"Pienso en voz alta. Los hijos de genocidas que no avalamos jamás sus delitos, esos que gritamos en sus caras la palabra asesino y memoria, verdad y justicia, por pocos que seamos, podríamos juntarnos, para aportar datos que hagan a la construcción de la memoria colectiva", publicó en su Facebook Erika Lederer, hija de Ricardo Lederer, quien se desempeñó como segundo jefe en la maternidad clandestina del Hospital Militar de Campo de Mayo. "No lo perdono, no sé si lo odio. También me preguntaron si lo quería, pero no me hago esa pregunta… No tuve odio, tuve tristeza porque quise que cambiara", dijo Erika sobre su padre, que se suicidó en 2012, cuando se confirmó la identidad del nieto recuperado Pablo Javier Gaona Miranda. Lederer había firmado el acta de nacimiento falsa que facilitó la apropiación de Pablo.
Erika, de 40 años y abogada especialista en mediación en contextos de encierro del Ministerio de Justicia de la Nación, se ofreció como gestora de un espacio de encuentro de hijas e hijos de represores "casi como una necesidad", por "sed de justicia". Fue después de leer la nota sobre la hija del represor Miguel Etchecolatz que publicó la revista Anfibia, aunque anticipa que ella no se cambiará el apellido: "Decidí hacerme cargo de la mierda que me tocó". En ese tono, asegura que en su familia la marcan como traidora por romper con el pacto de silencio.
"Por pocos que seamos, podemos juntarnos para aportar datos que hagan a la construcción de la memoria colectiva", afirmó Erika en una entrevista hecha por el periodista Guillermo Lipis para la agencia Télam.
"Mi viejo era bipolar y muy violento. Vivíamos en un campo minado todo el tiempo", recuerda Erika, quien agrega que en su casa comían "con fotos de muertos sobre la mesa". Lederer describe la personalidad de su padre a partir de recuerdos, entre ellos, verlo apuntándole con un arma a la cabeza de su madre —a quien le reprocha su "ignorancia dolosa"— o la requisa que le hizo en su propia habitación.
Pocos días antes de que se suicidara, Erika le escribió "Memoria, Verdad y Justicia" en un mensaje de texto. Lederer fue a visitarla a su casa, donde vivía con sus dos hijos. "Cuando llegó le pregunté si pensaba arrepentirse y me dijo que no", cuenta.
-¿Odia a su padre?
-No lo perdono, no sé si lo odio. También me preguntaron si lo quería, pero no me hago esa pregunta… No tuve odio, tuve tristeza porque quise que cambiara…
-¿Qué eco está teniendo su propuesta?
-La expectativa es que se vaya sumando gente para generar relatos de estas historias que dejaron huella. Y para eso hay una página de Facebook en la que vamos encontrándonos. Se llama Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía. Nos va a servir para reconstruir nuestros relatos, rellenar algunas lagunas y lograr historias habitables. Nos vamos juntando de a poco. Es muy loco no haber tenido conexión antes. Lo primero que dije es que no voy a perder un minuto en discusiones que ya no doy porque la queja no sirve de nada. La consigna es reunirnos para aportar datos, contar historias que a otros les sirvan. Reunirnos para sanar porque no hay noción de los daños que aún se siguen produciendo. También destaco que no nos ponemos en pie de igualdad con los hijos de desaparecidos. En todo caso estamos al servicio, pero no nos sentimos con voz.
-¿Reconoce algún punto de inflexión en el que perdió la esperanza de entenderse con él?
-¿Cuándo perdí la esperanza de que se arrepienta…? Puedo indicar tres momentos diferentes. El primero fue cuando me di cuenta que los militares eran impiadosos a la hora de generar violencia sobre los cuerpos: en una oportunidad mi viejo le puso una pistola en la cabeza a mi mamá delante mío cuando yo tenía 15 años. Ahí entendí que era capaz de hacer cualquier cosa. El segundo fue a mis 24 años, cuando realizó una requisa de mi habitación. Yo no estaba en casa y entró a revisar mi pieza y tiró todo. Revolvió hasta encontrar unos periódicos que había dejado escondidos en la biblioteca. A los pocos días decidí irme de mi casa. El tercero fue cuando vino a ver a mis hijos antes de suicidarse. Poco antes le había mandado un mensaje de texto y le escribí 'Memoria, Verdad y Justicia'. Cuando llegó le pregunté si pensaba arrepentirse y me dijo que no. Creo que cuando visitó a los chicos ya le rondaba la idea del suicidio porque luego me llamó para decirme que me quería, no hablábamos muy seguido.
-¿Qué recuerdos tiene del vínculo con tu padre?
-Uff… que estaba loco, de hecho le decían "El loco". Mi viejo era bipolar y muy violento, sobre todo conmigo porque siempre lo interpelé, era la oveja negra de la familia. Su violencia dependía del día a día y yo lo detectaba mirándolo a los ojos. Podía ser extremadamente feroz y de golpe muy cariñoso. Vivíamos en un campo minado todo el tiempo.
El nombre de Ricardo Lederer surgió en los juicios por los casos de apropiación de bebés en la maternidad clandestina de Campo de Mayo. En aquel juicio, Eduardo Alberto Pellerano, quien se desempeñó como médico del Hospital Militar de Campo de Mayo y renunció durante la dictadura, recordó a Lederer como "una persona que no era extrovertida pero que, entre copa y copa, alguna vez, le dijo 'ser adepto a mejorar la especie', como lo decía Hitler. Seguramente habrá querido significar con eso su nazismo con zeta”.
La enfermera Lorena Josefa Tasca también relató en el juicio oral por el robo de bebes que le tocó "intervenir en tres casos de mujeres no registradas: uno en epidemiología, otro en la cárcel de Campo de Mayo, y otro fue un parto" y señaló al doctor y capitán como "el segundo jefe militar de Obstetricia".
Luego, en la causa por la apropiación de Gaona Miranda, el rol de Lederer quedó probado: el certificado falso de “constatación de nacimiento” tenía su firma. Lederer conocía al represor Héctor Salvador Girbone, condenado a 8 años por ser el entregador del nieto recuperado, y uno de los represores que fracasó en el intento de beneficiarse recientemente con el fallo de la Corte Suprema. Lederer y Girbone no solo compartieron destino en Campo de Mayo para la fecha de la apropiación, sino también entre 1976 y 1977 habían estado juntos en la provincia de Salta.
Su hija, en diálogo con Télam, aportó más datos: "También estuvo involucrado en los vuelos de la muerte" cuando tiraban detenidos-desaparecidos al Río de la Plata, y se sumó a los 'carapintadas'". Y agregó que su padre era "íntimo amigo" del represor y ex jefe de la Policía Bonaerense Ramón Camps, quien tuvo a su cargo los centros clandestinos señalados como "Circuito Camps".
-¿Cuándo se dio cuenta a qué se dedicaba su padre en verdad?
-Alrededor de tercer grado, tenía 8 años, recuerdo que apareció una nota en PáginaI12 en la que mi papá defendió a Camps, de quien era íntimo amigo e iba a visitar a la cárcel hasta que se murió. En ese momento empezaron a decirme que no hablara de esas cosas en el colegio y no entendía porqué. Esto me sembró una duda de las buenas y me dio mucha vergüenza. Recuerdo que al mismo tiempo dejé de creer en Papá Noel. Pero mi viejo, que tenía un sadismo especial, ya había trabajado como forense de la Policía Bonaerense. Recuerdo que comíamos con fotos de muertos sobre la mesa.
-¿Reconoce algún aspecto suyo en su propia forma de actuar o su personalidad?
-Me considero temeraria, no tengo miedo (como él), y eso me ayudó a enfrentarlo. Fui educada con valores de mierda, pero uno de ellos me fue muy útil: la gallardía. Lo peor que se puede hacer para defender una idea es no tener coraje.
-¿Pensó en cambiarse el apellido como la hija de Etchecolatz?
-No. Mi apellido no es tan conocido, pero además decidí hacerme cargo de la mierda que me tocó. En una época me daba vergüenza decirlo, nos constituimos a partir de la subjetividad; y desde ahí podemos construir otra cosa. Por eso es que me consideran una traidora, un hecho que hasta hoy tiene efectos en mi vida. Familias como la mía tuvieron que vivir disociadas entre los afectos y la razón porque había que seguir conviviendo y mirarse a los ojos. Pero cuando se rompió el pacto de silencio se destrozaron los vínculos y las sanciones del clan fueron encarnizadas. En mi caso, por ejemplo, mi hermano no me da pelota, y con mi madre me llevo muy mal porque creo que tuvo una ignorancia dolosa; sabía lo que pasaba pero se hizo la boluda.