No es una buena noche para que Marcelo Torres, monstruo del bajo de seis cuerdas, pretenda llenar el lugar, pero al menos está guarecido (él y los que están dentro) de la persistente y fría lluvia otoñal. Le hubiese ido peor, un día como hoy, claro, con un Solari a cielo abierto. “Del Indio no hablo”, se anticipa él, en clave defensiva, ante la pregunta del millón. ¿Por qué se fue de la banda del ex Patricio Rey? “No, no, del Indio no hablo”, se planta, y la cosa queda en neutro. Caso cerrado, entonces. Caso abierto es el de la serie de conciertos que está dando con su trío, que completan Abel Rogantini al piano y Diego Alejandro en batería, en Circe (Córdoba 4335), dos jueves por mes. “El primero, como el de hoy, es con el trío, y el otro es solo set, con invitados y un repertorio más íntimo, más cancionero, que provoca otro contacto con la gente, por los loops o el bajo midi que utilizo. Además, es un desafío para mí porque me estoy animando a cantar más”, anuncia el también ex Socios del Desierto sobre el próximo show, que será esta noche, con el tucumano Manu Sija como invitado.
En el formato que sea, Torres cumple y su bajo dignifica. El trío arranca con un cuasi tango de nombre al tono (“Mi barrio”), cuya melancolía coincide con el clima de esta inaguantable noche porteña. Más por el riesgo que por su musicalidad, claro, parece una reminiscencia de aquel “Tango Cromado” de Luis Alberto Spinetta (Mondo di Cromo, 1983), o de ciertos intentos del primer Rodolfo Mederos, y hasta del Mosalini más intrépido. Pero es él, con su propio sello. Con una impronta estética y conceptual que deviene en largos desarrollos instrumentales, virtuosismo del bueno, una calentura que va creciendo inversamente proporcional al clima callejero, y alguna canción cantada. “En realidad, estoy retomando una senda abandonada hace muchos años, porque yo empecé cantando a los 5 años, y así seguí hasta los 12. Después, cuando empecé a tocar el bajo, dejé de hacerlo, pero ahora quiero volver a animarme, a reencontrarme con ese punto de conexión con mi historia más temprana, que es la voz. Me interesa ir hacia un lado más cancionero”, preanuncia el músico, poco antes que el trío comience a alterar sentidos colectivos con sus encares musicales.
La segunda pieza ancla en su afecto por el Luis Alberto Spinetta, a quien el bajista acompañó como parte de los Socios, entre 1994 y 2000. Se llama “Camino a Iberá” y relata con sonidos el camino a pié que Torres hacía para llegar a la sala de ensayo donde se pulió parte del material de ese trío impresionante. La pieza cita varios fragmentos de temas del primus inter pares del rock argentino. “Durazno sangrando”, entre ellos. Pero no es el único guiño que el bajista le hace al Flaco. Una atildada versión de “Para ir” (Almendra II, 1970), completa el cuadro. “No importa el formato, siempre hago ‘Para ir’, pero en el solo set incluyo algún otro como ‘Penumbra’ (Fuego Gris, 1993). No las cambio tanto, pero intento que tengan un toque mío”, sostiene Torres, que también fue parte de Tantor (él estaba cuando metieron el elefante en el B.A.Rock del ‘82), El Güevo y el Lito Vitale Cuarteto. Un trayecto grupal que se entrelaza con uno casi paralelo, en clave solista. En efecto, la mayoría de los temas que el bajista interpreta esta noche tiene que ver con su propia cosecha (excepto Edad luz, recrea piezas de Constructor de almas, Atomo –grabado con Pablo La Porta– y Universos de miniatura, sus discos a la fecha).
Y de un trabajo por venir que aún no tiene nombre seguro. “Aprovechamos estos recitales para probar temas que van a salir próximamente y que ya empecé a grabar en Cuba. Aproveché también que estuve de gira por la isla y grabé dos temas con músicos cubanos, que ahora tengo que mezclar. La idea es integrar el bandoneón en algunos temas, algo que no hice nunca. Sería como tangos a mi estilo, digamos, y también incorporar elementos de otros géneros, porque mi música está todo el tiempo interactuando con el folklore, con el tango o con cierto aire rock. Voy a mezclar lo que hago solo con lo que hacemos con el trío. Y la diferencia con los discos anteriores, como dije antes, sería que ahora voy a cantar”, insiste Torres. El concierto, imponente pese a la pequeñez de la escena, incluye “Aquella luz”, gema dedicada a Joe Zawinul en la que cada integrante parece incendiarse en su solo; “Polonia” que, pese a su nombre, parece un candombe en tercera dimensión. Y un set dentro del set que incluye a la aerofonista tilcareña Micaela Chauque, cuya impronta hace viajar al trío por los altos aires andinos. Es con esta formación con la que el bajista muestra sus novedades: una de nombre apropiado al cruce porteño/andino (“Identidad”) y otra en estado embrionario, de nombre inconcluso pero ideal para conjugar en verbo presente con olor a futuro: “Festejo provisorio”.