Desde Londres
Partamos de una premisa. Rechazo que un gobierno que exige el confinamiento a su población en la pandemia no aplique las reglas con el mismo rigor que las demanda. Muchos gobiernos se han visto sumergidos en esta contradicción y casi todos los ciudadanos hemos cometido algún pecadillo menor respecto en el cumplimiento de las reglas. Humano, pero reprobable. Sin embargo hay que diferenciar. No todo es lo mismo. No son todos lo mismo.
En los comentarios que he leído y escuchado sobre el Party Gate de Boris Johnson aparece con frecuencia una equiparación entre lo sucedido en el Reino Unido y lo que pasó en Argentina con Alberto Fernández y la infausta fiesta de cumpleaños de Fabiola Yañez, la primera dama. Encuentro reprobable la presencia del presidente, reprobable el hecho en sí, pero a la hora de comparar con lo que pasa en otras partes del mundo todos deberíamos saber (en eso coinciden Freud y Marx) que lo cuantitativo produce un impacto en lo cualitativo. No es lo mismo un hecho aislado que una multitud: el número afecta la evaluación.
Las fiestas de Boris Johnson
Empecemos por los hechos conocidos. A Johnson lo investigan por 16 fiestas individualizadas, es decir que tienen la fecha, cantidad y nombre de invitados, la época del covid en que sucedieron, en qué etapa de confinamiento estaba el Reino Unido. El 15 de mayo de 2020, con 47.535 muertos por Coronavirus, hubo una “reunión de trabajo” en el jardín de 10 Downing Street de unas 20 personas que tomaban vino y comían queso, entre ellos Boris Johnson, su mujer Carrie, el hijo recién nacido de ambos, su entonces "cerebro" Dominic Cummings y otros secretarios y asesores. Cinco días más tarde, con la población todavía confinada y dos mil muertos más, hubo otra fiesta en el mismo jardín con más de 40 invitados de los 100 a los que se habían cursado invitación (están los mails enviados por el secretario de Johnson). El primer ministro estuvo en el jardín unos 25 minutos convencido de que era una reunión de trabajo a pesar del vino, el gin and tonic, a pesar de los canapés y las carcajadas. A estos eventos se suman las famosas “fiestas informales de todos los viernes” que si uno asume que ocurrieron con perfecta regularidad durante estos dos años de pandemia, sumarían unas 100 fiestas más a la lista final. Hay otras reuniones reveladas o rumoreadas, otros cumpleaños, otras partidas de algún funcionario. Aparentemente la investigación encabezada por Sue Gray tiene también en la mira dos o tres encuentros en el piso de arriba de la residencia oficial que ocupa la familia del primer ministro y al que habían llegado numerosas visitas contraviniendo las reglas: si se suma todo estamos hablando de probablemente unos 130 eventos, más o menos dos fiestas por semana. Se puede decir que en plena pandemia 10 Downing Street hacía “moonlighting” (tener un empleo nocturno adicional): gobernaba el país durante el día, organizaba eventos sociales y “drinks” por la noche.
Las diferencias entre Argentina y el Reino Unido
En Argentina, está la fiesta de Fabiola, algunos rumores de eventos que se disolvieron en días o semanas, la fiesta de la oposición de Elisa Carrió y dos o tres reuniones más sospechadas o inventadas o rumoreadas. Si comparamos las dos sociedades las cosas cambian. En Argentina hubo expresiones de desobediencia y la oposición organizó manifestaciones en pleno pico de la pandemia.
Es posible deducir que a título individual hubo muchas violaciones del confinamiento, sea como pecadillo venial o pragmático, sea como pecado deliberado, quasi mortal (fiestas clandestinas, viajes al extranjero sin tomar recaudos al regreso, etc). No es que los británicos del Hooliganismo fueran un modelo de conducta social. Hubo los famosos “rave”, hubo casos individuales que no respetaron la prohibición de desplazarse de una zona (entre ellos, en un viaje de familia, el cerebro del Brexit Dominic Cummings) y hubo manifestaciones de los anti-vacuna, pero jamás hubo (toco madera) una política deliberada impulsada por la oposición o los medios o la misma opinión pública para hacer fracasar al gobierno en este tema de salud pública que afectaba directamente la supervivencia personal y de las familias. Críticas sí. La oposición hacía prevalecer el criterio sanitario sobre el impacto económico mientras que en los argumentos y decisiones oficiales tenía más peso el bolsillo, pero ambas partes comprendían que se estaba en una emergencia nacional. En Argentina eso solo pasó en los primeros meses de confinamiento. Con diferencias, con chicanas, con maniobras de unos y otros, en el Reino Unido sigue predominando la necesidad de buscar consensos en la diferencia. Este mes el laborismo apoyó el levantamiento de las restricciones “siempre que la ciencia lo respalde”.
Acá hay dos temas de fondo. Una vez aprendí del maestro Mario Wainfeld en su libro “Kirchner, el tipo que supo”, algo que me ayudó a ser más tolerante con los que gobiernan. No cabe duda que hay gobernantes corruptos, soberbios, psicópatas, mentirosos e incompetentes, pero también es cierto que hay muchos que entran en política por sus ideas y no por sus intereses (acompañados eso sí de una inevitable cuota de narcisismo y voluntad de competencia y poder).
Las ideas y programas políticos no existen en el aire. Para transformar un país o al menos evitar que se deslice a la decadencia o la catástrofe, requieren un aparato estatal en buenas condiciones. El problema de los mandatarios es que tienen que tomar decisiones en tiempo real con información incompleta o casi inexistente de temas que domina superficialmente o de los que ni tienen idea (la pandemia es el mejor ejemplo), sin poder medir las consecuencias que tendrán esas decisiones y sufriendo el inevitable rechazo de una parte de la población que piensa distinto. En Argentina este rechazo se profundiza hasta el borde del abismo con la grieta de fondo y las redes sociales de orquesta.
En el Reino Unido, si hubiera habido solo una fiesta, la totalmente inverosímil excusa (“estuve solo 25 minutos, pensé que era una reunión de trabajo”) hubiera tenido un impacto, pero se habría disuelto con los días. Cuando se le agrega el insólito número de fiestas, cuando dos de las “reuniones” ocurrieron en vísperas de esa imagen que conmovió hasta a los republicanos de la Reina Isabel II sola y con barbijo en la ceremonia religiosa por la muerte de su marido, el príncipe Felipe, el tema cambia, el escándalo se vuelve institucional. El número total es tan imponente que desborda el reino de la casualidad o el error, del descuido o el desliz.
Una segunda consideración requiere que parafrasee (como pueda) al gran Norberto Bobbio y su libro “Estado, gobierno, y sociedad”. A la hora de evaluar un período o coyuntura o acción gubernamental (la pandemia, la negociación con el FMI o el fútbol por TV), Bobbio aconseja contemplar estos tres niveles y sus interacciones. Todo gobierno es elegido con un determinado proyecto y programa que solo puede llevar a cabo si cuenta con un estado y una sociedad adecuadas. El programa de salud o educación no solo depende de las ideas del gobierno sino del aparato del Estado realmente existente, de los recursos materiales y humanos que haya acumulado para concretar los cambios que se desea en esos terrenos o en justicia (¡mamita!) o seguridad (¡Dios santo!).
La Sociedad es la tercera pata. Sé que aquí estiro y quizás distorsiono los conceptos de Bobbio porque en la Sociedad incluyo no solo a la población sino a los partidos políticos, a los medios privados, al empresariado, los sindicatos y la sociedad civil. La mejor estrategia de salud o educación puede hacer agua con un estado raquítico (como el que heredó el actual gobierno del de Macri) o con una sociedad desgastada, empobrecida, individualista, delirantemente belicosa (idem).
Los británicos tiene un estado sólido desde hace mucho tiempo (el Servicio Nacional de Salud, NHS, y la investigación científica de las vacunas que han evitado la debacle del gobierno de Boris Johnson). Tienen una sociedad moderadamente disciplinada, con siglos de historia detrás, respetuosa de la autoridad política e institucional que le permitieron absorber los deslices de un gobierno que parece vivir en otro planeta.
En Argentina la ecuación ha sido diferente. El estado que supimos conseguir está a años luz de lo que necesita cualquier gobierno para aspirar a llevar adelante su programa político. Una parte de la sociedad no ha ayudado. La otra, la más pobre y postergada, se ha mostrado mucho más civilizada y ha evitado una explosión social contenida por las políticas del gobierno y organizaciones políticas de base y las ONG. Es un comienzo: falta mucho más.