Le habla a ella ( a la niña a la que está cuidando ) y en ese gesto la palabra deviene en una escritura íntima, en una alianza con lo que esa niña podría llegar a ser. Un poco porque la protagonista también está en ese momento donde su pensamiento, su deseo, las ideas que construye mientras habla y toma decisiones, son una forma de inventarse, de trazar en el marco de ese cuarto infantil donde trabaja, la forma con la que ambiciona salir al mundo.
Milena se mide, en esa casa de pequeñxs ricachonxs donde consigue hacerse de un dinero como niñera, desde una condición de clase. Su mirada sobre la madre de Angi o sobre el padre, a quien desea como si fuera un trofeo, una dimensión ajena a la que se propone conquistar, está siempre marcada por ese lugar social que menciona en cada situación como si las escenas de su vida con ellxs se convirtieran en una guerra de posiciones.
Entonces usar la ropa de la dueña de casa o coger con su marido ( un empresario que se la pasa viajando a Miami) tienen algo de esa revancha de la chica que viene de otra experiencia social y que sabe que siempre será una extraña entre ellxs. Su discurso es el de alguien que observa y analiza, que decodifica los comportamientos porque comprende, aunque no lo diga, que los xadres de Angi ( más allá de esa amabilidad que Milena retrata sin ingenuidades) no dejan de ser sus enemigxs.
Una casa llena de agua es una obra de apropiación, donde los hechos permanecen fuera de escena. Milena se dedica a contar. Su vida ocurre en otros lugares y lo que sucede frente a Angi y frente al público es más del orden de la escritura. Aunque Milena sea una estudiante de biología, el personaje creado por Tamara Tenenbaum podría ser una narradora que se reconoce como autora o, más precisamente, que entiende que el modo de lograr cierto poder en un entorno desigual (donde ella no posee más que su habilidad para descifrar lo que ocurre) es transformándose en la autora de los hechos. Entonces los xadres de Angi serán lo que ella quiera y en la estructura, en la selección de situaciones, en la manera de describir y caracterizar a los demás, Milena encuentra su autonomía y su modo de ganar, de llevarse de ellxs algo que sirva para lo que sigue, lo que está por venir, aunque no pueda evitar salir lastimada de su propia peripecia.
Situar la obra en los años 90 le permite a Tenenbaum despojar a su personaje de una carga ideológica más directa o enunciativa y concentrarse en la ferocidad de los comportamientos signados por la lógica de la adaptación. Milena, en esa instancia social un poco tambaleante donde cree que puede dejar atrás su origen pobre porque está aprendiendo a hacerse de un capital simbólico que algún día se convertirá en dinero, está lejos de una actitud inocente. Su lectura de la realidad no elude el marco competitivo que atrapa tanto la vida profesional como afectiva y , más allá que algunos hechos dan cuenta de su disidencia, ni la autora ni el personaje quieren detenerse allí. Milena tiene que jugar para avanzar. Ejerce la crítica desde una ironía muy afín a su época pero también se sabe vulnerable y deja que cierta debilidad la atraviese como si pudiera detectar allí una verdad.
Andrea Garrote hace del texto de Tenenbaum una pieza rítmica, precisa, su atención como directora está en la progresión de esa acción interna que la protagonista sostiene como un secreto, más que en lo rutilante de cada situación que alcanza su desarrollo desde la palabra. Consigue también el mejor desempeño de Violeta Urtizberea en toda su carrera. La actriz se entrega a una interpretación minuciosa, sensible, recorre cada momento como si la dramaturgia de Tenenbaum la volviera a sorprender. Su identificación con el texto parece total y la emoción le ayuda a reconocer matices y también a pensar la inmensidad de ese salto en el mismo instante de su realización. Porque la verdadera aventura en la dramaturgia de Tenembaum es interna. Milena comprueba hasta donde es capaz de llegar, cuantas estrategias puede armar para conseguir lo que quiere y , cuando parece alcanzar su objetivo, tiene que sacárselo de encima, tirarlo, dejárselo a Angi como si hubiera aprendido algo que todavía no llega a asimilar y se lo regala a esa niña que nunca la va a recordar.
Una casa llena de agua se presenta los viernes a las 22:30 en el teatro Metropolitan Sura