Yo me llamo Martín, así se iniciaba la primera obra teatral que comencé a escribir a los 18 años, nunca la terminé, además la quería actuar y era un monólogo. Hoy tengo un poquito más de cincuenta. Sé que se preguntarán si tengo intenciones de terminar esa obra adolescente inconclusa hoy aquí, y si no ¿por qué digo esto? No es un dato menor, ya no soy el que fui, mi vida fue cortada en dos a partir de la llegada de lo que podemos llamar la revolución cyber-tecnológica. Muchos y muchas dicen que no se trató de una revolución sino de adelantos tecnológicos, pero de lo que no hay duda es que cambiaron la faz de la tierra. Pasé 25 años sin computadora y 35 años sin celular. Entonces una parte de mi vida fue analógica, para llamarlo de alguna manera, y la otra, digital.
No sé si puedo hablar del tema del que escribo desde hace muchos años pero, al menos, puedo hablar de los dos temas. Del big data y del antes del big data, o como suele nombrarse; antes del tiempo del A.C.: Antes del Celular. Hoy seguramente si tuviera esa obra teatral, la podría subir a TikTok o en la multiplicidad de pantallas encontraría un lugar para la utopía de ser un escritor de teatro y actor, un lugar para mi “antisociabilidad”. Aún recuerdo con emoción esos ensayos dando vueltas en círculo, hablando de la fragmentación del sí mismo intentando encontrar un sistema de representación teatral. Eso fue antes de las redes sociales. Ensayar un monólogo que repetía de diferentes maneras la primera persona del singular para volverla irreconocible (y del esperable fracaso) era circunscribir un cuerpo antes del celular.
En ese tiempo quería escapar del poder atrapante de la televisión, veía cómo se estragaba a mis amigos que por cierto eran mucho más talentosos que yo, quería escapar del gran hermano. ¡Qué programa fascinante! El “GH” además de ser un programa de televisión muy famoso, fue popularizado a partir de 1949, luego de la segunda guerra mundial, por una famosa obra de Orwell llamada “1984”. En esa sociedad orwelliana se manipulaba la información, se practicaba la vigilancia masiva, la represión política y social. En todas las televisiones estaba ese programa que tanto odiaba, hizo realidad esa novela que cuando se editó parecía ser ciencia ficción pero que, en pocas décadas, se había vuelto realidad.
Pero ¿todo es negativo en estos adelantos?, ¿no podrían destacarse algunas cuestiones de estas épocas que nos llevarían a la gran hermandad? o ¿sólo nos queda el escepticismo radical? Muchos y muchas han pensado que el acceso a las comunicaciones horizontales en tiempo real nos conduciría a algo mejor como lo soñó McLuhan y tantos otros con el término “aldea global”. Sería posible, pudiendo escribir donde fuera y mandar nuestros trabajos a la estratósfera de las posibilidades que nos dan las redes y ser leídos. Una utopía por la que deberíamos luchar; en el comienzo de la pandemia hubo ese destello, entre otros dicho por Zizek: esta experiencia negativa nos volvería “mejores humanos”, ante la evidencia de que lo que le pasa a uno (en Wuhan, por ejemplo) finalmente nos pasa a todes.
Pero ya están los “pincha globos”, sosteniendo que estos “adelantos” vienen de lejos, desde la primera revolución industrial, finales del siglo XVIII, un filósofo llamado Bentham (1748-1832) pensó una forma de construcción arquitectónica ideal para que facilitara desde un punto central la visibilidad, lo llamó panóptico, para que nada se escapara de una mirada posible. Así la llamada revolución tecnológica industrial trajo aparejado tecnologías de control social, se construyeron cárceles, manicomios para enfermos mentales, escuelas, para que nada dejara de ser observado como también lo demostró Foucault, y otros autores como Chul Han que hablan de estas épocas como del panóptico digital.
¿Qué singulariza este 2020-2021 además de un virus planetario desconocido y una tendencia indeclinable hacia la digitalización? Cinco cuestiones podemos hoy nombrar:
1- Una gran contradicción. Por un lado, el mundo terminó siendo nuestra habitación, que se volvió como la casa del GH (si la tenemos) de la que no se podía salir, se volvieron manifiestas las restricciones de movilidad y por otro lado, se abrió como nunca la infinitud del planeta en nuestro celular inteligente, ese centro identitario que nos abrió un espacio y tiempo potencial inabarcable de posibilidades, aunque a condición de que lo llevemos encima, que nos siga a todos lados, o quizás sea al revés, seamos nosotrxs quienes no nos alejamos ni a un brazo de donde se encuentra.
2- Una necesidad de transmisión. Trasmisión como significante que abre varios caminos, diversos por cierto. A. Transmisión de saberes en épocas de analfabetos. Hoy se utiliza mucho el concepto de “analfabeto digital”, podríamos agregar a partir de casos que hemos visto que también existen los analfabetos analógicos, chiques que no saben leer un libro, pero que ese mismo libro lo pueden leer en la pantalla de una computadora. B. una época de trasmisión de datos, la nube es un embotellamiento y hasta de apagones que llevaron a grandes ataques de histeria y de deseos de suicidios colectivos. C. Transmisión de nosotrxs. Parece que sin las redes ya no somos, convertidos en un perfil, en un avatar, en una identidad virtual salimos al planeta virtual.
3. Cambios de la noción de lo privado y lo público. En pocos años, debimos aprender a ajustarnos a los requerimientos de cada red social y volver esas fotos que arman nuestro álbum, no en la privacidad de la otrora vetusta caja de fotos analógicas sino en el álbum público digital. Ahí estamos balanceándonos entre una cosa y otra y equivocándonos, ¡eso no lo tenés que volver público!
4. El planeta se ha homogeneizado, posiblemente un chique de clase media argentina no haga algo muy distinto que uno de clase media chino. Un planeta globalizado pero al mismo tiempo un mundo con una desigualdad social jamás vista.
5. Existe un nuevo tiempo verbal que se ha vuelto hegemónico, se trata del futuro perfecto, nos levantamos a la mañana con una pregunta: ¿qué habrá pasado hoy? Se define ese tiempo verbal como una acción futura ocurrida con anterioridad a otra también futura. Es un tiempo verbal “relativo” entre dos futuros y en el medio estamos nosotros tratando de desperezarnos para comenzar un nuevo día escolar-laboral y, desde el mismo principio, nos dicen que esa acción que hagamos será perfectible, ¿no será una época ideal para deprimirse o para ser un maníaco indetenible frente a nuestro siempre “no estar a la altura”?
En mis primeros 25 años de vida, yo me preguntaba ¿qué pasó?, en los otros 25 años me pregunté: ¿Qué habrá pasado hoy? Un cambio radical, te levantás con noticas que están ahí mirándote desde el celular, esas noticias te “asolarán”, vendrán a ti. Este es el tiempo de las distopías, ¿qué significa distopía? Algo que podría suceder mañana pero que todavía no sucedió. Es ciencia ficción a la vuelta de la esquina. Ya no se trata de Franskenstein, no se trata de cómo hacer vida de lo inerte, de esa chispa que marcó la llegada de las primeras células. No se trata de esa ciencia ficción, la de un monstruo romántico que vuelto a la vida es un débil mental, un asesino y que se esconde de los otros seres humanos por su fealdad. Ahora se trata de avances científicos que producen grandes descalabros en la subjetividad. Como en la serie “Years and Years” cuando una adolescente en vez de tatuarse el cuerpo no tuvo mejor idea que implantarse el celular en su mano, y se lo muestra a la madre horrorizada justificándolo como un avance de época. Le dice: “Es muy práctico”, no lo pierdo, y tampoco lo tengo que tener todo el tiempo encima. El celular soy yo”. La madre no sabe qué decirle, ¿es lo mismo tatuarse que hacerse un implante?, ¿Cambia la relación entre nuestra subjetividad, nuestro cuerpo, nuestra relación con lxs otrxs, la otredad en tiempos de las redes asociales?
Martín Smud es psicoanalista y escritor.