“¿Pero qué significa un café LGBT? ¿Yo ya no puedo ir?”, pregunta un desencajado Flavio Azzaro ante la presentación de la noticia del presunto ataque homofóbico contra Maricafé, un bar LGBT en el barrio de Palermo. La pregunta no me resulta nueva. Muchas veces he conversado de estos temas con algunos de mis chongos. Una vez en una cita de Tinder un pibe me dijo “Yo muchas veces me pregunté cuál sería la palabra para identificar lo que me pasa. Me gustan las chicas como vos, o sea las chicas trans. Pero no soy un puto. Siento que si se lo cuento a mis amigos de rugby, se van a reír de mí, pero si voy a una marcha del LGBT, también me van a tratar mal”.
La pregunta me pareció honesta, pronunciada desde el lugar de quien no encuentra respuestas y las necesita con urgencia. Después me contó que su ex-mujer lo trataba de maricón porque lo había descubierto saliendo con travestis y me dijo que él se consideraba heterosexual, porque a él le gustan las mujeres no importaba si eran “biológicas” o trans. El pibe, un rústico de 1.85, blanco y de clase alta. Todos los ingredientes para llamarlo machirulo… pero no. Ese día entendí que los heterosexuales tienen el culo lleno de preguntas. Y no está mal que así sea, el problema es que no puedan encontrar respuestas.
“¿Hay cafés que no? ¿Hay cafés que si sos gay no podés entrar, ponele?”, dice Azzaro. A esta altura ya es bastante obvio que sólo busca llamar la atención. La pregunta sólo busca provocar y la respuesta es clara: depende.
Uno de los errores que más escuché en torno a la polémica es la de unificar las experiencias de lesbianas, gays, bisexuales y trans*. Definitivamente no es igual la experiencia del uso del espacio público y los lugares de esparcimiento para los gays que para las travestis, y ni siquiera es igual para todos los gays o todas las travestis. Cómo colectivo tenemos trayectorias en común, pero no somos un modelito de identidades para armar.
Los espacios “amigables” con la diversidad no siempre son espacios libres de discriminación, muchos trabajos han investigado sobre los modos en que las prácticas de segregación de gays y lesbianas terminan siendo violentas con hombres y mujeres trans y personas no binarias. En ocasiones los lugares LGBT, terminan siendo una forma de extractivismo del neoliberalismo que te vende la misma torta de colores al doble de su valor real con la excusa de la inclusión, y en donde se siguen reproduciendo formas de discriminación clasistas y racistas que propagan el odio hacia las corporalidades disidentes. En síntesis, ¿hay lugares donde no te dejan entrar por ser LGBT? Sí, pero esto no depende estrictamente de que haya un cartelito afuera que te venda banderitas de colores.
“Yo solamente pregunté si podía ir, porque si no parece un poco discriminador si es solamente para gays”, dice Azzaro y una compañera del piso le dice “La idea es que sea inclusivo para la comunidad, pero vos podés ir y tomar un café”. ¿Será? La reacción frente a los dichos de Azzaro tomó dimensiones extraordinarias en las últimas semanas en redes sociales y medios tradicionales. Muchas de las reacciones apuntaron personalmente al conductor y exigieron su despido de Crónica TV.
Y si bien ya está claro que no podemos ser tolerantes con la intolerancia, quizás podemos ser más estratégicxs en nuestra comunicación. Si bien Azzaro es un irresponsable, apuntar contra él es menos efectivo que señalar lo que está mal en sus dichos. Reacciones como las del influencer Santiago Maratea -“Tranquilo rey, parece que te ponés nervioso. Cualquiera diría que te querés chupar una pij@”- no hacen más que reafirmar ideas equivocadas en torno a las prácticas sexuales que trascienden la norma heterosexual y llevar al plano del ataque personal algo que merece discusiones colectivas.
Vamos a terminar consiguiendo el despido de Azzaro de Crónica TV y que inunde los canales denunciando que es víctima del lobby LGBT para terminar idolatrado por los sectores conservadores. Nos guste o no, el problema no es Azzaro, sino que estos dichos tengan éxito en los medios de comunicación y la solución a eso son batallas culturales que nos incluyen.
En sus historias de Instagram Maratea dice “La gente heterosexual no tiene problemas de inclusión, la gente de la comunidad LGBTIQ+, sí.” ¿Esto es rotundamente así? Probablemente sí cuando hablamos de cuestiones de género. La heterosexualidad está constituida como la normalidad en este sistema cultural y por ello las personas heterosexuales pueden habitar lo público sin discriminación. Pero cuando corremos la lente a otras realidades es probable que la violencia y discriminación estén asentadas en otras lógicas de poder. Las personas heterosexuales sí sufren violencia cuando se trata de sus identidades raciales, étnicas y de clase y eso también debe formar parte de nuestra reflexión sobre la inclusión.
Por último, nos debemos un debate profundo sobre aquellas personas que sin formar parte del universo cis tenemos prácticas heterosexuales. ¿Algún día vamos a pensar en el sitio que eso debe ocupar en nuestra militancia? Muchos estudios trans* y feministas mencionan que pensar la sexualidad en clave de una dicotomía hetero/homo encarna otra forma más del binarismo que diferencia en femenino/masculino cómo únicas formas de habitar el género y las sexualidades.
Es necesario que nos hagamos el desafío de pensar que la heterosexualidad también es un espectro de prácticas y trayectorias contenidas en una categoría que arbitrariamente pretende representar un paradigma sexual. Porque los heterosexuales tienen el culo lleno de preguntas y eso no está mal. Está perfecto que habilitemos el culo para pensar lo que nos pone incómodos y que nos permitamos dudar. Las preguntas son el mejor alimento de nuestros deseos por una sociedad que nos incluya a todxs, heteros y no.