ala más dura y nacionalista del gabinete, muy popular con los militantes del partido Conservador. El ministro de finanzas Rishi Sunak es un multimillonario hijo de inmigrantes indios que sueña con bajar los impuestos, pero que se mueve con mayor pragmatismo en lo político-diplomático.
Así las cosas Boris Johnson podría parafrasear al neo-conservador ex ministro de defensa de Estados Unidos Donald Rumsfeld, a cargo de la invasión a Irak en 2003, cuando en un momento de iluminación budista sobre la guerra resumió la situación de la siguiente manera. “Hay cosas que sabemos que sabemos. Hay cosas que sabemos que no sabemos. Pero también hay cosas que no sabemos que no sabemos. Si uno mira en la historia de nuestro país y del mundo libre, estas últimas tienden a ser las más difíciles."