Hace tres años que Jéssica Rodríguez es una testigo protegida del Ministerio de Seguridad: “Desde que me liberaron del secuestro yo ya no existo más para nadie”. Así traduce lo que significa estar bajo la custodia del Programa de Protección de Testigos. Esos mismos tres años son los que el político Mariano Mera Alba, de 53 años, llevaba prófugo y con pedido de captura nacional e internacional por denuncias de abuso sexual, secuestro y lesiones contra ella.
La detención de Mariano Mera Alba
La semana pasada, Mera Alba fue detenido mientras caminaba por la calle Fuente del Inca, en la localidad de Moreno. Es hijo del exministro del interior menemista, Julio Mera Figueroa, primo del exgobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, y del exsenador catamarqueño Dalmacio Mera. Bajo la sombra del árbol genealógico del poder, Mera Alba caminaba por las calles del conurbano sin documentos, aunque pesaba sobre el un pedido de captura y un ofrecimiento de $1.500.000 por parte del Estado como recompensa por datos que pudiesen aportar a su paradero.
Violencia de género
Mientras el poderoso caminaba por la calles de Moreno, Jéssica vivía en una ciudad que nadie puede conocer, alejada de su familia y afectos, lejos de la militancia feminista que había forjado desde el 2016 en La Matanza, un año después del primer Ni Una Menos. Mientras Mera Alba niega impunemente los hechos por los que ya dos de sus cómplices están condenados, Jéssica ni siquiera se acerca a un estado de alivio.
“Es más grande el miedo de saber cómo sigue todo ahora que lo detuvieron, yo sé de lo que es capaz. Si a él lo agarraron es porque se dejó agarrar. Estaba en el conurbano donde estuvo siempre, toda su defensa está armada y aunque es un disparate hoy la justicia no es un lugar confiable”. Dice Jéssica con los resabios de un confinamiento en donde solo encontró contención en compañía de sus hijas que hoy tienen 8 y 9 años.
En esa forma de clandestinidad en la que vive hace tres años, a Jéssica le queda muy lejos la pasión que tenía por rapear que la llevó a crear letras para las pibas mientras militaba en los barrios del conurbano y del sur de la ciudad: “Perdoname que te insista, te lo digo como mujer y ahora como feminista, esta piba te lo cuenta porque le pasó” decía la letra del rap “Ni Una Menos” que Jéssica grabó en el estudio del Movimiento Popular La Dignidad para el 8 de Marzo de 2017. Todavía no había comenzado la historia del calvario que vivió con el poderoso que la llevó a ser una víctima aislada.
En 2015 Jéssica se separó por ser víctima de violencia machista de Pedro Mallada, padre de sus dos hijas. Se fue a vivir a la casa de su abuela y buscando jardín para las nenas en el barrio se encontró con asambleas feministas, ollas populares y acompañamientos escolares: “Yo iba a repartir garrafas, a talleres de género, se hacían un montón de cosas en el barrio. Estaba en los merenderos y en los comedores, cosas que a mí me hacían sentir bien porque yo sabía que en esos lugares de encuentro había mujeres en situaciones de vulnerabilidad y que yo podía hacer algo al respecto. Les hablaba desde el lugar de alguien que lo había pasado, yo llegaba a mi casa y me sentía bien por hacer esa tarea”.
Una tarea que ahora está en el destierro, en la ciudad en la que vive aún no pudo encontrar un espacio feminista de contención y de sostén: “Ni bien llegué traté de buscar espacios feministas en donde poder charlar sobre qué son las situaciones de violencia. Si bien yo no podía contar lo que me había pasado, sentía que me podía hacer bien hablar con otras chicas. Pero la verdad es que no me sentía contenida, había talleres de costura y no estaban esas asambleas feministas que yo había conocido y que en ese momento necesitaba”. No continuó con esa búsqueda y durante la pandemia, por la escasez de dinero, pensó en vender los materiales que le habían dado desde el Estado para poder trabajar y sostenerse a ella y a sus hijas. Hoy Jéssica tiene recurrentes ataques de pánico y depresiones, heridas abiertas que supuran en soledad.
Denunciar a un poderoso
Pedro Mallada, el padre de las hijas de Jéssica, trabajaba para Mariano Mera Alba cuando en 2017 era asesor de la intendencia de Merlo, así llegó Jéssica a la casa del que también fue candidato para la presidencia del Club River Plate. En la calle Constitución al 500 vivió casi un año junto a sus dos hijas como empleada doméstica de Mera Alba y con la promesa de un puesto de trabajo en la Municipalidad que nunca se cumplió. Fue un lapso de tiempo en donde perdió contacto con las compañeras con las que militaba en los barrios, no tenía las llaves de la casa y tuvo que padecer el hostigamiento constante del político.
En aquel momento Mera Alba estaba en pareja con Micaela Rodríguez, otra víctima del hijo del poder: “Cuando ella venía a la casa hablábamos, me preguntaba cómo estaba, si estaba ahí por elección. Me preguntaba si me pagaba el sueldo y yo en ese momento no me daba cuenta de nada. Cuando él no estaba, ella trataba de acercarse a mí y de hablar conmigo. Me preguntaba si él me trataba bien. Y así nos fuimos haciendo amigas, después de un tiempo ella lo denunció por violencia de género”.
En noviembre de 2017, Micaela Rodríguez, con el patrocinio de la abogada Gabriela Carpineti fue la primera que denunció a Mariano Mera Alba en la Justicia de Morón por violencia física, psicológica, sexual y amenazas de muerte. Como respuesta a su denuncia, se dictó una orden perimetral y apenas se avanzó en otras medidas. “Yo me di cuenta de que mi testimonio era muy importante para ella --dice Jéssica--, porque el tipo llegó a dar vuelta la perimetral para que Micaela no se acercara a él. Yo supe que nos teníamos que unir porque la denuncia no avanzaba y yo sabía lo que estaba pasando porque era algo que también me estaba pasando a mi”.
Entre los testigos de la causa estaba Jéssica a quien Mera Figueroa intentaba manipular para que declarara en contra de Micaela: “Mañana tenés que ir al juzgado y vas a decir todo lo que yo te diga. Eso era decir que la que lo buscaba era ella, tenía que declarar en contra de Micaela sabiendo que no era la verdad. Fui dos veces al juzgado y la segunda me escapé junto antes de tener que declarar en contra de ella. Yo sabía que eso no estaba bien”.
Esa tarde en la que Jessica no asistió al juzgado recibió un mensaje de Mera Alba: “Me dijo que ya no podía confiar más en mí, que me olvidara de ir a la cancha y que me iba a poner derecho de admisión. Lo que me daba miedo en ese momento era que él estaba rodeado de mafiosos, yo sabía quién era, el padre de mis hijas lo conoce hace muchísimo tiempo, era la persona que hacía el trabajo sucio, así que yo sabía”. Cuando Mera Figueroa amenazó a Jéssica con que no iba a poder ir a la cancha se refería a la cancha de Boca, un lugar al que ella iba frecuentemente. De algún modo, para una piba de barrio a la que le gusta el fútbol, un lugar seguro.
“Yo sabía que me iban a venir a buscar por eso ni quería pensar en denunciarlo, pero en ese momento entendí que tenía una responsabilidad, tenía que hacer algo al respecto porque Micaela estaba sufriendo un montón”. Jéssica tenía muy claro que una vez que denunciara a Mera Alba tenía que irse de la casa y buscar un lugar para quedarse: “Denuncié y ahí empezó todo”, lo dice en una historia que tiene un sinfín de comienzos, todo empieza y nunca termina.
A partir de su denuncia se despliega un acompañamiento feminista que ya estaba activado. Había que buscar un lugar para que ella pudiese estar a salvo con sus dos hijas, empezar a tramitar ayudas del Estado, atención psicológica y una coreografía que está ensayada desde las organizaciones. Desde los espacios feministas del Movimiento Popular La Dignidad y del Movimiento Evita -que ya venía acompañando a Micaela- pusieron a disposición todo lo necesario para que Jéssica pudiese declarar lo que había vivido en la casa de Mera Alba y que la denuncias de la expareja de él eran legítimas. No se trataba solo de aportar a la causa de Micaela, Jéssica también tenía un historial de abuso por parte del político.
Los argumentos que hoy rodean a la defensa del recién detenido hacen hincapie en este eje: el acompañamiento feminista como moneda de cambio frente a una causa armada contra Mera Alba. “A Nosotres ya nos habían tocado acompañamientos en torno a las redes delictivas que funcionan en el barrio, siempre fue algo que estuvo presente en las intervencioens que hacíamos en los territorios. La particularidad que tiene denunciar a un hijo del poder es que tiene un riesgo muy alto, en una primera instancia para Micaela, que fue la primera denunciante, y después para Jéssica cuando se animó a denunciarlo”.
Esa es la voz de Mafu Sánchez, en aquel momento parte del MP la Dignidad y una de las personas que fue parte del acompañamiento feminista. En sus análisis, años más tarde, detalla las resistencias que encontraron los espacios feministas dentro de las organizaciones para llevar adelante el acompañamiento: “Había un desinterés por parte de las organizaciones en meterse en las redes ilegales en los barrios porque son muy pesadas y porque implican riesgos. Y también una fuerte resistencia a casos como el de Jessi en donde está involucrado el poder. La verdad es que no hay forma de que frente a la desaparición de chicas en los comedores, en los jardines y en los bachilleratos no hagamos nada. Y en el caso de Jessi, era nuestra compañera ¿Cómo no nos íbamos a meter?”.
Desde el entramado feminista pudieron encontrar una habitación en el barrio de San Telmo para que Jéssica pudiese estar a salvo con sus hijas. Mientras la acompañaban, sabían que iban a recibir amenazas y hostigamientos pero nunca pensaron que podía pasar lo que sucedió al poco tiempo de que Jéssica se instaló en su nueva casa: Mera Alba, con la complicidad de la barra brava de Boca, la secuestró para que rectificara la denuncia contra él.
El rescate del entramado feminista
“Yo había estado encerrada y escondida, él estaba en Merlo y yo en San Telmo y decidí ir a la cancha para distenderme, incluso me pareció un lugar en el que yo me iba a sentir segura. Nunca pensé que podría llegar hasta ahí. Mi miedo era más salir sola a la calle pero no ir a la cancha, eran dos horas de partido que me quedaba a un par de cuadras de donde estaba. Dije voy y vuelvo y las nenas se quedan un rato con mi mamá”.
Ese era el plan de Jéssica, un poco de distensión en los cuartos de final de la Copa Libertadores en donde jugaban Boca y Cruzeiro, un lugar al que ella iba asiduamente. Mientras Jéssica estaba en la cancha, Pedro Mallada -que tenía restricción perimetral hacia ella pero no para sus hijas- se llevó a las nenas de la casa de su suegra. Uno de los barras de Boca, apodado “El turco” la llamó por teléfono citándola en el bar Blues Special, un lugar en donde se juntan siempre después de los partidos. El turco le dijo que tenía información sobre sus hijas.
“Cuando llego al bar se bajan dos tipos de un auto, me secuestran, me llevan a Merlo y me dicen que si no cambiaba mi declaración mataban a mis nenas. En ese auto estaba Mariano Mera Alba”. Hoy hay un proceso abierto en el que según el fiscal del juicio, Oscar Ciruzzi, avalado por los magistrados del Tribunal Oral 10, determinaron que la acción del secuestro tuvo la coordinación de la barra brava de Boca y se abrió un proceso para investigar como presuntos coautores a Rafael Di Zeo y Norberto Cibile, el famoso Turco de La Boca, hombre clave en el grupo del barrio con el que se referencia La Doce. Esta causa la tramita el juez Alejandro Litvack y no ha tenido movimientos con la excusa de la pandemia.
A partir de ese momento la foto de Jéssica comienza a aparecer en todos lados, un dispositivo feminista que se activa, esta vez con un relato de los hechos tal como los tenían las compañeras en ese momento: “Jessi esta desaparecida, tiene 23 años y es de Capital Federal. Fue vista por última vez en el colectivo 29 en el barrio de La Boca. Iba vestida con el buzo de Boca Juniors, un jogging y zapatillas negras. El 19 de septiembre por la tarde el padre de sus hijas se llevó a las niñas de la casa de su abuela. No tenemos información de ellas desde entonces. Esa misma medianoche, perdimos el rastro de Jessica luego de que se tomara dicho colectivo. Jessica también es una de las mujeres que denunció por abuso sexual a Mera Alba en el último mes”.
Este era el texto de flyer que circuló por redes sociales y medios de comunicación en septiembre de 2018. Una alerta feminista que buscaba detener el final siempre temido, ese que devuelve un cuerpo en lugar de a una compañera. “Me llevaron a un galpón, me amenzaron para que de marcha atrás con la denuncia y yo lo único que decía era que quería ver a mis hijas. Después me llevaron a la casa del papá de las nenas y por fin las pude ver. Me dijeron 'vas a descansar y mañana vamos a ir a la fiscalía y vas a rectificar esta denuncia'. Me habían sacado el teléfono y no tenía forma de comunicarme con nadie. A la madrugada Pedro se durmió y yo que estaba bastante golpeada y no podía dormir, me levanté, agarré su celular, me metí en mi Facebook y ví todas fotos mías y de las nenas. Yo en ese momento sabía que me estaban buscando. Pero verlo fue fuerte. Quería romper en llanto pero lo tenía al chabón al lado, durmiendo”.
El último mensaje que tenía Jéssica en su Facebook era el de Mafu Sánchez: “¿Dónde estás? Te estamos buscando". Respondió a ese mensaje dando la dirección de donde estaba secuestrada: “Después de eso cerré la sesión de Facebook y dejé el celular. Si no hubiese hecho eso no se en qué hubiera quedado todo”. Al mediodía, después de un intento fallido de hacerla declarar en la UFI de Merlo, llegó al lugar la Unidad Antisecuestros y la pregunta crucial fue si estaba ahí por sus propios medios.
Pedro Mallada, hoy absuelto por falta de mérito, habló en ese momento con los agentes de la Unidad asegurándoles que Jéssica estaba ahí porque quería. Mientras tanto en la fiscalía ya se había convocado para pedir por la aparición con vida de Jéssica. Esta movilización impulsada por feministas que la venían acompañando fue clave para que Jéssica pudiera salir del lugar en donde la tenían privada de su libertad. Jéssica no quería responder ninguna de las preguntas que le hacían, sabía que estaba en territorio en donde la influencia de Mera Alba era letal.
Su opción era que la llevaran a la fiscalía de Ciudad de Buenos Aires en donde estaban movilizándose por su aparición: “Querían que yo testificará en Morón. Pero el oficial que me hacía preguntas lo dijo muy claro: ´allá en CABA tengo un re kilombo, están cortando todo tengo que aparecer con ella sí o sí`. En ese momento Pedro le dice al oficial que me pueden llevar pero que él se quedaba con las nenas. Ese fue un gesto de manipulación para que yo no me fuera. Ahí es cuando el oficial le dice que no solo me estaban buscando a mí si no que también estaban buscando a las nenas”.
Finalmente llevaron a Jéssica a la fiscalía pero ella aún no tenía las fuerzas para hablar, después de todo lo que había pasado sentía que no podía confiar en nadie. “Yo sabía que cualquier persona con la que hablara relacionada con la justicia podía ser cómplice de Mera Alba”. Estuvo un rato en la fiscalía hasta que salió a fumar y ahí se encontró con un montón de personas que la estaban apoyando.
Jéssica tenía miedo, estaba en la fiscalía frente a un sistema de justicia que podía jugarle una mala pasada en cualquier momento: “Me estaba acompañando una psicóloga que me decía: '¿Sabés que toda esa gente que esta ahí afuera te esta bancando a vos? Vino a apoyarte, a darte fuerza y a pedir justicia por vos. Están tus compañeras, está tu familia.' Yo me puse a llorar. Pedí si podía salir a fumar un cigarrillo, me acerqué a la puerta y vi a todas, las tocaba a través de la reja”.
Una de las personas que estaba detrás de las rejas de la fiscalía era la tía de Jéssica, le preguntó cómo estaba y ella le respondió que estaba toda golpeada: “Me dijo: hablá mi chiquita, acá te van a cuidar. No te van a hacer nada, pero por favor hablá”. Jéssica volvió a los pasillos de la fiscalía, quiso levantar a una de sus hijas y se quejó del dolor. Una de las psicólogas que estaba cerca le dijo que le iban a hacer una prueba de lesiones, "cuando quedó en evidencia que yo estaba golpeada me di cuenta de que ya no me podía quedar más callada".
Mafu Sánchez estaba en la fiscalía ese día. “Mientras Jéssica estaba secuestrada, Mera Alba la llevó a una UFI en el mismo momento en el que su foto estaba publicada como desaparecida. La llevó para que rectificara la denuncia. ¿Cómo nadie vio nada? Eso es parte de la impunidad. En segundo lugar, lo detuvieron la semana pasada en Francisco Alvarez después de estar prófugo tres años, no hay manera de que esté ahí si no es en complicidad policial de mínima y política seguramente también” dice en diálogo con Las12.
Desde que Jéssica llegó a la fiscalía hasta que pudo declarar pasaron muchas horas, a partir de ese momento pasó a ser testigo protegido, lo que ella llama “estar aislada”. Lejos de sus compañeras, su barrio, sus vínculos y los de sus hijas. A ella le tocó el desarraigo, a otras, la denuncia las aisla por el hostigamiento que sufren por parte de los agresores mientras la Justicia se toma sus tiempos eternos para una víctima. La semana pasada Luana Ludueña se suicidó en la Ciudad de Córdoba, en 2020 había denunciado a Diego Concha, ex director de defensa civil por abuso sexual y violencia de género. El mes pasado, Paula Martínez también se suicidó. En el 2016, cuando tenía 23 años había denunciado que fue drogada y violada por un grupo de varios hombres en Florencio Varela. Recién en marzo de este año iba a comenzar el juicio.
Cuando detuvieron a Mera Alba, los relatos de esos tiempos volvieron aceleradamente al presente, quienes la acompañaron en aquel momento quieren que la huella quede, que no haya dudas: “Jessi siempre nos dice que a ella la salvó el feminismo. Y vuelvo siempre con esto a la pregunta de cómo llegamos a quedar en el medio de esto. Y siempre llego a la misma respuesta y es que hoy Jessi no es un número más en la lista de femicidios”, dice uno de los textos que se viralizaron esta semana dando cuenta de lo que sucedió en el 2018.
El latido de una herida abierta que debe convivir con los tiempos de la justicia en el mejor de los casos, en el peor, con la impunidad de hombres como Mariano Mera Alba que después de ser detenido y habiendo estado tres años prófugo sostiene que le armaron una causa, que es inocente. ¿Qué queda cuando se utilizó el último hilo de voz para decir una verdad completamente desoída? ¿Por qué Jéssica vive en una ciudad anónima y Mera Alba ya está solicitando una cárcel vip? Las muertes de Luana y de Paula ¿Hubiesen sido evitables? Esta historia es la de muchas, un camino sin fin en donde las redes feministas mitigan un poco el golpe, insuficiente sin duda, en la búsqueda más o menos errática por algo que parece tan simple: estar a salvo.