Tenía 91 años y quizás por el cariño que se le profesaba, parecía inmortal. Osvaldo Peredo compartió tablas con Goyeneche, Morán, Florio y Nelly Omar, entre otras figuras legendarias del tango, pero la generación actual lo recuerda como uno de los cantores emblemáticos del mítico Boliche de Roberto, entre fines de los ’90 y comienzos de este siglo. Allí se transformó en referente para una generación de chicas y pibes cantores que asomaban al tango. Muchos lo consideran un puente entre los ecos de una edad dorada perdida y un futuro que por entonces recién germinaba. Para cuando la generación (o generaciones) actuales del tango ya se había consolidado, él seguía siendo parte. Músicos que tenían 60 años menos que él lo invitaban al escenario, lo reconocían y lo mimaban. Y el público lo adoraba. Peredo falleció este lunes a la madrugada. Venía golpeado por una enfermedad brava, que se le metió de queruza y se reveló demasiado tarde. Una neumonía terminó de callarlo. Ahora lo despide la escena que apadrinó con su voz trajinada.
Peredo nació en Boedo en 1930. A los 20 recorrió los barrios porteños cantando en Zacanino, una orquesta de Pompeya, pero eso se cortó pronto, porque además de cantor, Osvaldo era jugador de fútbol. De San Lorenzo de Almagro pasó al Sporting de Barranquilla. La pelota lo llevó a Colombia, pero tras una breve carrera colgó los botines y aceptó su destino de micrófonos. Se instaló en Medellín para volver al tango. Allí actuó en teatro, televisión, radio, bares y grabó para distintas compañías. En YouTube queda alguno de esos registros y es curioso encontrarse con la voz de un Peredo joven, vigoroso, limpia de rasposidades, pero ya con muchos de los yeites y gestos en el fraseo que enamoraron porteños de este siglo. Los años que van del ’55 al ’70 son más modestos en lo artístico, repartidos entre Venezuela, como invitado de distintas orquestas, y la Argentina, con Ricardo Martínez.
En los ’70 llegaron, sí, las grandes figuras, pero así todo Peredo nunca fue una figura de primera línea en su juventud. El brillo le llegó, paradójicamente, con los años más opacos del género. Lejos de las voces engoladas que proliferaron en los ’80 y la cosa acartonada que impuso Grandes valores, el cantar de Peredo era dulce y sencillo. Era sentido, sin necesidar de ser melodramático. Era una voz gastada por la experiencia, pero no estaba rota. Y era, sobre todo, genuina. Peredo no hacía de cantor: era cantor. Tampoco sobreactuaba sus interpretaciones. Cuando le tocaba hablar tampoco ostentaba. Un poco hasta parecía sorprendido por el cariño que le prodigaban los pibes. Pero esa devoción no puede sorprender. De los artistas de su edad, era el que más los conocía. Otros de su edad, o incluso menos, hablan de “nuevas figuras” refiriéndose a gente de 50 y largos 60. Él destacaba a los de 30, año más, año menos. El sitio Fractura Expuesta recuerda una declaración de Osvaldo en la que aseguraba que “es importante darle el paso a los jóvenes, que pinten esta Buenos Aires de ahora”.
Su figura calzaba naturalmente en los escenarios más diversos. Podía agarrar el micrófono en una milonga, tomar la calle en Teatro El Popular, conquistar un teatro repleto en Mar del Plata o ganarse una ovación en el Club Cultural Matienzo. El escenario que lo consagró, sin embargo, fue el del Boliche de Roberto, un bar de estatura mítica donde se congregaban a beber y cantar artistas incipientes, en noches de recalada eterna. El repertorio de esos años Peredo lo registró en dos discos: Tango (2007) y Osvaldo Peredo con la Orquesta Típica Almagro (2013).
En los últimos años participó como invitado en muchos discos de colegas más jóvenes (ahí están, por ejemplo, sus hermosos registros junto a Amores Tangos). Pero también había lanzado cuatro discos que lo ponían en tapa. El más reciente acababa de salir. Se llamaba El cantor y lo reunió con los guitarristas Juan Martínez, Felipe Traine y Javier Sánchez, para cantar unas composiciones del propio Sánchez. En 2016 grabó junto a Gabriela Novaro Berretín. En 2017 En vivo en Uruguay junto a la Orquesta Victoria, y en 2018 Ocho canciones de amor, junto a Lucas Furno y Hugo Hoffman, donde, entre otros clásicos, hay una muy buena versión de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”. En su vida hizo eso. Peredo le ofreció su corazón a los jóvenes que se acercaban al tango y, afortunadamente, le siguieron el compás. Ahora queda su legado, mil fotos suyas en las redes sociales y una noche de silencio.