En las ciencias sociales, cuando hablamos de “institución” nos referimos a un concepto abstracto. Esto quiere decir que utilizamos ese término para significar aspectos “intangibles” o prácticas que van más allá de lo material. Por ejemplo, un conjunto de normas, ideas, valores, creencias, leyes, etc. que determinan una forma de intercambio social. Es decir que las instituciones son las que “moldean” o direccionan nuestras acciones. Así, son instituciones: la sexualidad, el trabajo, la vejez, la justicia y la religión. Ordenar actividades, legitimar creencias, moralizar y normalizar los comportamientos, son todas acciones que se arrogan las instituciones en este estricto sentido. Y lo harán a través de la adjudicación de funciones y roles sobre los agentes (personas).

Una institución, como su palabra lo indica, está “instituida”. Esto quiere decir varias cosas. Por un lado, significa que las instituciones gozan de legitimidad (al menos por parte de un sector de la sociedad, sino de varios). Sin embargo, no existe institución que adquiera legitimidad del conjunto entero de la sociedad ni que lo mantenga por un tiempo indeterminado. Por eso, un rasgo central de las instituciones es su carácter histórico: su existencia obedece a determinadas ideas, valores e incluso a sucesos que pueden perder el respaldo que una comunidad les da en un período determinado.

Entendido así, también el sistema televisivo (no digo “televisión” para acentuar el carácter abstracto mencionado anteriormente) puede ser pensado como una institución: replica ciertos valores (y no otros), moldeando nuestras conductas. Además de ésta “función de difusión”, el sistema televisivo actúa también como mediador entre el espectador y la realidad, desempeñando una “función interpretativa” sobre esta última. Forma parte así del sistema cultural y se ha constituido en una institución de socialización tan importante como la familia o la escuela, proporcionando modelos axiológicos y cognitivos para la introducción en una cultura.

Ante esto, la imperiosa necesidad de contar con productos televisivos que promuevan valores y acciones solidarias, que exhiban proyectos socio comunitarios o descubrimientos científicos y no que solamente se centren en los contenidos. Muchas veces, la difusión de hallazgos científicos en instituciones como universidades o centros de investigaciones no suele “volver” a la sociedad ni, mucho menos, propiciar un debate con los ciudadanos (quizá la última experiencia interesante en este sentido sean los debates previos a la sanción de la Ley de Interrupción Legal del Embarazo, donde a lo largo de las reuniones de comisión, se citó a debatir a profesionales de una amplia gama de disciplinas).

Es urgente la construcción no sólo de un sistema televisivo que asegure el ejercicio ciudadano básico de ir a votar cada dos años, sino que enseñe a debatir públicamente las leyes que nos atañen a todxs, que ayude a reclamar fervientemente por derechos que se quieren solapar o vulnerar (como el derecho a la información), pero también que eduque para la lucha y la conquista de nuevos derechos. Para lograr esto, es fundamental el papel de organismos públicos que han sido creados para ello, como el Ente Nacional de Comunicaciones, en cuya web ni siquiera se hace mención de la piedra basal de esta cuestión: la comunicación como un derecho humano universal.

Los últimos años, con la emergencia de las plataformas de contenidos on demand, la televisión se ha visto obligada a cambiar para no morir. Hoy, que las grandes productoras privadas tienen su apuesta allí, puede ser un momento estratégico para que desde el sector público se inste a los canales de aire a cumplir con ciertas pautas de contenidos y de producción. ¿Por qué no aprovechar esta coyuntura para ofrecer contenidos de mayor calidad? Incluso las ficciones podrían colaborar en una comunicación que estimule la solidaridad o los valores ciudadanos. ¿Cómo? Contando historias que representen la realidad de manera que se aleje de patrones sociales estereotipados.

Se trata de que la televisión, pensada en términos de “institución instituida” (y por eso influyente en las conductas de los ciudadanos), incluya temas relacionados a problemáticas sociales, comunitarias; tópicos proclives a difundir valores solidarios, que legitimen otras formas de vincularnos, menos opresivas, menos individualistas, más empáticas. Todas ellas serán una buena ayuda para superar la actual crisis social, acentuada por la pandemia por covid-19.

*Licenciado y profesor en Comunicación (UBA)