Por Sonia Santoro
“Tincho2525.— Yo no sé cómo hay algunos que no les gustan las putas, dios! es la perfección, la clara dominación del hombre sobre la mujer jajaja la verdad que este foro es lo mejor q me pasó en el año.
Gustavín.— ??? Derrapaste a mi gusto. Si lo ves como algo de dominación te sugiero que vayas al psiquiatra.”
Este diálogo entre hombres que pagan por sexo es parte de la investigación Sé del beso que se compra. Masculinidades, sexualidades y emociones en las experiencias de varones que pagan por sexo que acaba de publicar Editorial Teseo. El libro propone conocer a los clientes de la prostitución y sus prácticas, algo hasta el momento poco abordado.
Es un lugar difícil el elegido por sus autores: se ubican más allá del debate tenso sobre la prostitución dentro de los feminismos y buscan estudiar el rol de los consumidores de sexo pago sorteando los prejuicios que, dicen, rodean el tema.
Se trata de una investigación colectiva e interdisciplinaria llevada a cabo durante más de cinco años. Además de entrevistar a varones que pagan por sexo, hicieron etnografía virtual que les permitió explorar los relatos, los lenguajes y las lógicas que operan entre “gateros” (tal como se autodenominan algunos de estos varones en sus comunidades online).
Santiago Morcillo, investigador del Conicet, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), es el director del estudio, en el que participaron además Estefanía Martynowskyj, doctora en Ciencias Sociales y docente, becaria posdoctoral del Conicet y Matías de Stéfano Barbero, doctor en Antropología y docente, becario posdoctoral del Conicet, y también autor de “Masculinidades (im)posibles” (Ed. Galerna). Los tres forman el "Grupo de Estudios sobre Masculinidades y Sexualidades", y respondieron como equipo.
--¿Existe todavía la fantasía de “ir de putas”? ¿Qué pasa cuando esa fantasía se concreta?
--Creemos que existen fantasías sobre el “ir de putas”, en buena medida, porque el mercado sexual las impulsa constantemente, es más, multiplica sus versiones y las adapta a los contextos. Si bien para una generación esa fantasía consistía en ir en grupo al burdel, para otra puede ser más bien una cita con un tinte romántico. Luego lo que sucede es que la fantasía es eso, una fantasía, y en las experiencias de los varones que pagan por sexo se nota cómo constantemente aparecen fisuras y la fantasía se resquebraja, por ejemplo, cuando los atiende una persona distinta a la que vieron en los avisos o cuando salen a la luz las pequeñas señales que develan el interés económico de quienes venden sexo (por ejemplo, lo que llaman el “relojeo”: cuando quienes venden sexo están controlando visiblemente el tiempo del encuentro). Pero también, cuando podríamos pensar que la fantasía se sostiene, que no se hace evidente su carácter ilusorio, las experiencias suelen repetirse y muchos entran en otra fantasía: la del enamoramiento que los conduce, en su gran mayoría, a un callejón sin salida donde su vulnerabilidad se hace muy evidente.
--¿Pero quiénes son los que pagan por sexo hoy y por qué lo hacen?
--En esta investigación no nos centramos en estudiar el por qué, sino más bien el “cómo”, es decir en comprender sus experiencias. Una gran cantidad de estudios se centran en las motivaciones, pero dejan de lado las experiencias con todos sus matices y complejidades. En el libro decimos que nuestro interés por estudiar esta práctica surge, en buena medida, por la ausencia de los varones en las investigaciones sobre prostitución. Pero en el último tiempo, sobre todo luego de la masificación feminista en 2015, pareciera que de la invisibilidad de los varones y sus prácticas pasamos a la transparencia. Ciertos discursos, sobre todo activistas, pero también académicos, construyen una imagen lineal y autoevidente en torno al por qué los varones pagan por sexo: para reafirmar su dominación. Pero al mismo tiempo, esta certeza no se sostiene sobre investigaciones que miren de cerca lo que sucede en esa relación de sexo comercial, sino en prejuicios. Por otro lado, no creemos que haya un perfil de “gatero” o de cliente, porque no se trata de un tipo de persona, sino de una práctica que varía en distintos contextos culturales y momentos históricos.
--¿Cómo se hace un cliente? ¿Qué mandatos de la masculinidad contribuyen a ello?
--Si bien muchos hombres han pagado por sexo alguna vez en su vida, en la investigación nos centramos en los que lo hicieron al menos tres veces o con cierta regularidad. Algunos de ellos se reconocen en esta práctica y construyen colectivamente una subcultura y una identidad como gateros, sobre todo a través de los foros virtuales (sobre todo a partir del cierre de los cabarets). Los mandatos de la masculinidad vinculados al devenir “gatero” están asociados a la sexualidad masculina como algo “naturalmente” irrefrenable, también a la potencia y al rendimiento sexual, y a la disociación entre la sexualidad, la afectividad y la intimidad (una disociación en la práctica imposible que, como decíamos, deja expuesta la vulnerabilidad que esconden los mandatos de la masculinidad). El mandato de tener una (hetero)sexualidad activa como forma de validar la masculinidad también está vinculado a la conquista sexual por seducción. En este sentido, la práctica de pagar por sexo supone cumplir con ese mandato a medias, porque se es activo sexualmente, pero no se accede al prestigio que da la capacidad de obtener sexo de una mujer tras seducirla. De hecho, algunos gateros dicen sentirse como “perdedores” por tener que pagar por sexo. Vinculado a esto, encontramos que en la sexualidad de los gateros, la relación con otros hombres es también una dimensión muy importante en su experiencia (como lo demuestran los que mayormente pagan por sexo en reuniones sociales entre varones, o los propios foros de clientes, en los que compartir los relatos de las experiencias sexuales con otros gateros es tan importante como tenerlas).
--Ustedes plantean que sobre estos hombres se dice que son machistas o perversos y que esa es una visión que no permite ver la complejidad de estos varones ¿pueden explicarlo?
--Lo que planteamos es que la idea de que el deseo que los guía es un deseo de dominación, o de que hay formas de misoginia particularmente exacerbadas entre ellos, no responde a lo que encontramos en el trabajo de campo. Muchos otros estudios que comparan las posiciones y actitudes de estos varones con las de la población general masculina han mostrado que no hay diferencias significativas en este sentido. Lo que sí sucede es que la concepción estereotipada del “prostituyente” como perverso impide la posibilidad de pensar tanto en aquellos casos de varones que entablan vínculos desde el respeto y la empatía con las mujeres que les brindan servicios sexuales (como suele ser el caso de varios clientes habituales), como en las tensiones que emergen en las experiencias de otros tantos de estos varones. Al comienzo del libro citamos un diálogo de unos uno de los foros muy ilustrativo en este sentido: un novato estaba celebrando su ingreso en el mundo del mercado sexual como una oportunidad para ejercer la dominación, y otros dos foristas, con más trayectoria, le plantearon que sus ideas eran muy desubicadas, que las “escorts” no iban a tardar en ubicarlo, y que tenía que repensar su vínculo con las mujeres porque estaba cargado de frustraciones y problemas personales. Desde una mirada estereotipada no podemos siquiera imaginar ese diálogo.
--Antes hablaban de la vulnerabilidad de estos varones. ¿Cómo es eso? Pareciera que plantean que los varones que pagan por sexo son víctimas.
--Esa es justamente una lectura de la cual nos interesa distanciarnos. La interpretación de las relaciones sociales en términos de víctima y victimario tiene mucho más que ver con una mirada desde el derecho, incluso muchas veces una mirada centrada en lo punitivo, que traza una dicotomía (casi un esencialismo) y dificulta pensar los vínculos de formas más complejas y versátiles. Si bien pensamos en las relaciones de poder asimétricas que aparecen entre quienes pagan y quienes venden sexo, no pensamos el poder asociado a la posición de victimario, ni la vulnerabilidad asociada a la posición de víctima. Cuando nos referimos a la vulnerabilidad de la masculinidad de los clientes, queremos poner de relieve la contracara de los mandatos asociados al poder y la sexualidad masculinos, que son ideales que en la experiencia nunca se consiguen, y que generan malestar, dolor y riesgos para sí mismos y para otros/as. En este sentido, la vulnerabilidad de la masculinidad (y lo que se hace o no con ella), es también clave para entender cómo se construyen y sostienen las relaciones de poder asimétricas en el mercado sexual.
--¿Qué dicen estos hombres sobre la violencia que suele haber en el mundo de la prostitución? ¿Y sobre la violencia que ejercen algunos de ellos contra mujeres que ejercen la prostitución?
--La violencia, al igual que la explotación o la trata, son condenadas unánimemente entre los varones que pagan por sexo. Por supuesto que no descartamos el lugar de la corrección política a la hora de responder en las entrevistas o de escribir sus relatos en los foros. Como en muchos otros casos, la violencia no suele ser considerada como algo que uno mismo puede hacer, sino que es relegada a un otro estereotipado: clientes abiertamente misóginos e irrespetuosos (que de ser detectados en los foros son “baneados”), a los fiolos que amenazan con ejercer violencia contra ellos o contra las trabajadoras sexuales.
--En relación a la trata ¿no la piensan en vínculo con la prostitución?
--Ven a la trata como algo ajeno a sus experiencias, algo que “seguro existe, pero en otros lugares”. En parte, esto tiene que ver con los discursos de la campaña antitrata y las políticas desplegadas por el estado, que homogeneizan la cuestión, y hacen que sea muy difícil poder distinguir entre prostitución forzada y voluntaria. Pero a quienes pagan por sexo de manera frecuente esta distinción les resulta vital, sobre todo porque la erotización de los encuentros depende en gran medida de la ilusión del placer mutuo. La violencia y las situaciones abusivas hacia las trabajadoras sexuales atentan contra esa erotización. En este sentido, intentan desmarcarse de la trata, a la que consideran aberrante, apelando a la elección de las mujeres que trabajan de manera independiente. Esto también es una forma de construir cierta respetabilidad en torno a su “responsabilidad” como clientes y su empatía y respeto hacia las escorts, en un contexto que los interpela crecientemente.
--¿Algunos denunciaron o dejaron de consumir sexo por alguna campaña o por la visibilización del tema en los medios?
--No, los que quieren dejar de pagar por sexo tienen otros motivos. La eficacia de las campañas antitrata en este sentido es casi nula, y no nos extraña que sea así: hay una interpelación fallida ¿cómo van a reconocerse en esa mirada que los torna prácticamente como monstruos? Las campañas en general les resultan poco relevantes, dirigidas a otros varones que no son ellos, y en general pensadas por gente que no conoce mucho del mercado sexual. Algo en lo que coincidimos: las burocracias estatales han demostrado que tienen serios problemas para acercarse al mercado sexual y comprender las lógicas que operan en sus agentes y sus demandas, tanto para aquellas que se reconocen como trabajadoras sexuales como para las que exigen otras oportunidades laborales.
--Dijeron hace un rato que algunos se sienten “degradados” por tener que pagar por sexo, pero también hay otros que mantienen una doble vida que no les gustaría que llevara la pareja de su hija...
--La práctica de pagar por sexo, al mismo tiempo que responde a ciertos mandatos de la masculinidad, también tensiona otros. Por ejemplo, como dijimos, el mandato de la conquista sexual por seducción colisiona con la práctica de pagar por sexo, pero también el rol de gatero entra en tensión con el rol de padre protector. Esa tensión, en muchos casos (aunque no todos) se intenta sobrellevar con una división muy marcada entre la vida familiar y la vida de gatero, sin embargo, sostener esta división es algo que les implica un trabajo y está constantemente acechado por la posibilidad de la falla.
---¿Cómo es la relación con los proxenetas?
--En algunas interpretaciones del mercado sexual, desde una óptica abolicionista, se plantea que entre fiolos y clientes hay algo así como un “pacto entre machos” que se apropian de la sexualidad de las mujeres. Sin embargo, en las experiencias de quienes pagan por sexo los fiolos suelen ser vistos como varones hipermasculinizados con marcas de clase y de raza, y especialmente peligrosos (que son definidos como “negros”, “mafiosos” y “ortibas”). Los fiolos no solo son una amenaza por la violencia física que puedan desplegar, o por las imposiciones en el terreno económico, suelen ser vistos como una amenaza hacia la fantasía del ir de putas y, en ese sentido, una amenaza simbólica sobre la masculinidad de los varones que pagan por sexo.
--¿Algunos planean dejar de pagar por sexo?
--Muchos, por diversos motivos. Uno de los más comunes es porque comienzan a estar en pareja, entonces la decisión de retirarse del mercado sexual adquiere tintes moralizados. Otros, vinculan el pagar por sexo a un momento vital, generalmente ligado a la juventud o a la “noche”, y dejan de hacerlo cuando pasan a otra etapa de sus vidas. Sin embargo, muchos también vuelven o tienen “recaídas” (los paralelos con los lenguajes que se utilizan para pensar las relaciones con las drogas son muy frecuentes entre gateros).
--Con el avance de los feminismos y la propuesta de deconstrucción de la masculinidad hegemónica está cada vez peor visto pagar por sexo ¿creen que esto influye en quienes son consumidores habituales?
--Lo que vimos es que sí existe una influencia de los feminismos, pero no en el sentido de la deconstrucción de la masculinidad y la reflexión. Al menos en lo que estos varones relatan en las entrevistas y en los foros, conciben al feminismo únicamente como un feminismo radical abolicionista, más caracterizado por limitarse a condenar las prácticas de los clientes, a estereotiparlos y estigmatizarlos, algo que rápidamente despierta reacciones defensivas.