“Lo perecedero comporta un valor de rareza en el tiempo” (Sigmund Freud)
“Estas arenas pesadas son el lenguaje que el viento y la marea han infiltrado aquí" (James Joyce).
Publicado el 2 de febrero de 1922, por Editorial Shakespeare and Company de París, bajo la dirección de Sylvia Beach, el Ulises de James Joyce marca un antes y un después en la narrativa contemporánea. Dice Jacques Mercanton en el prólogo a la primera edición en español de 1945: “El Ulises de James Joyce ha aparecido como un nuevo planeta en el universo.”
Atento a las lógicas misteriosas del cosmos, expresadas por los números, Joyce publicó el Ulises en 1922, exactamente cuarenta años después de su nacimiento, el 2 de febrero de 1882. También la fecha en la que transcurren los acontecimientos novelescos tiene que ver con su vida ya que la historia narrada se desarrolla en Dublín, el 16 de junio de 1904, día en que conoció a Nora Barnacle quien sería su esposa y madre de sus dos únicos hijos (Giorgio y Lucía). En la cartografía numerológica de Joyce no puede pasar inadvertido el hecho de que el Ulises apareciera justamente el mismo año de la muerte de Marcel Proust: 1922. También es asombrosa la coincidencia entre los años de nacimiento y fallecimiento de James Joyce y Virginia Woolf: 1882-1941.
Como lectores latinoamericanos, hemos tenido la felicidad de que grandes novelas extranjeras contemporáneas hayan sido traducidas por argentinos. Pienso en Las palmeras salvajes de William Faulkner, traducida magistralmente por Jorge Luis Borges, en Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, traducida por Julio Cortázar y en el Ulises de Joyce traducida por primera vez al español por un argentino, el escritor José Salas Subirat, quien nos legó el misterioso mundo joyceano con un timbre y tono argentinos, latinoamericano, a través de la famosa publicación de Santiago Rueda Editor de Buenos Aires, en 1945. Cierto tono, cierto “respiro” muy especial de estos grandes escritores argentinos nos han acercado estos textos desde una recepción casi familiar, empática, fraterna.**
Ardua tarea la traducción del Ulises. La versión de Salas Subirat fue muy bien recibida en el mundo hispanohablante y fue la única hasta la publicación de la traducción que llevara adelante el poeta y estudioso español José María Valverde editada por Lumen de Barcelona en 1976. Hay otras traducciones más recientes al castellano como las de Francisco Tortosa, Luisa Venegas, Rolando Costa Picazo y Marcelo Zabaloy.
Los desplazamientos a través del lenguaje que realiza el narrador joyceno en el Ulises, (narrador múltiple, monólogo interior, fluir de la conciencia o asociación libre) arrojan al lector a las olas (“olasdiscurso”) de un océano con riberas y bahías extrañas y, a menudo, también conocidas. Si la literatura es una tautología o purgación de todas las reminiscencias como señalan Roland Barthes y Julia Kristeva, los textos surgen de la repetición, refundición, borrador o palimpsesto de otros textos, de otros discursos, de otros recuerdos que el lenguaje arrastra. El trabajo intertextual es la máquina de la cual deviene la escritura del Ulises: Homero, Dante Alighieri, Shakespeare: “-¡Y qué carácter es Yago! -exclamó e impávido Juan Egliton-. Cuando todo se ha dicho. Dumas fils (¿o es Dumas père?) tiene razón. Después de Dios, Shakespeare es el que más ha creado. (p.258).
En el periplo (una jornada) de Leopold Bloom, Odiseo moderno, están Oriente y Occidente. Grecia y Roma, el catolicismo, los germánicos, las cruzadas, la edad media, la modernidad, la Belle Époque, el siglo XX, surgen del devenir temporal del Ulises, devenir que es devenir del lenguaje y el psiquismo: “Ah, Dédalus, los griegos. Tengo que enseñarte, tienes que leerlo en el original Thalatta! Thalatta! Ella es nuestra grande y dulce madre” (p.37). Italia y Francia, Rusia, Alemania y España se filtran en los monólogos y descripciones joyceanos, a través de giros y locuciones latinas, griegas, italianas y francesas. Y también lo celta a través del gaélico, que alude a las raíces irlandesas de Joyce (“Yeats y no Keats”, o sea el poeta irlandés y no el poeta romántico inglés, dice el narrador en un enunciado que explicita su identidad), e inclusive el esperanto que entre dientes articula Bloom cómicamente. Formación de palabras por prefijación, sufijación, composición y parasíntesis, derivaciones semánticas y fonéticas, creación de neologismos son los procedimientos que constituyen la base del tratamiento del discurso en ese mar que se evoca una y otra vez, el mar del lenguaje: “selenearrastra”, “manos sodagrietadas”, “muertedemar”, "sherlockholmeándolo”, “novilla establocebada”, “platosaucedecorado”, “elquecomolollamas”, “tiempo bloomoso”. Aliteraciones, onomatopeyas, hipálage, oxímoron, alteración de la secuenciación tonal, ironía y humor conforman la retórica del universo joyceno. La lectura se encontrará con el fin de la Frase como entidad jerárquica de la sintaxis, como indica Barthes en El placer del texto.
La supresión de nexos coordinantes y subordinantes, muestra la erosión consciente de la escritura que se torna poética, desde una gramática distinta de la gramática de la comunicación: esto es la gramática del inconsciente y de los sueños.
Odiseo/Ulises y su peripecia heroica para retornar al hogar luego de la guerra de Troya se reescribe en la travesía de Leopold Bloom por las calles de Dublín que reactualiza el texto homérico y el mito: el mar proceloso, Circe, Eurídice y Orfeo, el encuentro con Nausícaa, los cíclopes, las sirenas, el descenso al Hades. Penélope, la fiel esposa que aguarda a Odiseo/Ulises y que cierra la épica del héroe es en esta versión Molly (Maruja), nacida en Gibraltar, la mujer moderna y burguesa de Leopold, nada fiel, que representa el deseo femenino en el célebre monólogo interior o más exactamente fluir de la conciencia del final del libro, donde se leen la maternidad, el matrimonio, el amor y el sexo.
Siempre Grecia: los bastones de fresnos evocan las lanzas homéricas, y por cierto, lo latino en la reminiscencia pastoril virgiliana: “Hora de Pan, faunesco, mediodía. Entre plantas serpientes gomapesadas, frutos lecherrezumantes, allí donde yacen extendidas sobre aguas morenas. El dolor está lejos.” (p.81). Advertimos el hálito melancólico y crepuscular de Verlaine en la descripción de “la hora del pastor”, la hora vespertina (de vésper o venus, el lucero de la tarde).
Junto a Leopold Bloom, de ascendencia judía, caminará el joven poeta Stephen (Esteban) Dédalus (en su nombre se conjugan lo grecolatino, los evangelios y el mito). Bloom, el hombre maduro encuentra en Esteban Dédalus a su propio hijo muerto, Rudy, el hijo que no puede recuperar más allá del sueño, y que contempla en el Hades joyceano con zapatos de vidrio y yelmo, breve caballerito que lee de derecha a izquierda un libro como los rabinos, con un traje con botones de diamantes, un bastón de marfil como un reyezuelo y un corderito blanco símbolo de la inocencia y la redención, junto a Milly, la hija amada que surge de la espuma del mar como Venus. El Hades joyceano es el lugar donde las los muertos dialogan, se confiesan y muestran sus rostros verdaderos en un torbellino dramático (escrito en forma de teatro) y paródico que rememora la conversación y las ofrendas del Odiseo homérico junto al hoyo donde se asoman las sombras heroicas.
Y, de modo magistral, es también la reescritura paródica del infierno dantesco, desde los ojos del católico Joyce que mira desconfiado lo clerical, un infierno habitado por los muertos amados, por otros desconocidos y anónimos que cambian sus nombres y atuendos, por la réplica del Cancerbero y de Eurídice, por la seductora Zoe, medio ninfa, medio gacela, que le promete a Bloom esperarlo en su próxima visita ya que ahora está vivo (como Dante Alighieri que desciende al Infierno sin morir, gracias al ensueño poético).
Zoe con su nombre griego evoca el famoso texto de Freud “El deliro y los sueños en la Gradiva de Jensen” de 1907 (sin duda Joyce había leído este estudio de Freud, donde la hermosa Zoe-Gradiva, producto de la fantasía -y por momentos del delirio- no es la griega evanescente sino una moderna joven alemana). El infierno joyceano tiene su entrada y está situado en la nocturna Mabbot Street, en Dublín. Grotesco, esperpéntico, Bloom y Dédalus van al submundo llevados por su existencia aburrida. Medio sueño y medio deliro, el infierno joyceano nos recuerda inmediatamente al “Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia”, Libro Séptimo de Adán Buenosayres, de Leopolod Marechal, nuestro Ulises argentino, publicado en 1948 que recibió el reconocimiento y el elogio casi solitario de Julio Cortázar.
Cancerbero, las harpías, las sirenas, las Tres Gracias, Eurídice, Dido que mueve al suicidio histérico de las mujeres, vistos desde la mirada irónica de Joyce que deforma y caricaturiza: ángeles que parecen prostitutas, apóstoles semejantes a rufianes malditos, ninfas que se alimentan de luz eléctrica, musas de la Publicidad, La Manufactura, La Libertad de Expresión, El Voto Universal, El Parto sin Dolor, La Gastronomía, Maruja Bloom, vestida con galas moriscas que convienen a su origen, Gerty, la joven deseada por Bloom, y, también los peores libros del mundo… Esteban Dédalus aclara que Pasifae es una ascendiente de su linaje, ya que su lejano abuelo (Minos) construyó el laberinto por el que porta ese apellido: Dédalus. Es irónico el joven Esteban cuando parafrasea a Hamlet y dice: “Tener o no tener. Esta es la cuestión.” O sea que el problema de la sociedad capitalista no es con el ser, sino con el tener. Y si Shakespeare es quien más ha creado después de Dios, es quien más luz arroja sobre la marea del lenguaje:
“Así es como escriben los poetas, sonidos similares. Pero sin embargo Shakespeare no tiene rimas: versos bancos. Es el torrente del lenguaje. Los pensamientos. Solemne.”(p.181)
Marcel Proust cierra un ciclo y James Joyce inaugura otro. Las extensas descripciones de “En busca del tiempo perdido” se concentran en los deslizamientos de la conciencia, en el empuje al fantasma y lo femenino, en los lapsus, hasta las fronteras del rumor, del susurro, del grito, de la no palabra.
El laberinto que es la “amada y sucia Dublín”, es el escenario donde Bloom y Esteban Dédalus vivirán su día, un día que lo acerca cada vez más a su destino mortal: “El 27 estaré junto a su sepultura. Diez chelines para el jardinero. La conserva libre de yuyos***. Viejo él también. Doblado en dos con sus tijeras recorta el pasto. Cerca de la puerta de la muerte. ¿Quién pasó? ¿Quién dejó esta vida? (…) Les llega el turno a todos. ¿Quién se fue al otro mundo? (…) ¡Cuántos! Todos estos anduvieron en un tiempo por Dublín. Se durmieron en la paz del Señor. (P.142-143).
Las mujeres en el Ulises
Molly o Marion (Maruja en español) Bloom habla desde el fluir de la conciencia, sin signos de puntuación, sin la unidad tonal y de sentido de la frase, la oración y las palabras. Maruja Bloom (que ha perdido a un hijo y se consuela con la presencia de Milly, la hija mujer) es infiel a su marido Leopold Bloom y cierra la jornada mientras lo aguarda en la cama. Los recuerdos de Gibraltar, la presencia del catolicismo, el deseo, el cuerpo femenino, el sexo deviene sin las trabazones lógicas de la lengua: “no eso no es para él no tiene modales ni es refinado ni nada en su natural golpeándome así sobre el trasero porque no lo llame Hugo el ignorante que no sería capaz de distinguir entre una poesía y un repollo eso es lo que se gana por no ponerlos en su lugar le tiran a una los zapatos y los pantalones ahí sobre una silla delante mío con todo el descaro sin siquiera pedir permiso (…)”. (p.721).
En el trajín cotidiano de Bloom por las calles de Dublín, surge una nueva Nausicaa, la princesa hija de Alcinoo del texto homérico, y Bloom se acerca a ella. Es Gerty MacDowell, una chica que juega en la playa con sus amigas y que se comporta con desenvoltura provocativa, es una Nausicaa nada tímida y que cojea: “Caminaba con cierta quieta dignidad característica de ella pero con cuidado y muy lentamente, porque Gerty MacDowell era… ¿Zapatos muy ajustados? No. ¡Es coja! ¡Oh!” (p. 389).
Como en la comunicación, en el lenguaje, en el sujeto, algo falta, algo falla, la representación de la realidad es coja, renga…
El anochecer enmarca el idilio de Bloom y Gerty. El mito cae de su pedestal. Adviene el lucero de la tarde, Venus y su llamado al amor y al erotismo. Entonces se evoca a Verlaine, el poeta del crepúsculo. El mito se resquebraja, el héroe es ahora un señor maduro que siente ya el peso de los años. El tiempo del mito se desploma y surge la aceptación y la conciencia de lo perecedero.
Carl Gustav Jung, el psiquiatra y psicoanalista que trató a Lucía Joyce, la hija del escritor, quien terminó encerrada en la psicosis, dice al respecto del Ulises:
“Mas el efecto perturbador del Ulises reside en que tras miles y miles de envolturas nada se esconde, en que no se dirige ni al espíritu ni al mundo, y que, frío como la Luna, deja rodar, contemplándola desde una cósmica lejanía, la comedia del devenir, del ser y del pasar:.."
*Escritora y crítica literaria. Ganadora del premio de las Américas.
**Todas las citas se hacen desde la traducción de José Salas Subirat, Ulises, Santiago Rueda, Buenos Aires, 1974.
***Yuyos: Argentinismo, por la traducción de Salas Subirat .