Desde pequeño, Carlos Mellino sintió una profunda fascinación por la música. Pasaba horas, junto al Wincofon, escuchando la variopinta discoteca familiar. En ella, convivían placas de Elvis Presley, Los Cinco Latinos, Los Fronterizos y Astor Piazzolla. Ese coctel melódico se complementaba con piezas clásicas y de jazz. Motivado por una inclinación hacia la electrónica, ingresó al Colegio Industrial Pío IX. Su destino era ser técnico electromecánico, pero un fuerte altercado con un sacerdote del lugar lo hizo abandonar la institución. Por entonces, ya cantaba, tocaba la guitarra, algo de piano y estudiaba contrabajo en el Conservatorio “Manuel de Falla”. En aquellos tiempos, ingresó a una orquesta de dixieland con la que realizó algunas presentaciones. En paralelo, con su hermano Esteban y un amigo, armó un trío de espíritu country. El panorama cultural del novel artista se estremeció con la llegada de The Beatles. “Lo primero que escuché fue ‘All my Loving’ y, sencillamente, enloquecí”, recuerda. “De inmediato quise armar un grupo a imagen y semejanza de ellos”.
Alfredo “Freddy” Zorogastúa había comenzado a tocar la batería en su Perú natal. Tras un periplo por varios países de América del Sur, se instaló en la Argentina. Fue Néstor “Nacho” Smilari, por entonces pianista, quien lo sumó a Los Parkers, combo que recreaba éxitos del rock anglosajón. Su estadía en el conjunto, aunque breve, le sirvió para adquirir experiencia. Después de una exitosa prueba, realizada en una sala de ensayo de la Avenida Estado de Israel al 4100, se unió a un proyecto que ya contaba con Mellino y el bajista Guillermo “Willy” Ricoi. El siguiente incorporado fue un habitué de aquella casona de Villa Crespo: el guitarrista Carlos Centonze, autodidacta y exmiembro de The Boys, cuyo repertorio se asemejaba al de los mexicanos Teen Tops. La presión paterna determinó el alejamiento de Ricoi. En su reemplazo, ingresó un adolescente fanático del jazz: Alejandro Medina. “Empecé tocando la trompeta porque admiraba a Louis Armstrong pero luego de escuchar ‘Fever’, por Elvis Presley, me dediqué al bajo”, revela.
El flamante cuarteto, cuyo promedio de edad oscilaba los 17 años, se dedicó a moldear un sonido con el objetivo de emular al de los Fab Four. Para ello, contaba con un bajo Kuc, una guitarra eléctrica Palm, una clásica española y una batería armada con diversos tambores prestados por amigos. El “as de espadas” era una guitarra de doce cuerdas construida por Mellino, quien había quedado absorto ante la Rickenbacker de George Harrison en el film A Hard Day's Night. El resto consistía en desmenuzar aquellas perlas alumbradas en los estudios de Abbey Road. “Nos reuníamos en la casa de Carlos para escucharlas. En esos encuentros, aprendimos muchísimo” asegura Centozone. “Analizábamos minuciosamente las composiciones. Eran clases magistrales de melodía, armonía y ritmo”, define Medina. “Lo más fascinante residía en los arreglos vocales. Ninguna otra agrupación ostentaba un manejo de voces tan fresco y original”, sostiene Zorogastua. “Cada cuatro o cinco meses aparecía un nuevo tema que nos conmocionaba. Imposible escapar a semejante influjo”, acepta Mellino. Y el ex The Boys sintetiza: “The Beatles fue la revolución que nos unió a todos”.
En los primeros ensayos, el grupo interpretaba canciones de la dupla Lennon y McCartney. “Recién nos conocíamos e intentábamos amalgamarnos. Lograr cierta solidez llevó tiempo", admite el baterista. Con el correr de las jornadas, surgieron temas propios. “Carlos y Alejandro se juntaban, durante horas, a componer. ‘Freddy’ y yo hacíamos algunos aportes, pero la inspiración provenía de ellos”, aclara Centonze. Generalmente era Mellino quien creaba las músicas y Medina el que pergeñaba las letras. Las "líricas", como indicaba el mandato cultural de la época, eran en inglés. “Cantar en castellano resultaba inconcebible”, corrobora el bajista. El cuarteto, sin embargo, manejaba el idioma de Shakespeare de manera limitada. “Las piezas estaban plagadas de errores de sintaxis pero para nosotros, en aquel momento, eso no importaba”, asevera el vocalista. Superada la etapa formativa, llegó el momento de mostrarse en público. El debut fue en un club social de la ciudad bonaerense de Paso del Rey, durante los carnavales de 1965.
El grupo se fortalecía a cada paso. Mientras tanto, los ensayos continuaban. A uno de ellos fue invitado el guitarrista Juan Barrueco, quien trabajaba para Johnny Allon. El músico ofició de nexo con la figura del sello Microfón. El cantante había sido líder de Los Tammys, quinteto que había abrevado tanto en el twist como en el repertorio beatle. Convertido en solista, era un discreto vendedor de placas en la compañía de los hermanos Mario y Norberto Kaminsky. Luego de comprobar la solvencia del conjunto, gestionó una prueba ante el director artístico de la discográfica: Horacio Malvicino. Tras una audición, el cuarteto fue contratado.
Bautizados como The Seasons, en alusión a Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi, grabaron un simple con dos temas propios. El lado 1 ofrecía la vigorosa “Es mejor que no me mientas”, de precisos arreglos vocales. El reverso traía “Estoy corriendo”, ajustada entrega donde sobresalían el bajo de Medina y los aportes de Zorogastúa. Las piezas fueron acreditadas, a través de seudónimos, al animador televisivo Jorge Beillard, a los compositores Filinto Rebechi, Félix Lipesker, Carlos Ernesto Ballón y al propio Allon. Sin embargo, ninguno había intervenido en la elaboración de las canciones. “Fueron anotados como autores para garantizar la difusión del trabajo. Era una ‘devolución de favores’ muy común en esos tiempos”, explica Mellino. La demanda del vinilo abrió el camino para la confección de un álbum.
En mayo de 1966, llegó a las disquerías el LP debut. La obra exudaba impronta beatle ya desde el título: Liverpool at B.A. La imagen de la tapa, tomada por la fotógrafa Olga Masa, mostraba al cuarteto empuñando sus instrumentos en penumbras. Allí estaban: Mellino, Medina y Centonze, pero no era Zorogastúa al que se veía detrás de los parches. En su lugar aparecía el vocalista de Los Guantes Negros: Billy Bond. El apodado “Muñeco” era una especie de representante del combo y ocupó el puesto de Freddy, quien llegó más tarde de lo acordado a aquella cita. “Jamás me enojé por no figurar en la portada. No me interesaba ese tipo de exposición", perjura el batero. La placa, registrada en los estudios ION, constaba de doce canciones creadas por Mellino y Medina. Los músicos adoptaron, respectivamente, los seudónimos de Max y Rodney. El primero, según el baterista, aludía al fanatismo del cantante por el personaje principal de la serie Superagente 86: Maxwell Smart. El segundo, de acuerdo al mismo relato, hacía referencia a un hotel del barrio de Balvanera.
El lado 1 abría con la impetuosa “No podré resistir mucho tiempo más”. Mellino ofrecía certeros punteos con su guitarra de doce cuerdas. Los músicos, a través de sus palmas, sumaban adrenalina a una atmósfera de por sí excitante. Le seguía “Hoy”, balada que no hubiera desentonado en el repertorio de Roy Orbison. “Fue una de las piezas que convenció a Allon para llevarnos a Microfón”, detalla el vocalista. “Tiene aires a 'And I Love Her' de The Beatles”. “Al terminar de registrarla, los técnicos de grabación nos aplaudieron”, atestigua Centonze.
Un exquisito riff de guitarra española marcaba el inicio de “Condúceme a tu vida”, instante reposado con precisos toques de güiro. La canción llegó a ser recreada por dos combos chilenos contemporáneos, Los Mac's y Los Sonny’s. “Cuando nos amemos de verdad” cobraba impulso gracias a un rasgueo hipnótico, bellas armonías vocales y un eficaz acompañamiento rítmico. “Una chica de dos caras” era una gema pop con gran presencia del bajo y una sección media, entretejida por dos guitarras acústicas, con guiños a “Lady Jane”, de The Rolling Stones. “Las composiciones de Jagger y Richards también nos influenciaban”, reconoce Medina. La faz A cerraba con la vertiginosa “Somos felices” donde el cantante se desgañitaba mientras era secundado por un grupo en estado de gracia.
El lado 2 comenzaba con “Un largo tiempo atrás”, donde Mellino insinuaba las aptitudes que lo convertirían en un brillante baladista. Su desempeño, tanto vocal como con la guitarra española, erigía una perla de singular calidad. “Llévame lejos” era una obra de tracción acústica, resuelta con eficacia. En “Negro color carne” se respiraba una atmósfera góspel, enmarcada entre guitarras acústicas y toques de pandereta. “El clima remitía al ‘Norwegian Wood’ beatle”, precisa el cantante. El sonido a-go-go se hacía presente en la irresistible “Estoy otra vez”. El mid tempo de “Me duele que seas así” permitía apreciar las exactas intervenciones de Zorogastúa quien, como su colega liverpulense, estaba al servicio de la canción: “Escuchaba detenidamente el trabajo de Ringo Starr e intentaba emularlo. Mis aportes tenían el objetivo de robustecer los temas”, precisa el baterista. La placa concluía con “No volveré”, toda una lección de música beat.
El grupo realizaba entre tres y cuatro actuaciones por fin de semana, la mayoría en clubes de Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires. “En lugares con buenos equipos de amplificación, como en Los Indios de Moreno, los arreglos vocales resaltaban y sonábamos fantástico”, dice el baterista. “El público se entusiasmaba con los temas del simple, que habían tenido cierta difusión, y cuando tocábamos alguna pieza beatle, como ‘Can't Buy Me Love’”, agrega.
El combo llegó a ciudades del interior del país, como Santa Fe y Córdoba. También desembarcó en televisión, con presentaciones en el Canal 2 de La Plata. En cada aparición, el cuarteto vestía como sus ídolos británicos. Trajes ajustados de tres botones, camisas de cuello Mao y botas de cuero con tacón cubano. “Se las encargábamos a un zapatero de la zona de Plaza Lavalle, que hacía calzados para actores”, aporta Centonze. El aspecto del conjunto causaba rechazo en la pacata sociedad de la época. “En la calle nos insultaban por el largo de nuestro pelo. Hemos tenido varios inconvenientes, sobre todo con la policía”, certifica Zorogastua.
Liverpool at B.A. tuvo escaso apoyo de Microfón. La única estrategia promocional del sello fue soslayar la nacionalidad del cuarteto. “La idea era vendernos como un grupo inglés. Una táctica ridícula, pues se desmoronaba en cuanto nos hacían un reportaje”, razona Centonze. Más allá de la displicencia de la compañía, fue el suceso de Los Shakers lo que derrumbó al conjunto. El combo, liderado por los hermanos Hugo y Osvaldo Fattoruso, recreaba el sonido beatle con piezas originales de impecable factura. Mientras The Seasons asomaban con su LP, los uruguayos llevaban editados siete simples y un álbum. El disco, además, contenía un éxito arrasador: “Rompan todo”. La indiscutible capacidad de los charrúas fue complementada con una campaña publicitaria, impulsada por la filial local de la multinacional EMI, que los instaló en los medios de comunicación. “Los vi en televisión, en el programa Escala Musical, y quedé devastado. ¡No podían sonar así!”, exclama Mellino. “Era imposible competirles porque tenían un enorme talento”, coincide Zorogastua. Y el cantante sentencia: “Terminaron copando el circuito laboral. Ese fue el golpe letal”.
Las escasas ventas del álbum sellaron el destino del cuarteto. La discográfica convocó a los músicos a una reunión para explicarles por qué el proyecto había fracasado. El sueño llegaba a su fin. Centonze se retiró de la actividad artística. Medina y Zorogastúa, junto a los guitarristas Raúl Fernández y Miguel Ángel Díaz, armaron un combo para musicalizar la obra Señor Frankenstein, en el Instituto Torcuato Di Tella. Luego, el baterista se incorporaría a Los Náufragos y el bajista, con Javier Martínez y Claudio Gabis, formaría el grupo seminal del blues local: Manal. Mellino, tras un período de ostracismo, se sumaría al conjunto que acompañaría a Leonardo Favio en sus primeros pasos como cantante. Dicha banda, una vez disuelto el vínculo con el cineasta, se convertiría Alma y Vida, icono del jazz - rock vernáculo.
Las últimas actuaciones de The Seasons fueron en el festival Aquí, Allá y en Todas Partes, organizado por Miguel Grinberg en el Teatro “De La Fábula”. Los concurrentes a aquellas tres jornadas, de diciembre de 1966, recibieron un volante que contenía un texto escrito por el periodista. Uno de sus fragmentos proclamaba: “Y aunque gruñan los estériles y los conformistas, el resto es cantar y disfrutar lo disfrutable, a despecho del caos y la indiferencia”. Inmejorable epitafio para una de las agrupaciones pioneras del beat criollo, ese encantador género musical que dio vida al rock argentino.