“Luego de la primera parte, una lograda observación de las reacciones de una pequeña comunidad a la tragedia, el film se transforma atrevidamente en algo diferente, mezclando lo real con lo fantástico de manera más efectiva que en La helada negra (2017), la película previa de Schonfeld”. Más allá de las preferencias personales ante uno u otro título, las palabras del crítico enviado por el medio especializado Screen International al Festival de San Sebastián, donde Jesús López tuvo su plataforma de lanzamiento mundial, dan en el clavo. Con su cuarto largometraje, Jesús López, que llega finalmente al Malba y al Cine Gaumont a partir de este jueves 3 de febrero, el director argentino Maximiliano Schonfeld –uno de los nombres esenciales de la movida de Crespo, la ciudad entrerriana que también dio a conocer a sus colegas Iván Fund y Eduardo Crespo– se afirma como un cineasta capaz de partir de la observación semi documental o, al menos, realista, para ingresar sin miedos ni remilgos al terreno de lo fantástico. Algo de eso se anticipa en la primera escena: sobre fondo negro, mientras los títulos espejados aparecen y desaparecen, se escuchan las voces de un grupo de jóvenes; hay algún grito, lo que parece una pelea, y el sonido de una motocicleta que se enciende y parte a toda velocidad. Entonces, se hace la imagen: Jesús López maneja su moto en la ruta, en medio de la noche, y sus largos pelos iluminados desde atrás provocan una ilusión óptica, como si un fuego avivado por el viento surgiera del cuerpo. Un fuego interior, inextinguible, eterno, misterioso. Esa noche Jesús morirá en un accidente y será un mártir de los caminos llorado por todo el pueblo, irónico final para un corredor de carreras semi profesional acostumbrado a tomas curvas a alta velocidad. Jesús, como su más famoso homónimo, resucitará, pero no de manera literal o evidente en una primera impresión. El duelo, las ansiedades de la primera juventud y el eterno tema del doble forman parte de una película tensa, llena de dobleces, visualmente impactante y con una banda de sonido del dúo Jackson Souvenirs –quienes ya habían colaborado con el realizador en su ópera prima, Germania (2012)– que acompaña a los personajes y ambientes rurales con texturas electrónicas evocadoras.
“El plano de apertura original no tenía esa luz de atrás”. La conversación con Maxi Schonfeld arranca por el comienzo, y hace hincapié en un hecho muchas veces desdeñado en las conversaciones sobre el cine y sus hechuras: la posibilidad del azar y las sorpresas. “La idea era otra, aunque sí estaba el concepto del claroscuro. Teníamos la ruta cortada e íbamos en caravana, pero de repente el auto del gaffer, el iluminista, se retrasó y quedó atrás del actor en lugar de adelante. Cuando estábamos a punto de avisarle por el walkie-talkie para que se adelantara, nos dimos cuenta con el director de fotografía, Federico Lastra, que la imagen era una locura. ¡Quedate ahí!, le gritamos. Fue algo totalmente fortuito”. El rostro de Lucas Schell, que formó parte del reparto de La helada negra, aunque con cabellos muy cortos, no aparecerá de nuevo en pantalla hasta bien avanzada la proyección. En su lugar, el actor no profesional Joaquín Spahn se transforma en el protagonista de Jesús López (y, eventualmente, en Jesús López, el personaje). Abel es primo de Jesús y en la recepción previa al entierro ayuda a la familia ofreciendo bebidas. Poco después, esa misma tarde, la caminata por las calles de tierra, la procesión de peatones y de chicos y chicas en moto acompañando el féretro, señala el amor de la comunidad por el difunto. El guion, coescrito junto a la escritora Selva Almada, surgió como un derivado de otro proyecto paralelo, una historia todavía en proceso de creación que lleva por título tentativo “Un hombre brillante” y que el realizador espera filmar en el futuro. “Esa es una historia de ciencia ficción también ligada al concepto de dualidad, con un personaje humano y otro extraterrestre, ambos empleados de un frigorífico entrerriano. Pero en un momento nos frenamos, no le encontrábamos la vuelta, y entonces le propuse a Selva trabajar en otra idea que tenía esbozada, un relato similar al del hijo pródigo que es mucho más extenso que la película terminada. De hecho, en algún momento tal vez editemos un libro con todo eso. Para Jesús López nos quedamos con la primera parte, la fábula de la sustitución, el nacimiento de la historia”.
Durante la primera noche que Abel pasa en la casa de su primo, usando su ropa, durmiendo en su cama, acariciando a su perro, la mirada refleja cierta incomodidad. El padre de Jesús parece haber superado los dolores de los primeros meses del duelo –aunque, como suele decirse, la procesión va por dentro-; en cambio, la madre sigue atada a las penas, con días mejores y otros peores. “Te queda un poco grande”, le dirá más tarde la exnovia de Jesús a Abel, señalando el traje de baño, el primero en una serie de objetos, pequeños y grandes, que comienzan a pertenecerle en préstamo, legados de sangre. Abel, habituado a la vida en el campo profundo –las gallinas, el tractor, las vacas– se acostumbra de a poco a los ritmos del pueblo, con sus salidas a la ruta, los “motoencuentros”, las paradas en la estación de servicio para tomar cerveza, reversiones de la clásica vuelta del perro. Y mientras la tía acicala a Abel con ese peine que todavía conserva rastros del que ya no está, el tío comienza a tentar al muchacho con la posibilidad de una carrera homenaje. Cuando Abel se sube por primera vez al Fitito tuneado y enciende el motor, la incomodidad de los primeros tiempos se desvanece, como por arte de magia. Abel se siente cada vez más cerca de Jesús: habita sus espacios, sale con sus amigos, se acerca a su novia (la platense Sofía Palomino, protagonista de la reciente Emilia, de César Sodero), maneja su auto. “Mi viejo, mis tíos, mis hermanos varones son todos camioneros, así que mi experiencia estuvo ligada desde chiquito a los vehículos en movimiento”, afirma Schonfeld. “Es algo cercano a la ósmosis. Todo eso de aprender a manejar desde muy pequeño, ir a las carreras. En Crespo había carreras de Fiat 600 como la que se ve en la película y mis hermanos me llevaban. Es una cultura del interior muy varonil a la vieja usanza, ligada a la velocidad, a lo fálico del caño de escape, a los fierros. Algo que va acompañado del despertar sexual, me atrevo a decir. Los autos, las motos, participan de esa danza erótica que se da en los pueblos”. Fierros, metal. Los chicos que Abel comienza a frecuentar, los amigos de Jesús, llevan remeras con inscripciones de bandas de rock pesado, parecen adorar esa música. “Originalmente no pensamos en un Jesús metalero, pero eso se fue impregnando cuando arrancamos a investigar. Me llamó mucho la atención que el metal aparecía de forma imprevista, porque los chicos, en realidad, no escuchan todo el tiempo rock pesado, pero la música está de fondo, como si tuviera que estar allí, obligatoriamente. Como si formara parte de una cosmología”.
Si el metal se impregna en la vida del grupo de jóvenes, la banda de sonido de Jesús López va por otros caminos musicales. “Eso tiene que ver también con la dualidad, con el choque. Los personajes son duales y no podía existir un solo tipo de música en la película. Con Javier Diz y Norman Mac Loughlin, los integrantes de Jackson Souvenirs, hablamos de buscar algo electrónico que se acercara al rock desde otro costado. Abel y Jesús podrán ver el mundo de diferentes maneras, pero se van acercando cada vez más”. Fusión musical, fusión humana. En un momento bisagra de Jesús López, utilizando un recurso tan sencillo como potente, Schonfeld “transforma” a Abel en Jesús. La metamorfosis es completa y hasta los propios –el padre de Abel, su hermana embarazada, la ex de Jesús– comienzan a notar un cambio evidente. ¿Qué ha ocurrido realmente? ¿Algo extraordinario, fuera de este mundo, o simplemente se trata de ocupar un lugar vacío, hacer de fantasma viviente? “En el fondo, con Selva nunca lo pensamos como algo del orden de lo fantástico per se, sino como una consecuencia de la investigación que hicimos alrededor del duelo en los adolescentes del interior. Leímos investigaciones, entrevistamos a padres, madres y amigos que habían perdido a alguien en un accidente de tránsito. Yo mismo tengo historias familiares ligadas a eso. Y ahí aparece el tema de la sustitución, que se da a diferentes niveles. Cuando falleció mi viejo y, años después, mi mamá tuvo un novio, le prestaba la ropa de mi papá, y cuando volvía a mi casa veía a este señor mayor vestido con un pantalón que le quedaba muy grande. Es algo extraño. Todas esas cuestiones, o la idea de que el perro de la casa recibe la reencarnación del fallecido, son cosas que veíamos que se repetían en los relatos. Hay un autor que trabaja el tema del duelo en la adolescencia que afirma que la pérdida de un amigo a esa edad equivale a la pérdida de un miembro del cuerpo, y que la primera reacción es la ira. El doble surge a partir de esas experiencias, algo que está en el ambiente y que es muy humano”.
El fuego en la acepción más literal que pueda imaginarse marca el pasado y también el presente de Abel; las llamas dejaron rastros imborrables en la piel y Schonfeld destaca una y otra vez ese recordatorio de una tragedia interrumpida. ¿Y el futuro? El protagonista, transmutado, se sube al Fiat durante el encuentro automovilístico que homenajea a Jesús, pone primera y se dispone a ganar la competencia. Durante unos minutos, Jesús López se transforma en una película de carreras, con los rasgos del peligro, el suspenso y la aventura ocupando todo el cuadro. “Es tal cual. Al menos en mi cabeza, toda la secuencia fue pensada como si fuera una película aparte. La verdad es que no suelo tener referencias de otros directores o títulos cuando filmo, pero para esa escena miramos muchas películas de carreras. En un momento coincidimos en un laboratorio con Mariano Llinás y nos pasamos horas mirando secuencias de acción con autos. También era algo ligado a ponerme a prueba a mí mismo, salir de los ritmos cansinos (risas). Pensaba que… bueno, es una elección el tipo de películas que uno hace, pero también puedo perfectamente hacer de las otras. Aunque, ¿puedo, realmente? ¿Puedo filmar de otra manera? Al menos lo intentamos. Fue un desafío, insisto, porque a la falta de presupuesto se le sumaba la idea de que nos iba a salir parecido a lo otro. Pusimos todo para lograrlo, nos subimos a esa moto: nada de cine de autor. Es una secuencia de autos como esas que nos gusta ver, como Contra lo imposible o Rush: pasión y gloria. Contra lo imposible me encanta y, tal vez como un homenaje inconsciente, nuestro fitito tiene los mismos colores que el auto de esa película”.