"Hasta el Mundial no paro" gritó Sergio "Maravilla" Martínez apenas se hizo público su amplio triunfo por puntos en fallo unánime ante el inglés Macaulay Mc Gowan. El ex bicampeón del mundo había amenazado con su retiro si llegaba a tocarlo la derrota en la noche de Madrid. Pero esa posibilidad estuvo más lejos que nunca. "Maravilla" derribó dos veces a Mc Gowan y construyó, quizás, su mejor actuación desde que decidió regresar a los rings en 2020. En todo caso, la pregunta vuelve a centrarse: ¿puede aspirar Martínez al milagro de volver a ser campeón del mundo a los 47 años de edad, algo que nunca consiguió ningún boxeador argentino? ¿O su nivel le alcanza para derrotar con claridad a rivales de segundo orden y para no mucho más que eso?
La calidad de "Maravilla" sigue intacta. Se percibe que ha sido un crack en la flexibilidad de su cintura para pasar las manos de su rival y volver de contragolpe, en sus reflejos para vistear y en la limpia ejecución y recorrido de sus golpes. Ya no están ni estarán esas piernas ágiles que lo hacían flotar sobre la lona y le permitían llegar más rápido a la defensa y el ataque. No rehuye los cruces, pelea más plantado y al plantarse más, también recibe más. Ante adversarios como Mc Gowan y los otros que había tenido hasta aquí (el español José Miguel Fandiño, el finlandés Jussi Koivula y el inglés Brian Rose), nunca correrá riesgos.
Pero no es ese el objetivo detrás del cual corre Martínez. En la meta, lo esperan los campeones del mundo de la Asociación, el cubano Erislandy Lara y el japonés Ryota Murata, que posiblemente en abril unifique su corona con el kazajo Gennady Golovkin, el monarca de la Federación Internacional. Sin ser unos fuera de serie, Lara y Murata representan un nivel de oposición muchísimo más elevado que el que ha tenido hasta aquí. Contra ellos, un descuido o un golpe bien aplicado puede valer una derrota y el fin abrupto de todos los sueños. Contra los Mc Gowan, fuertes, pero imprecisos y en su caso irresolutos, apenas una contingencia desfavorable.
Quedó dicho: Maravilla (72,800 kg) hizo la mejor pelea desde su retorno. Ganó y gustó. Se sintió tan superior, tuvo todo tan dominado sobre el cuadrilátero del Wizink Center de la capital española, que hasta se dio el lujo de administrar energías sobre el final. Lo dejó venir a su adversario sin luces y en el último round, como también lo había hecho en el 7º con un certero gancho de derecha a los planos bajos, volvió a derribar a Mc Gowan (72,800), ahora con una izquierda recta mas justa que vigorosa. La tarjeta de Página 12 dio 99 a 89 para el argentino en coincidencia con dos de los tres jurados. El restante dictaminó 98 a 90.
Si Martínez no tuviera una autoxigencia tan brutal, si no se hubiera puesto tan arriba el listón de la exigencia, sólo cabría aplaudirlo de pie y dejar de lado cualquier intento de crítica. A la edad en la que casi todos repasan los albumes de las viejas glorias, él decidió meterse en un gimnasio, volver a sacarle el jugo que le quedaba a su físico exprimido y apuntar muy alto. No hace el esfuerzo sólo para darse el gusto de volver a ser boxeador, lo hace porque quiere ser campeón otra vez. Y en ese contexto deben evaluarse sus peleas. Maravilla se mete en un ring con boxeadores veinte años menores que él porque pretende más gloria, más satisfacción para su ego inmenso, un lugar mayor en la historia. Y hacia allí va. Sin escatimar esfuerzos. Tal vez llegue. Nadie puede cruzarse en el camino de un hombre cuando sueña.