Suenan seis de las notas más reconocibles sobre este planeta, ahuecadas pero retumbando tímidas, como siempre, como cada vez que han de sonar y han sonado. Es el tono de llamado de Skype; se abre entonces el diálogo remoto, las seis notas empujadas ya al vacío del muteo que conecta a estas dos deidades, una moldeada átomo a átomo por orquestas de manos y manipuleos humanos, la otra hecha a imagen y semejanza de una posibilidad de futuro que es traída al presente en calidad de embajatriz superiora. SOPHIE, estrella pop y productora musical escocesa, se presenta ante Sofía, robot humanoide nativa de Hong Kong.
Los nombres dados o escogidos se parecen; ¿quién podría negarle la vista al espejismo de tener a una y a otra en charla de chicas, comentando casualmente cómo es que existe una única letra que las distingue, preguntando y respondiéndose como nuevas futuras amigas que acaban chocar sus spritz en la barra de un antro?
DIOSA POP
Sophie Xeon fue una deidad pop absoluta, productora y compositora escocesa de música electrónica que comenzó su carrera en 2008 y que para 2013 había editado el primero de los que serían una serie de singles con los que impuso un espectro sónico y estético descaradamente propios. Fue personaje intrigante durante un buen lustro, desconocido su rostro en revistas y sitios web, adivinada su presencia bajo una capucha o una gorra cada vez que se presentaba en un escenario. En 2017 se puso frente a las cámaras y se mostró orgullosamente trans, dando fin a un enigma o más bien uniéndose a la conversación en torno a su persona, que hasta el momento se componía de meras conjeturas y chismes.
Como secuaz en un inicio y protagonista más tarde de la escena británica que algunes denominaron “hyperpop” y que desde el repertorio artístico del sello discográfico PC Music atrajo a muches y espantó a hordas, SOPHIE se dedicó a sintetizar en su Monomachine cada uno de los ruidos y tonos que irían a parar a sus creaciones, modulando y destruyendo lo que para ella eran “sonidos que caricaturizan o exageran otros sonidos orgánicos o que existen naturalmente, y materiales que por el momento son inexistentes”. Así es que los beats de sus temas parecen composiciones salidas de un kindergarden androide en el que la merienda se toma en el bosque con ketamina o adderall.
La luna llena ateniense del 30 de enero de 2021 indujo a SOPHIE a trepar a su terraza. Tenía 34 años. Cayó fatalmente al vacío del patio interno de la casa que habitaba con su novia Evita Manji y murió poco más tarde en el hospital al que fue trasladada. La noticia atroz hizo de aquel sábado una jornada de estupor y de ira, de espanto y desconcierto frente a la perspectiva de darle dimensión al inabarcable futuro que nos hubiera esperado junto a su música, un futuro ahora detenido. Sus ojos aguamarina, al cielo. Los nuestros, dos puños. Era humana, al fin, apenas. Este año que hemos pasado honrándola terminó de consagrarla indestructiblemente como patrona extraterrena de aquello en lo que queremos convertirnos.
MERCADO CENTRAL
Después de haber formado parte de la banda Motherland pre 2010, SOPHIE comenzó a producir demos y remixes que la llevaron a conocerse con A.G. Cook, también productor electrónico y fundador del sello PC Music, cuyo sonido característico se distinguía por las voces femeninas endulzadas al extremo y la reinterpretación hiperkinética de los efectos y melodías del pop de finales de los 90s.
Su primer single individual, “Nothing more to say”, la introdujo en la escena tech house en 2013 y presentó en su portada el logo y la tipografía que la artista emplearía durante años, una combinación de contracurvas que en aquel momento desafiaba la legibilidad inmediata pero con el tiempo fue copiada en flyers, marcas y estampas.
Sus siguientes singles, “Bipp” y “Elle”, estaban confeccionados para el impacto instantáneo, al igual que el que comúnmente es considerado el salto cuántico en su carrera, la canción “Lemonade”. Se trataba de un micro hit compacto y efervescente apto para el picnic o para el after que de tan viral terminó por aparecer en un comercial de McDonald’s.
Los misteriosos destinos del consumo daban así una especie de cierre insospechado a aquel metasueño pop conceptual, ciertamente fallido y puesto en órbita un tiempo antes junto al productor A.G.Cook y le performer Hayden Dunham con “QT”, un proyecto en el que combinaban múltiples representaciones sinestésicas de una única manifestación sensorial: había una canción (éxito pop importado desde el siglo XXV), había una popstar novel cantándola (proyectada a imagen de la Vitamin C de 2001) y había merchandising perfecto (una lata de bebida energizante cuyo consumo se indicaba para adobar la experiencia). A pesar de lo compacto de la propuesta, el guiño resultó demasiado posmoderno y QT tuvo repercusión únicamente a largo plazo. La bebida había perdido sus burbujas.
Esta idea de incluir al mercado como objeto romántico y al ejercicio del consumo artístico como motor de la creación de la propia obra cobró cuerpo en una performance contemporánea al lanzamiento de QT, en este caso en un dj set individual de SOPHIE para la plataforma de música Boiler Room grabado en Los Angeles. La artista puso en escena y al mando de las bandejas a la performer drag Ben Woozy jugando a ser SOPHIE. La gente festejaba estar en presencia incontrastable, por fin, de su ídola. En medio del set algunes fans intentaban subir y bailar en primer plano junto a la cabina; mientras tanto, la verdadera SOPHIE, montada de empleado de seguridad con traje y corbata, les cortaba el paso aparatosamente.
Todo este panorama sensorial, que podría acercarse al escenario de un mal sueño o un reproductor multimedia encallado en cien glitches (impresión que en su momento la música de SOPHIE perpetrara en un reseñador de este mismo suplemento), es el tipo de sonido pop y de encare musical que poco a poco fue infiltrándose en los gustos e intereses de las nuevas generaciones de disidencias y, por ende, en el repertorio buscado por los nombres más convocantes de la música.
El estertor cacofónico pasó a ser novedad; la melodía de una canción ya no tenía garantizado el dominio en su sentido. La relevancia de SOPHIE y su estilo fue y es vital en la música que hoy suena en nuestros livings y, cuando la pandemia permite, agita nuestras fiestas. “Algo que me gustó muchísimo de ella y que la hizo convertirse en un ícono mío es que me impactó de una manera inmediata”, expresa Gaba, artista transpop y dj cuya conexión con SOPHIE trasciende lo musical. “Su sonido ya estaba completamente metido en el pop. Fue una espada, atravesó al medio todo ese movimiento. No solo post muerte SOPHIE siguió impactando, sino que fue mucho antes”.
LA REINA LLAMA
En diciembre de 2014 se producía una de las filtraciones más recordadas en la historia del pop: los seis primeros temas del inminente disco de Madonna aparecían online, banda sonora pirata de aquel verano en el que el sol caía con nuestra Madre de fondo. Entre esas canciones estaba “Bitch I’m Madonna”, producida por la superestrella pop junto al norteamericano Diplo, quien en el proceso de composición propuso incorporar el estilo hiperfuturista de SOPHIE en las estrofas y estribillos.
Se trata de uno de los singles más polarizantes en la carrera de Madonna, denostado o preferido en el mundo del fanatismo por una misma razón: Madonna se trepaba a una tendencia que la precedía, tendencia por otro lado pasajera y por ende reprobable de acuerdo a algunes. Sobre su composición SOPHIE decía entrevistada por The Face: “Por un tiempo me preocupé por no querer ser solamente esa persona con un ‘sonido loco’, es decir, cuando alguien más hacía una canción estándar y me llamaba para sumar efectos de computadora o algo así. Yo quería que mi aporte fuera relevante en relación al contenido de la letra. Pienso que tiene que haber una sinergia entre ese contenido y el diseño del sonido. Me parecía un buen mensaje para ser un tema de Madonna, tenía algo de mala educación”.
Poco más tarde, el EP “Vroom Vroom”, producido con la británica Charli XCX, la posicionaría de manera definitiva en el puesto principal del pop más avanzado. Cuando decimos avanzado queremos decir eso: avanzado. Suena a un lugar y a un momento en el que todavía no estás. El tema homónimo que abre el EP es, simultáneamente, una arenga sobre ruedas de auto de alta gama y una canción de amor entonada en el camino a la discoteca. “Esto solía ser el futuro”, cantaban en 2007 las Pet Shop Boys junto a Pilip Oakey, vocalista de The Human League; “ciencia ficción vuelta hechos”. En el futuro que SOPHIE traducía para nosotres los paisajes iban de la autopista de baile al cielo pixelado de vinilo y giltter y en él se paseaban Rihanna, LE1F y Shygirl.
Para “Product”, su primer lanzamiento recopilatorio, SOPHIE ideó un cuarteto de piezas físicas que podían adquirirse junto con el álbum, una de la cuales semejaba un vibrador de silicona ónix; los otros tres objetos (gafas de sol, campera y zapatos) no fueron más que simulacros, agotados en la tienda online antes de ser puestos a la venta, meros renders para saciar el instinto indómito que nos hace necesitar una forma física y tangible que alimente aquello en lo que decidimos gastar dinero.
BIENVENIDA A LA PISTA
Las portadas puestas en orden de todos los singles que conformaron el tracklist de “Product” revelaban un tesoro: se formaba la palabra SOPHIE, los toboganes color caramelo ácido hechos mayúsculas. Fue este uno más entre tantos mensajes escondidos en su obra, como por caso también lo fueron las letras apenas perceptibles que enumeran la palabra “NOTHINGNESS” sobre el látex color piel de uno de los guantes con los que posa en la portada de su único álbum de estudio, “Oil of every pearl’s un-insides”, de 2018; o el propio título, que según algunes fans en realidad debería leerse como “I love every person’s insides” (“Amo el interior de todas las personas”).
Antes de la edición del disco, SOPHIE se mostraba públicamente por primera vez en el clip de “It’s okay to cry”, su retrato dinamizado en desnudez de chica trans y despojo de amarres con fondo celestial y relampagueante que completaba una declaración de intenciones reseteadas. SOPHIE estaba desintegrando su anonimato. Ahora sabíamos quién era, qué rostro y qué cabello y qué cuerpo habríamos de empezar a adjudicarle a todo aquello que llevaba hasta entonces solamente su nombre. Empleó además de su imagen su propia voz para la canción, algo que rara vez ocurría en sus composiciones anteriores, en las que prefería utilizar vocales de amigues distorsionadas hasta el capricho febril, como las de la canadiense Cecile Believe o de la sueca Noonie Bao. Ahora sí: imagen descargada por completo. Producto adquirido.
SOPHIE, no obstante, evitaba la idea de que su transición implicara un “antes” y un “después”. Ya lo observaba Sophia la robota en aquella charla cuando expresaba: “Siento que pusiste mucho esfuerzo en tu propia actualización”. Fue un ícono trans que se empoderó en su extrañeza de género, inspiradora y fuente de fuerza individual y atrevimiento permanente.
La popstar y productora Galye, cuyo disco “Female Monsta” fue editado recientemente, encontró en SOPHIE una aliada personal y creativa. “Ella tuvo mucho que ver con lo que soy hoy como productora y artista. El mundo sonoro que logró crear con cada track al día de hoy aún me sigue sorprendiendo. El hecho de que ella haya sido una persona trans me motivó y me sigue motivando a seguir creando y permanecer ocupando estos lugares donde la música realmente nace. Si la presencia de mujeres en el ámbito de la producción musical es poca, imaginate la de personas trans. Podrían contarnos con los dedos”. Por su parte, SOPHIE decía al referirse al tono político de su performatividad de género: “Tengo muy clara una cosa: lo que no deseo es alienar a la gente. Trans es inclusive y, de alguna manera, todes son trans”.
Para verla dar la cara no hubo más que entregarse a “Faceshopping”, cuyo video de animación SOPHIE dirigió y en el cual rebana, derrite y amasa sus facciones y su cráneo entre flashes y captchas. Mabel, performer y dj ebullente y fan de SOPHIE, vio en el clip un ensamblado de sentidos que también eran los suyos. “Cuando salió ‘Faceshopping’ había muchas cosas que no estaban entrando en mi cerebro, no estaba lista para eso. Lo seguí escuchando y cuando me metí de lleno con el disco ahí volví a ver un montón de veces el videoclip y a leer la letra y ahí empecé a mezclar teoría, no sé, cosas que había estudiado de (Judith) Butler… y yo ya estaba en miles, modo teorizando”.
ETEREA Y NUESTRA
El legado de SOPHIE es tan extraordinario y tan brutal que de él conocemos apenas una fracción minúscula. Además de haber metido la cola en una buena parte de la música pop que hoy suena, su catálogo de canciones inéditas y el cuerpo de lo que hubiera sido su segundo disco, tentativamente llamado “Transnation”, habitan los foros y aplicaciones de intercambio musical y son materia de conjeturas entre fans.
Gaba detecta el alcance de SOPHIE en “Dawn of Chromatica”, el disco de remixes que Lady Gaga editó y cuyo repertorio de remixers y colaboradores mucho le deben a la productora escocesa. “El 80 por ciento de les artistas que están en ese disco trabajaron con ella o tuvieron influencia suya. SOPHIE se manifiesta capaz no literalmente sino en samples o colores sonoros del universo pop de Gaga, y eso es algo que me gusta muchísimo y que guardé como algo muy bello después de su muerte y como parte de su legado”. También quedaron por ser escuchadas las canciones compuestas entre ambas, para las que SOPHIE grabó el escape del Lamborghini negro de Mamá Mostra a modo de base sonora.
La petición de nombrar a la última luna llena de cada enero como “Luna SOPHIE” tiene miles de firmas; su imagen es graffiti y mural en paredes de ciudades que auguran albergar esos futuros que nos mostraba en cada pieza de su obra. Puede que en “Immaterial”, el más convencionalmente pop de los temas de “Oil of every pearl’s un-insides”, encontremos como una gema visionaria el mensaje al que adherirnos para acompañar su ausencia física:
“Sin mis piernas o mi cabello / Sin mis genes o mi sangre / Sin nombre ni tipo de historia / ¿Dónde habito? / ¿Decime, dónde existo?”