“Lo que me importa es la eternidad. Usted, con sus vibrantes manchas de colores, está inmortalizando de la manera más audaz el rostro de algunas estrellas. Busco un artista que entienda que una estrella desea resplandecer en el firmamento del arte contemporáneo”. Eso le dice la legendaria actriz Joan Crawford al artista Andy Warhol en la charla telefónica imaginaria que propone Hello, Andy?, un film de Alfredo Arias e Ignacio Masllorens animado por Juan Gatti y protagonizado por Alejandra Radano que podrá verse los sábados de febrero a las 18 en PROA (Av. Pedro de Mendoza 1929).
A fines de 2019 se presentó en ese espacio una performance creada por Arias con Radano en la piel de Crawford. Aquel monólogo desembocó en este caleidoscopio de imágenes que invocan la atmósfera clásica de Hollywood y la estética pop de Warhol: la diva le ruega que sustituya a su musa, Elizabeth Taylor, en las serigrafías que presentará en la Ferus Gallery de Los Angeles. Arias recuerda que el proyecto empezó cuando una amiga estadounidense le presentó a Lypsinka, personaje icónico del mundo gay neoyorquino.
John Epperson trabaja como pianista para el American Ballet Theatre, pero en sus ratos libres se "draguea" para encarnar a la Crawford. “Vino a París, hablamos sobre la posibilidad de un espectáculo basado en su experiencia, y para que no quedara una cosa proyectada hacia el pasado decidí incluir el diálogo imaginario con un artista contemporáneo”, relata Arias a Página/12. El proyecto no prosperó porque Lypsinka –tal como señala su nombre artístico– sólo trabajaba sobre playbacks. Arias lo define como “una enciclopedia viviente de Broadway” y asegura que ese encuentro fue sumamente inspirador.
A la hora de realizar la animación, Gatti se basó en lo que le dictaban las imágenes: “No necesitaba mucho más porque el material de Alfredo era espléndido y tenía una personalidad tan fuerte que me limité a seguir el camino que él había trazado. Con mi lenguaje, claro”. Cuando se le pregunta por ese estilo, asegura que se nutre de todo aquello que le gusta: “El problema es que me gusta todo. Lo feo y lo malo, lo bueno y lo perverso”.
- El pedido de Crawford es un acto desesperado en el ocaso. Hollywood puede ser una industria vampírica, ¿no?
Alfredo Arias: -Todos los artistas, dentro o fuera de una industria, atraviesan un ocaso ante la sociedad. En cierto momento de su carrera, incluso Fellini tuvo que hacer publicidad para las pastas Barilla. Lo que cuenta esta historia es cómo un artista se proyecta en otro para seguir existiendo. Crawford ve que su mundo terminó y piensa que en la continuidad de una imagen contemporánea puede hallar una nueva existencia.
Juan Gatti: -Esto es un drama. Crawford es una mujer desesperada y el problema que tiene es el de la vejez. Ella nota que se está ajando, que ya no es la misma. La única compañía de esta mujer que fue adorada es el vodka. Pero ella empezó en los ’30 y nota que cae en los ’60; ahora algo que comienza a las 4 de la tarde ya tuvo su ocaso a las 12. El desgaste de las imágenes es mucho más rápido. Florecen, se marchitan y se convierten en cenizas.
-Si se piensa en sus trayectorias, el desafío constituye un gran motor.
JG: -Sí, eso es porque nos aburrimos fácilmente. Supongo que también porque somos de otra generación, y tanto Alfredo como yo nos ponemos pruebas. Ninguno trata de repetir cosas que ya hizo, el desafío de hacer algo nuevo es lo que nos moviliza y nos mantiene jovencitos.
AA: -Cuando uno dice “hacer algo nuevo” eso implica una reflexión constante. Yo dedico una parte muy importante de mi existencia a reflexionar sobre qué es lo que puedo decir, cómo puedo decirlo o qué cosas me impactan de la sociedad. Hay desafío y rigor, aunque también nos gustan las catástrofes. Yo creo en los artistas que le erraron totalmente, los respetamos muchísimo porque se aprende tanto del que llegó a la cima como del que cayó al abismo.
Y para Crawford el abismo era sentirse “fuera de moda”. La película que protagonizó junto a su rival Bette Davis, ¿Qué pasó con Baby Jane?, inauguró el hagsploitation, un subgénero que se vale de las grandes divas de Hollywood en su declive. Alrededor de Crawford hubo rumores de prostitución, pornografía, alcoholismo, maternidad cruel y una serie de affairs con colegas. Arias muestra las luces y las sombras del personaje, pero evita caer en el morbo. “Hay hechos no confirmados. Se dice que fue abusada por su padrastro. En esa época las mujeres estaban totalmente desprotegidas y los artistas permanecían en salas de espera para ser utilizados por los estudios. Kenneth Anger desarrolla esto en Hollywood Babilonia”, cuenta el director.
Gatti nació en Quilmes, asistió a escuelas religiosas y desde los ’70 vive en España; Arias nació en Lanús, pasó por el Liceo Militar y en 1969 se instaló en Francia. Quizás ese encuentro temprano con las instituciones los alejó para siempre de sus límites. A un lado y otro del Atlántico, Gatti participó de la narrativa estética y emocional de varias generaciones (acá con las tapas de históricos discos como Artaud o Pequeñas anécdotas sobre las instituciones; allá con los afiches de los films de Almodóvar, por nombrar algunos hitos). En Argentina, Arias fundó el Grupo TSE y en 1966 creó Drácula, su primer espectáculo; en Francia estableció una alianza legendaria con Copi y montó Eva Perón, La mujer sentada, Cachafaz, Le Frigo, entre otras. Su trabajo lo llevó del music hall a la ópera, del cine a la TV, y exploró figuras femeninas como Evita, Niní Marshall, Doña Petrona C. de Gandulfo o Fanny Navarro.
Es imposible definirlos en pocas líneas porque son artistas en un sentido amplio. Ambos formaron parte de la mítica generación del Instituto Di Tella y coinciden en que los une una cuestión de personalidad, “una mitomanía parecida”. “Yo siempre digo que el Di Tella fue un fenómeno social más allá de los valores artísticos que cada uno pudo aportar –dice Arias–. A veces me preguntan cuándo va a haber otro Di Tella. Hoy se puede convocar a diez artistas visuales talentosísimos, pero si no hay un tren que pasa cada uno se queda en su estación. En ese momento pasó el tren de la historia y fue como una pequeña revolución. Creo que hubo cierta renuncia al egocentrismo para participar de un movimiento”.
Y Gatti agrega: “Yo recuerdo que en Bellas Artes siempre hacíamos grupos. Ahora veo que la gente se encierra cada vez más en sí misma y eso es perverso. También había una rebelión en todos esos movimientos, pero los jóvenes de ahora están en un proceso de adaptación. Quieren ser consumidos, no luchan contra nada”. Aún así, Gatti mantiene un fuerte vínculo con el público joven desde su cuenta de Instagram y concluye: “Sí, es rarísimo porque sigo siendo una especie de ídolo. Los chicos que me paran por la calle para sacarse fotos tienen 18 o 19 años. No sé cómo conecto, pero por lo visto he degenerado a toda una generación (risas)”.