Desde Barcelona

UNO Un fantasma recorre el mundo y es un fantasma cada vez más sólido y vital y es el fantasma de Andy Warhol. Mr. Pop Art como Espíritu Non-Sancto contagiando a buena parte de lo que se hace y se cuelga y se expone hoy en las galerías del mundo. Warhol como ícono de una religión donde lo que se adora, siempre, es al producto, a lo productivo, a la multiplicación de las telas y de las fotos, a la obra interminable perpetuándose mucho más allá --sin descanso-- del séptimo día.

A Rodríguez le gusta tanto Warhol como le disgustan tantos de sus epígonos. A veces pasa. Pasa con Raymond Carver y pasa con David Lynch y pasa con The Velvet Underground, a la que Warhol influenció sin malograrla. Así, Rodríguez siempre pensó que lo mejor es adorar a Warhol sin cuestionarlo y dentro de un contexto que empieza y termina en él mismo. Creer en Warhol como Warhol creía en Dios: como en una buena idea, como algo con posibilidades de ser vendido, como en el más exitoso de los conceptos casi a la altura de la lata de sopa Campbell's o de la botella de Coca-Cola o de la caja de esponjas Brillo o, sí, claro, de Andy Warhol.

DOS Así, también, la relación de Warhol con la religión tiene mucho del afán utilitario de buena parte de su producción artística. Rodríguez lee en la última y voluminosa biografía del artista (en las casi 100 páginas del Warhol de Blake Gopnik, quien postula un "ha superado con creces a Picasso como el artista más grande del siglo XX y alcanzado las cumbres de Miguel Ángel y Rembrandt") que fue educado en los ritos de la tradición bizantina del catolicismo y que, ya en la New York de sus primeros éxitos, nunca dejó de ir a la iglesia, aunque de modo intermitente. Y que hasta se emocionó no por el Papa Paulo VI sino por la pompa de su desfile al que contempló desde una ventana de su vaticana Factory en 1965. Para finales de esa década, Warhol ya era el indiscutible y divino "Pope of Pop" y, cuando en 1968, la poseída Valerie Solanas lo llenó de agujeros y sobrevivió casi por milagro (Richard Avedon lo fotografió enseñando sus cicatrices como si fuesen estigmas o flechazos o heridas de lanza de un santo), Warhol se comprometió a ir a dar las gracias cada domingo a la cercana a su domicilio iglesia de St. Vincent Ferrer. Por propia confesión, no aguantaba más de cinco minutos porque "con eso era más que suficiente para comprender de qué iba la cosa". Entonces, Warhol aceptó un encargo para filmar amaneceres y atardeceres a proyectarse en el pabellón de la Santa Sede en la frustrada Feria Mundial de San Antonio, en 1967. En 1984, cerca de su final, Warhol volvió a la imaginería católica: Última Cena de Miguel Ángel (encargo a cambio de un millón de dólares, última serie que produjo antes de morir en 1987), cráneos, cruces, pelucas, punching bags y zapatillas Converse con el rostro de Cristo, más de cien artefactos por estos días y hasta junio reunidos en el Brooklyn Museum bajo el título de Andy Warhol: Revelation.

TRES Y así habló Warhol, revelado, rebelándose: "Si quieres saberlo todo sobre Andy Warhol, nada más tienes que fijarte en la superficie de mis cuadros y películas, y de mí mismo. No hay nada detrás de eso (...) Yo veo todo de ese modo, la superficie de las cosas es una especie de Braille mental. Mi trabajo consiste en deslizar mis manos sobre la superficie de las cosas (...) Cuando murió Picasso, leí en una revista que había realizado cuatro mil obras maestras a lo largo de su vida y pensé: ¡Wow, yo soy capaz de hacer eso en un día! Y me puse a trabajar. Luego me di cuenta de que ¡Wow, se tarda más de un día en hacer cuatro mil cuadros! (...) Si pinto de esta forma, es porque quiero ser una máquina. Las máquinas tienen menos problemas y no sienten dolor (...) No quiero acercarme mucho a nada o a nadie. No me gusta tocar las cosas. Por eso mi obra está tan distante de mí mismo. Preferiría ser un misterio. Ser una superficie. Porque así veo yo las cosas. Sólo su superficie...".Warhol entonces es el más profundo descenso a la más abismal de las superficies: un viaje al fondo de la forma. Warhol es, sí, como un Dios misterioso y superficial.

CUATRO Y lee Rodríguez que, al final de Andy Warhol. Revelation, se expone esa foto en la que al artista aparece en la rotonda de San Pedro saludando a Juan Pablo II. O --según sus telegráficos y adictivos Diarios-- siendo saludado por Juan Pablo II. Súbita comunión comulgante de Popes que queda registrada, miércoles 2 de abril de 1980, en una de las entradas más divertidas. Warhol recoge los tickets de lo que entiende será una audiencia privada y enseguida se decepciona porque lo que tiene es una entrada de parado junto a otros cinco mil fieles y turistas. El acompañante de Warhol --el coleccionista Fred Hughes-- intenta convencer a los guardias de que ellos están ahí para ver a solas al Sumo Pontífice, pero... Así que ahí están, entre la multitud pero, al menos, junto a la barandilla. Lo más parecido a ser un V.I.P. en esa otra catedral que suele frecuentar: Studio 54. Una monja reconoce a Warhol y le pide un autógrafo y el artista se asusta porque se parece a Valerie Solanas. Warhol le firma a varias monjas más y "empiezo a ponerme nervioso". También hay un grupo de cheerleaders aullando sus piruetas en éxtasis. De pronto aparece el Papa en su "auto dorado" y se puso a "dar un discurso sobre el divorcio en siete idiomas. Lo que demoró tres horas. Fue algo verdaderamente aburrido. Luego el Papa vino hacia nosotros y yo empecé a tomarle fotos. Fred quiso sacar su Polaroid, pero le dije que alguien podía pensar que se trataba de un arma y acabarían disparándonos. Le dije al Papa que venía desde New York pero no besé su anillo. Él me estrechó la mano y la gente a nuestro alrededor parecía haberse vuelto loca y lanzaba gritos. Así que apenas me bendijo salí corriendo de allí". Luego, Warhol y Hughes almuerzan con la ilustradora Suzie Frankfurt y le mienten que tuvieron un encuentro a solas con Juan Pablo II y que le cayeron tan bien que los invitó a un refrigerio en sus aposentos pero que, ay, se olvidaron de pedirle que les devolviese el crucifijo que Frankfurt les había dado para que el Papa se lo bendijese. La foto que le tomó Warhol al Pontífice es muy buena, pero nunca fue por él beatificada/canonizada como santa sábana silk-screen, aunque sí revelada/enmarcada y firmada/poseída por él sobre blanca sotana para incorporarla a su evangelio según San Mark(eting). Y, también, hay foto de ambos que hoy se comercializa como mascarilla para protegerse del demonio invisible que está en todas partes.

CINCO En 2019 --en uno de los spots presentados en intermedio de la Super Bowl-- Warhol volvió de la muerte, para viralizarse comiendo un Whopper de Burger King (#EATLIKEANDY se leía allí y, ah, que feliz habría sido en estos tiempos de iPhones y redes sociales y sintéticos tweets siempre manteniendo distancia de seguridad). Así, de nuevo, el suyo es un presente con futuro de santo famoso que ya viene durando mucho más que los postulados por él quince minutos de rigor.

Una cosa es segura, reza Rodríguez: donde y cuando sea, Andy será. Y --aquí y allí, ahora y siempre-- el adorado y adorable Andy seguirá estando.

Por los siglos de los siglos, amén y amado.

 

Y, sobre todo y todos, reproducido.