El 10 de junio de 2016 se llevó a cabo en la ciudad de Salta el décimo Pre Coloquio de IDEA. Para entonces se acababan de cumplir cinco meses de la detención de Milagro Sala, el 16 de enero de ese año en San Salvador de Jujuy. Y hacía seis meses que el país estaba en manos de la alianza Cambiemos.
El macrismo todavía no me había despedido de Radio Nacional Salta y la producción me había enviado a hacer un móvil desde el Centro de Convenciones de Limache, donde se desarrollaba el encuentro del empresariado y una parte de la dirigencia política. El interés estaba puesto en el acto final, en el que se ofrecía la “visión de los gobernadores” de Salta, Juan Manuel Urtubey; de Jujuy, Gerardo Morales; de Tucumán, Juan Manzur, y de Catamarca, Lucía Corpacci.
Algunos hechos de esa instancia del Pre Coloquio se me borraron ya, pero un momento me quedó grabado, por su descarnado machismo.
El presentador era el periodista Mario Ernesto Peña (el padre, no el actual ministro de Turismo y Deportes de Salta). Cuando tocó el turno de que hablara Morales, Peña bromeó con que se trataba de un hombre que tenía arrastre con las mujeres, “si no me creen, pregúntenle a Milagro Sala”, cerró jocoso.
Hubo risas en el escenario, y abajo. Ahí, al lado de las mesas a cuyo torno se sentaba el empresariado, la risotada sonó como un golpe. De pie, a un costado, me invadió la sensación de desamparo, la bronca.
Y pensé en el desamparo y la rabia que debía de sentir Milagro Sala, la que debe de sentir ahora. Detenida irregularmente desde hace seis años por el deseo de un señor machista, patriarcal, vetusto (por sus ideas), que construye su poder sobre el cuerpo y las almas de otras personas.
Y si quien se interpone a ese poder es mujer, si encima es negra, si encima tiene rasgos indígenas, para el machista redomado, para el cholo (en el sentido que en el siglo XX le dio el arzobispo Tavella, la “gente de sociedad”) de Salta y de Jujuy, no hay respeto posible, no hay mirada que la reconozca como persona.
Eso se pudo apreciar con una claridad meridiana en ese escenario del Pre Coloquio, donde Milagro Sala era apenas un objeto, un trofeo, que un/os machos exhibía/n y otros machos festejaban.
Y no es casual que esa celebración se diera en ese encuentro de empresarios (el género masculino es ajustado, porque las mujeres suelen estar siempre en minoría en esos espacios), donde el pretendido diálogo sector privado y Estado es solo eso, una puesta en escena apenas. Porque, en general (con honrosas excepciones), en esos espacios quienes dicen representar al Estado son solo empresarios que ocupan ocasionalmente cargos públicos, es la historia inacabada del país desde que existe como tal.
Y ese es el punto central que subyace en el ataque descarnado a Milagro Sala. Porque ella, con sus modales (que tanto molestan a algunas personas), sus aciertos y sus errores, tocó un punto central en el país, en Jujuy: disputó poder. Eso es lo insoportable de Milagro Sala y la Tupac, que se atrevió a poner en práctica un proceso de apropiación popular de las herramientas del Estado, históricamente en manos de la "gente bien", adecuadamente patriarcal, insoportablemente cínica, e inmoralmente rica.
Cuando detuvieron a Milagro Sala me sorprendió encontrarme en Jujuy con periodistas preocupades por el poder de la Tupac, decían que dañaba la democracia, que se había convertido en un estado dentro del Estado. Eso es exactamente lo que han venido haciendo, desde la constitución misma del país, y de las provincias, que son anteriores a la Nación, las grandes corporaciones familiares (¿clanes?) de Salta y Jujuy.
Por años los dueños de los ingenios se han turnado en el poder político en una y otra provincia, y hasta fueron responsables en gran medida de la Década Infame. En los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX la conducción de los estados salteño y jujeño estuvo en manos de los dueños de los ingenios azucareros. “Pío Uriburu abrió la serie entre 1898 y 1901, Ángel Zerda gobernó durante los tres años siguientes y David Ovejero lo hizo entre 1904 hasta 1906”. Recuerda la investigadora Ana María Justiniano en su artículo “Poder y riqueza en Salta a fines del siglo XIX: ¿cuánto de vacas y cuánto de azúcar?”.
Los tres gobernadores tenían lazos familiares. Conocer esas vinculaciones parentales es muy útil para entender mejor como se teje la trama del poder, pero eso ya sería tema para otro artículo; para éste, solo basta recordar que a partir de 1906 la línea de sucesión de gobernadores de ambas provincias estuvo estrechamente vinculada a los dueños de Ledesma y del Ingenio y Refinería San Martín del Tabacal, cuyas instalaciones y extensas tieras se encuentran en el departamento Orán, en Salta, y que pertenecía a Robustiano Patrón Costas, también emparentado con los Ovejero, y que había sido ministro de Hacienda de Ángel Zerda y en 1913 llegó a la gobernación de Salta. Patrón Costas fue un actor político destacado de la Década Infame legada por el gobierno de facto de José Félix Uriburu, descendiente de Pío.
El poder de los dueños de ingenios era tan grande que durante años mantuvieron la hegemonía del poder político en ambas provincias, cuyos presupuestos eran inferiores a los de estas empresas. Y, dato no menor (dedicado a quienes se espantan con el supuesto poder de la Tupac): la actividad azucarera recién fue gravada en 1905. Encima, los ingenios contaban con mano de obra barata o semiesclava, asegurada por la existencia de población originaria. “Cada año los ingenios arrancaban a los pueblos indígenas del Chaco no menos de mil hombres, junto a quienes se apropiaban también de mujeres y niños para explotarlos en la zafra y en otras actividades agrícolas”, reseña Justiniano. Tan beneficiosa resultaba la “contratación” de aborígenes, que existió una cadena de intermediarios, los “encargados de sacar indios” y los “mayordomos”, que aseguraban la provisión de brazos para la zafra. Bastante parecido al sistema de tercerización de contrataciones que todavía usan en el norte los empresarios del campo.
Con algunos cambios, propios del devenir histórico y biológico, aquellos señores son los mismos que ahora están en el poder político en ambas provincias.
Hay una continuidad histórica entre esos señores y aquellos que se carcajeaban con el nombre de Milagro en la boca. Son los mismos que odiaron a Güemes porque reconoció a los gauchos; los que se opusieron al estatuto del peón rural, los que se espantaron con las patas en la fuente, los que organizaron y celebraron los golpes de Estado, los que se oponen al impuesto a la riqueza, los que se espantan con el reconocimiento de nuevos derechos, los que dicen defender la vida y la libertad pero solo tienen expresiones y acciones de muerte.
Por todo esto, y tantas otras buenas razones, Milagro Sala se trasciende largamente a sí misma hoy en día. Porque nadie que piense y sienta que las cosas deben ser un poco más equitativas puede sentirse en paz sabiendo que está privada irregularmente de su libertad y que su nombre va de boca en boca de machirulos que la invocan para intentar reforzar sus pobres masculinidades.