“Por el poder de la pasión de Matilde, diosa del amor y la locura, hagan que mi amiga se coja a una madura. ¡Rompela!”, le grita Vanina (Sofía Gala Castiglione) a su amiga y tutora Matilde (la paraguaya Loren Acuña), señalándole la foto de su marido asesinado durante un asalto a mano armada. La herencia consistió en deudas y la noticia de que tenía un amorío con una compañera de trabajo, y ella acaba de volver a casa tras apuñalar a un hombre en su debut como asesina a sueldo y ahora está prendiendo fuego a la ropa ensangrentada. El “rito espiritista”, y lo que dice el personaje de la hija de Moria, no parece tener mucha coherencia en el contexto de su protagonista. No es la única decisión de Madraza que suena arbitraria. Podría decirse que toda la película está despegada de cualquier lógica, lo que la vuelve un objeto bastante extraño en el cine nacional de género.
La ópera prima de Hernán Aguilar no le teme al ridículo y sostiene sus decisiones hasta las últimas consecuencias. El resultado es un film arriesgado y con indudable apetito narrativo, pero que nunca termina de armarse. Y no por falta de ambición, ya que bebe tanto de las aguas del costumbrismo barrial de la primera etapa de Nuevo Cine Argentino como del melodrama, la comedia negra y el policial, entre otras fuentes. A ese último le debe la estructura de un relato presentado de forma algo desprolija, como si Aguilar quisiera empezar a contar lo quiere cuanto antes. Al comienzo abundan las escenas con “microcortes” de edición que rompen la continuidad sin que se sepa muy bien para qué. De todo eso surge con fuerza la figura de Matilde, quien después del asalto de la primera escena recibe el acoso por parte de uno los ladrones. Él termina muerto después de que ella rompa la cabeza con un matafuegos, escena que el realizador muestra en un ralentí que transmite una perversa pasión.
Lo que ella descubre al quedarse con su celular es que, además de robar, el muchacho mataba gente a cambio de dinero. Matilde duda, pero se involucra en el negocio: recibe un mensaje de texto, va al chino del barrio y en un locker encuentra la paga y un papel con la dirección del “encargo”. Madraza será, pues, la historia del descenso moral y asenso económico de esta mujer. Las cosas no serán fáciles, ya que la policía, encarnada en la figura del detective del caso (Gustavo Garzón compone a uno de los pocos detectives de la historia del policial que parece conforme y feliz con la soledad y la vida gris), le sigue de cerca la huella. También quiere seducirla haciéndose el simpático. Por ahí también anda una señora paqueta (Chunchuna Villafañe) que se convierte en su nueva amiga, mientras sigue matando con más brutalidad y precisión. Técnicamente impecable, con juegos de cámara que muestran a un director con ideas y un nivel actoral correcto, el problema de Madraza es que somete todos sus componentes a un grotesco que no termina de cuajar. Y contra eso no hay rito que valga.