El 50,9 por ciento de inflación de 2021 sigue resonando con fuerza en los rincones de la política nacional y, sobre todo, en los bolsillos de los argentinos. La suba de los precios debe atacarse con seriedad técnica y retórica, porque es uno de los escollos para mantener a la economía creciendo. Bajar la inflación es central para que se lleve a cabo una distribución progresiva de ese crecimiento.

Retumban en los medios argumentos neoclásicos que recientemente hasta el propio FMI desestimó. Uno de ellos tiene que ver con la monocausalidad de la inflación, cuyo inicio es la Teoría Cuantitativa del dinero, que relaciona la cantidad de dinero en la economía con el nivel general de precios. Esgrimen, desde estos sectores académicamente perezosos, que el déficit fiscal es la génesis de la emisión monetaria y, en definitiva, la razón de la inflación.

El dinero

Si bien es cierto que hay una aceleración del gasto a partir de julio, probablemente asociado a las elecciones, el déficit fiscal primario del 2021 fue del 3 por ciento del PIB, bastante menos de la mitad del que se tuvo en 2020. Aun así, la inflación del 2021 fue 14 puntos más alta. No parece ser entonces el déficit en sí mismo, ni la expectativa que de él se desprende, el causante de la inflación.

Con un déficit fiscal más acotado y financiado en una menor proporción con recursos monetarios, el crecimiento de la base monetaria vinculada al sector público se ubicó en niveles similares a los de años previos. En síntesis, la base monetaria verificó una expansión del 40 por ciento nominal en el año, lo que implicó una contracción en términos reales del orden del 10 por ciento. Lo mismo ocurrió con el agregado monetario M2.

Puede que alguien esgrima la idea de los “rezagos de la política monetaria”, pero si se analiza una larga serie de datos monetarios se observa que la evolución del dinero en circulación y los precios no muestran ni causalidad clara ni linealidad en la duración de sus “rezagos”.

Entonces, no solo no hay una “maquinita” que funciona sin parar las 24 horas, sino que, por el contrario, hay una contracción monetaria considerable, consecuente con la búsqueda de una normalización macroeconómica. No se puede negar el impacto del dinero en la inflación, sería ingenuo creer que sus efectos son innocuos, pero todo en su justa medida.

Cóctel

Entonces ¿por qué suben los precios? El componente monetario es uno de los ingredientes en el cóctel de la inflación. A esa coctelera hay que agregarle la inercia que ya traen los precios, esto es, sencillamente, que la inflación del pasado se proyecta hacia el futuro y pone un piso de cara a lo que viene.

Además, hay que sumar lo que ocurre en el mundo, sumergido en un proceso inflacionario que repercute en nuestro país, sobre todo por el aumento de las materias primas que distorsionan los precios internos. Solo por mencionar algunos ejemplos, Turquía cerró el año con una inflación del 36,1 por ciento, la más alta desde 2002; Brasil con 10,1 por ciento, el pico desde el 2015, y Estados Unidos con el 7 por ciento, la más alta desde 1982.

Llegado este punto, vuelve a ser evidente que nada de lo repasado explica una inflación del 50,9 por ciento. Ningún argumento por sí solo transparenta la razón por la que, por ejemplo, el rubro “Restaurantes y hoteles” haya tenido aumentos del 65,4 por ciento, cuando el Estado, con la implementación de Previaje, invirtió más de 53 mil millones de pesos en el turismo durante el año. O la causa por la cual “Prendas de vestir y calzado” tuvo aumentos del 64,6 por ciento, a pesar del ATP y REPRO. Si bien cada rubro tiene sus razones y explicaciones, los precios de la economía parecen subir, entre otras cosas, por descoordinación.

La descoordinación económica y la mala comunicación no contribuyen a bajar los precios que, otra vez, salvo la honrosa excepción de las jubilaciones y pensiones, en el mejor de los casos, empatarán con algunos salarios.

Retomando, la inflación en el mundo impacta en los precios internos al alza, pero no explica la totalidad del fenómeno. Asimismo, el déficit fiscal no parece probar, por lo menos de forma única, la inflación del 2021. Por otro lado, tanto la base monetaria como los billetes en manos del público han tenido contracción en términos reales, esto es que crecieron menos que la inflación y que se mantiene por debajo del promedio del gobierno anterior.

Coordinar

Si bien las políticas fiscales y monetarias van recorriendo senderos de normalidad, la coordinación de la macroeconomía no está orientada a bajar la inflación sino a mostrar solidez técnica, que nadie discute, pero que se aleja de la política. Como ya se demostró, la inflación actual tiene poco que ver con lo técnico.

La combinación de falta de coordinación, de no generar expectativas positivas, de políticas que no van contra los oligopolios, controles poco eficientes y, algo que se repite mucho, la falta de un programa, atentan contra la caída de los precios.

Conducir todas estas variables al mismo objetivo, el de bajar la inflación, será decisivo para que la economía siga creciendo durante el 2022 pero de forma sustentable, asegurando el poder adquisitivo de los y las trabajadoras y trabajadores.

*Economista, director del Centro de Estudios Políticos y Económicos (CEPEC)