Tenía un carisma fabuloso que había ido componiendo con distintas piezas, la pericia del narrador oral y la reivindicación de las historias, la musicalidad de la escritura y el manejo de los diálogos y la acción, las pinturas de los personajes: él mismo fue construyéndose como un personaje a partir de entrevistas en las que mechaba, como en sus textos, sus toques de fantástico, de realismo delirante, como esbozaba Laiseca. Esa química incluía rasgos como no haber terminado la secundaria, o empezar a leer “literatura” a los 20 o no manejar el inglés, rasgos que en parte lo constituían y que a veces lamentaba, porque le hubieran allanado caminos hacia una curiosidad gigante, una curiosidad entusiasta que aparecía en sus escritos, y ahí está su pasión por San Lorenzo, por Chandler y Hammett, por la política y la historia, por el cine y el boxeo, por Maradona y Gardel, por la literatura y los gatos.
Fue el escritor argentino más popular entre 1983 y 1997: estaba todavía en el exilio cuando las dos novelas que editó primero en Europa, No habrá más penas ni olvido y Cuarteles de invierno, se publicaron en la Argentina y encabezaron durante meses los rankings de ventas. Igual pasó con cada uno de los libros que publicó hasta el final, que llegó un par de meses después de Piratas, fantasmas y dinosaurios, su última recopilación de artículos de prensa. Pero en términos de popularidad habría que ir más allá, porque la reedición de su obra, que impulsó Juan Forn y publicó Seix Barral entre 2004 y 2016, contabilizó 412.200 libros, casi unos 32.000 por año. A casi veinte años de su muerte Soriano seguía siendo, sin grandes luminarias mediáticas sobre su figura, best-seller.
Y lo fue con una impronta fuertemente contestataria. El tironeo interno y feroz del peronismo en No habrá más penas; el fascismo social en Cuarteles; el cambalache menemista en El ojo de la patria; el arrasamiento neoliberal en Una sombra ya pronto serás. El escritor como testigo de su tiempo, un tiempo que a la vez toma y proyecta otros tiempos. Y desmenuza las tramas de poder, las chantadas, los silencios, las zonas veladas. Con humor, con pena, con furia. “Ahí estaba, llegando a sus lectores”, como lo despidió en este diario Abelardo Castillo. En el tendido de puentes, en el establecimiento de relaciones. En pleno alfonsinismo y en medio de un congreso de intelectuales, en agosto de1986, encaminó su exposición hacia el vínculo entre literatura, política, deuda externa: un revuelo interesante, se armó. Apareció publicado en Rebeldes, soñadores y fugitivos hace 35 años bajo el título “Utopía, una cultura en deuda”. El texto está dedicado “a la gente de Página/12” y termina así: “La verdadera salvación está en la audacia intelectual, en la locura creadora. En la utopía, que mantiene viva la esperanza de que un día seamos mejores”.