Casi nunca dejo elegir a mis pies, porque me cuesta dejarme andar, pero la ciudad tiene imanes algunos días. El 27 de enero de 2004 asesinaron a Sandra Cabrera en la zona de la terminal de ómnibus de Rosario, donde trabajaba y también vivía esta activista corajuda que fundó la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina en la ciudad.
Los pensamientos se entremezclan, las chicas bravas se hacen una en los pensamientos que llevan mis pasos. El 20 de enero de este año murió Elza Soares. La amada Elza con la que todes quisieron cantar. La playlist empieza con su emblemático A carne. La vida de Elza fue de la laceración a la gloria en un subibaja de muchos años, y en algún momento se hizo más amable. Murió a los 92 años, de muerte natural, reivindicada y amada, como la diva que es. Nacida en una favela, madre niña, huyó de los maltratos de su marido hacia la música, se enamoró de Garrincha. Señalada como la rompehogares, esa categoría que todavía se usa, aunque parezca mentira, se tuvo que ir de Brasil. En este siglo, se la vio brillar, y recoger el amor del público. Cantaba que era una mujer del fin del mundo y que iba a cantar hasta el fin. Escuchar Mulher do fin do mundo le da otra cadencia a mi caminata. Los pies vuelan cuando aparece Para qué discutir con madame, ese samba irónico sobre una señora de alcurnia que rechaza el ritmo más popular de la música brasileña. Nada que decirle, para qué gastarse.
Chica brava, Elza le puso su voz ronca y potente a una mezcla de estilos que la hicieron única: bossa nova, samba, rock, hip-hop. Divierte con Chico Buarque en Façamos y emociona cuando hace Sampa y arrasa en Lingua con Caetano Veloso. ¿Qué quiere, qué puede esta lengua?”, cantan Elza y Caetano en una grabación muy vieja. Esa invitación, a cantar juntes, fue la puerta para que ella volviera a hacer música, para que volviera a brillar. Algo más para agradecerle a ese hombre que casi a los 80 sigue conmoviendo y sorprendiendo, como hace con Meu Coco, infaltable en mis playlist de los últimos meses.
¿Cómo se puede caminar sin mirar alrededor? Es posible ir abstraída en la música y olvidarse de las miserias, las caras de bronca, las grescas que parecen a punto de armarse en la explanada de la Terminal. La atención está dividida: alrededor todo parece derrumbarse, la sensación de fin del mundo, de una descomposición tan inminente como inevitable, me lleva al párrafo de Margaret Atwood en El Cuento de la Criada, aquél que habla de las ranas hervidas a fuego lento. Apenas llegue a casa buscaré la referencia, me resulta imposible recordar una cita textual ¿vendré fallada? Lo cierto es que el libro se lo regalé a una amiga, en mi entusiasmo para que circule semejante maravilla. No, no vi todas las temporadas de la serie, me quedé en la primera. En su escena épica de rebelión, en el último capítulo. Eso me lleva a Nina Simone, porque así funciona la cabeza durante la caminata. ¿Era Feeling good la canción que sonaba cuando las criadas se van sin lapidar a Janine?
Eso me lleva de nuevo a Sandra Cabrera, fundadora en 2001 de Ammar en Rosario. La primera entrevista se la hizo la periodista Mariela Mulhall, en el diario El Ciudadano. Entonces, los diarios corrían muy solos para instalar la agenda. Mariela supo que las meretrices se estaban organizando para pedir bolsones de alimentos, en plena crisis. Y entrevistó a Sandra. Que no tenía nada, pero sí su vida y su libertad. Ahora, suena Nina con su Ain't Got No, I Got Life.
Durante aquellos años, Sandra se convirtió en una referencia social por fuerza y valentía. La organización de las trabajadoras sexuales -recién empezaban a usar esa palabra- las llevó a pelear contra los artículos del Código de Faltas provincial que las criminalizaba. Y a denunciar cada vez que una compañera era golpeada por la policía, cada vez que les pedían coimas, cada vez que las perseguían mientras hacían la vista gorda a la explotación sexual de niñas. Sandra se paró de frente.
La recuerdo nítida, sacando pecho en la columna de Ammar en el Encuentro Nacional de Mujeres (así se llamaba entonces), en 2003. Nos invitó a la fiesta del primer aniversario en un bar. La memoria me está jugando una mala pasada ¿no era en San Lorenzo y Caferatta ese bar, cerca de la Terminal? No recuerdo la música que sonó esa noche, pero sí tengo presente a Sandra con la torta, su figura imponente, agitando la fiesta. ¿Habremos bailado el Corazón Valiente de Gilda?
Sigo caminando por ahí, los árboles son fantasmas esporádicos en un paisaje yermo.
La música hace más soportable volver al lugar donde en la madrugada del 27 de enero de 2004 mataron de un disparo certero a Sandra Cabrera. Sólo hubo un policía preso, Diego Parvluczyk, pero pocos meses después, lo sobreseyeron tres camaristas –Ernesto Pangia, Eduardo Sorrentino y Alberto Bernardini. Las12 lo contó, claro, Lucrecia Mastrángelo hizo el documental Sexo, dignidad y muerte. Sandra Cabrera, el crimen impune. Sus compañeras siguen reclamando.
Esos jueces decidieron que los testimonios de las compañeras de Sandra no valían por ser “personas con actividades callejeras que transcurren sus madrugadas con un itinerario errante”. Todavía no habíamos salido a la calle en masa y ¿cuánto valían las palabras de las putas?
Suena Tracy Chapman y aun sabiendo cómo se viene de fuerte la embestida contra nuestras conquistas, todavía quiero escuchar Talking bout a revolution.
En 2017, en el aniversario del crimen impune, Ammar inauguró la Plazoleta Sandra Cabrera, allí, en Córdoba al 3600, donde transcurrió buena parte de la vida rosarina de Sandra, nacida en San Juan. Ir a la plazoleta es una forma de homenaje.
Pasaron 18 años. Todavía cuesta caminar por allí y no es sólo por la hostilidad de sus calles que irradian calor, olores a comida de los bares de la zona, el apuro de quienes van y vienen, las personas que encontraron refugio en el edificio de la Terminal, y allí pasan sus días.
Zona de rufianes, sí, de buscavidas, también. Era la zona que recorría Sandra para organizar a sus compañeras, era el lugar donde los efectivos policiales de Moralidad Pública recogían la recaudación de los prostíbulos de la zona –entre ellos el vip La Rosa- y perseguían a las que hacían la calle, las extorsionaban. Fue a principios de este siglo. Un año antes, Elza había grabado su disco Do Cóccix Até O Pescoço, con una versión imperdible de Haiti, de Caetano. Esa que dice “nadie es ciudadano”.
Elza y Sandra salieron a caminar conmigo esta vez. Voy de una a otra, sin acomodar mis pasos a esa cadencia ¿por qué estarán unidas en esta caminata?
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