Los motores de la época resuenan en sus versos. Poesía reflexiva y de denuncia, con la mirada, como el poeta dice, en todo lo que falta.

Antonio Gutiérrez me puso en las manos su poemario Molde para una Metafísica, en el que de forma dramática se hace esta pregunta:

¿Qué monstruos se han puesto en movimiento

para asesinar el horizonte?

Tal vez, ahí radique la esencia de este poemario, con poemas reales de miradas y palabras que anuncian que: “Algo anda demasiado mal en todo esto, / hay algo que en esta tarde ahuecada / tiene el olor gris de lo cotidiano”.

El texto dividido en dos partes, la primera que da título al libro, contiene trece poemas; la segunda, veintiuno, reunidos en lo que llama el autor: Materiales Convocados, y en la que aparece, un Poema Fundacional que define el texto:

Hasta aquí he venido

sin olvidar la espalda en el trayecto,

fotografiando con los ojos el paisaje,

para tener una instantánea continua del mundo

y para que todo esto no desaparezca

en un punto de extrema perplejidad.

El compromiso se advierte, el dolor asoma, el hombre y la vida manteniendo la memoria.

Es una poesía visceral, bien escrita, indisolublemente pegada a la existencia fugaz, que se escapa y se aleja:

Te invoco Padre, para que guardes la letra

y me indiques en qué país en medio del océano,

en qué alejada bahía, en qué isla remota

se aloja todavía un poco de sentido.

Poeta comprometido con su tiempo, vocero de la generación que le ha tocado vivir, manejando el lenguaje lírico con la destreza exacta, para que la comunicación fluya y quede sembrada en el lector que la espera.

Ante tanto dolor y tanta muerte, toda la poesía del mundo, dice el poeta, no alcanzaría siquiera para una elegía.

Y ese verso inmenso, excelente, de médula hablante, como tajada de dolor en el Beirut desgajado:

¿Quién acude al llamado de las madres

que corren cual Hécuba ladrando al vacío

como queriendo morder a dentelladas el aire?

La relación del poeta con la realidad es evidente. Es bien difícil, para un verdadero creador de hoy en día, sensible, evadir la tremenda situación a que se enfrenta la humanidad toda, en este siglo XXI que avanza vertiginosamente.

Ahí va un ojo rodando como una fruta,

el alma recién faenada, la vida a los perros,

el ejemplar elegido, un fémur hablante

para avivar la hoguera, la gran humareda de la época.

Digieran bien los ríos, el verde de los árboles,

el plato de la hora. Coman, coman,

el resto que aguarda, la parte que falta.

Para el poeta de estos tiempos, no puede ser la absoluta exquisitez o el hermetismo, la manera de hacer funcionar su poética con la historia. La voz y el tono de la poesía de este tiempo, ha encontrado su cauce en este bardo argentino, que sabe enfrentar la terrible realidad que nos amenaza.

Una nueva semiótica poética ante tantos desafueros, se presenta.

Esto no es cuestión de palabras

sino de materiales convocados.

¿De qué se trata en definitiva?

¿Quiénes se harán cargo en esta hora?

Es tarde, todo está quieto ahora

y ha empezado a sangrar de nuevo en el planeta.

El verso de Antonio tiene la firmeza del mármol y la emoción y el sentimiento del más puro de los espíritus.

En esta hora invernal

solo tú me acompañas, poesía,

como un perro sublime,

Antígona de palabras en estas calles

cuando los amores pastan

en las praderas estériles…

Puedo decir con toda certeza, que he hallado en el verso de Antonio, lo que el sabio mexicano don Alfonso Reyes llamara, el triple valor del lenguaje. En un principio, una buena sintaxis y sentido en las palabras que utiliza; en segundo lugar, el ritmo y el sonido que se siente en el poema y por último la emoción, que es previa en el poeta y ulterior para el que la recibe cuando de verdad el creador la sabe expresar.

La palabra y la idea, como un bandoneón que exhala tiempo, rodando por este texto al que hacemos referencia, en desfile de imágenes, porque tocar es una forma de ir muriendo con un poco más de ritmo.

Ante la encrucijada, el poeta, con el universo en sus labios, entrega estos clamores de salvación:

No hallo una sola respuesta, solo los sonidos de ese mar

abierto que insiste,

ese rumor como el ladrido de perros en los alrededores,

como cascos de caballos veloces que siempre se

aproximan.

Solo el amor fue un ancla en todo este trámite, en todo

este escándalo,

las amadas oficiando de límite a mi disolución definitiva

mientras la noche nos seguía como una mendiga infidente.