Desde París
Hay iniciativas y soluciones que en vez de despejar los problemas los enredan. La Primaria Popular organizada en Francia para elegir, mediante un voto clic, sin debates ni confrontación de programas, a un candidato de la izquierda entre los 8 postulantes a las elecciones presidenciales de abril de 2022 provocó más confusión, enemistades y alejamientos que la convergencia a la que aspiraba. Ni unión, ni alianzas sino un enésimo episodio de desplantes y desencuentros.
La victoria de la exministra de Justicia Christiane Taubira no ha hecho más que ahondar las falencias de la izquierda: las bases están dispersas y ninguno de los partidos fuertes está en condiciones de imponer un candidato único con suficiente fuerza como para unir a todas las ramas de la izquierda. Organizada por un colectivo de ciudadanos fuera de la órbita de los partidos, la Primaria Popular convocó a más de 400 mil personas que el pasado domingo 30 de enero eligieron a Christiane Taubira delante del ecologista Yannick Jadot y del líder de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon. Colmo del bochorno, la candidata socialista e Intendenta de París, Anne Hidalgo, quedó en quinta posición detrás de un desconocido, el eurodiputado Pierre Larrouturou. Estos resultados difieren de los sondeos nacionales, donde Mélenchon encabeza las intenciones de voto con 9%, seguido por el ecologista Jadot y, en un pañuelo, por Hidalgo y Taubira.
Jean-Luc Mélenchon, Yannick Jadot y Anne Hidalgo ya habían adelantado que no se someterían a los resultados de esa Primaria Popular, tanto más cuanto que sus nombres fueron integrados sin su consentimiento. El caso de Anne Hidalgo viene a demostrar la absoluta descoordinación que impera entre los progresistas. En diciembre fue ella misma quien propuso una primaria para luego cambiar de opinión. Los analistas especulan con la posibilidad de que la Intendenta de París se retire de la carrera presidencial. Su campaña fue un fracaso y hoy apenas acumula entre un 3% y 4% de las intenciones de voto. En el seno del PS francés hay líderes están también optando por ese camino y varios ya anunciaron que apoyarían a la candidata o al candidato que saliera vencedor de las primarias populares. Sin embargo, el lunes, el secretario general del PS dijo que “el Partido Socialista y la candidata Anne Hidalgo son lo mismo”.
En suma, los simpatizantes de la izquierda están más perdidos que antes de este voto clic lleno de buenas intenciones, pero con consecuencias adversas. De hecho, ganó la única candidata que aceptó desde el principio las reglas del juego de las primarias. Es consulta ha sido inútil para algunos, ridícula para otros y desmoralizadora para una gran mayoría. Taubira fue la última pretendiente de la izquierda que, a mediados de enero, presentó su candidatura. Perdidas en las brumas de un ocaso que ha golpeado a todo el arco progresista, las izquierdas se encerraron este fin de semana en un camino sin salida. Christiane Taubira prometió tomar contacto con los demás candidatos afín de “pactar” un camino común, pero ninguno le hizo caso. La trataron “como una candidata más y le recriminaron, como lo hizo el comunista Fabien Roussel, el hecho de que “ni siquiera tiene programa”. Jean-Luc Mélenchon le reprochó ayer haber “dividido aún más a la izquierda”.
El progresismo francés se quedó fuera de la campaña electoral, incluso antes de que empezara. Contaminada por la xenofobia, las agresiones retóricas a los extranjeros, el tema de la identidad y el patriotismo a ultranza, la izquierda nunca encontró un lugar en la campaña para hacerse escuchar en ese mar revuelto por el odio. Ninguno de los 8 candidatos alcanza el 10% de las intenciones de votos. Toda junta, la izquierda totaliza 25%, menos que los dos candidatos de la extrema derecha, Marine Le Pen y Eric Zemmour. La caída incumbe sobre todo a los dirigentes, a su incapacidad para ponerse de acuerdo y a dirigirse de forma clara, con propuestas nuevas, a un electorado cuyas preocupaciones nunca habían estado tan cerca de la izquierda.
Cada estudio de opinión muestra que las dos principales preocupaciones de la sociedad francesa son el poder adquisitivo y todo lo que atañe a la ecología y la transición hacia modos de vida más verdes. En 2017, cuando ganó Emmanuel Macron, no hubo, por segunda vez en el Siglo XXI, ningún candidato de la izquierda en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales (antes ocurrió en 2002). Entre 2017 y 2022 pasaron cinco años sin que ni los partidos, principalmente el PS, ni los líderes leyeran las páginas de la historia que se estaba escribiendo. Ahora la izquierda es prisionera del tiempo electoral: faltan 70 días para la primera vuelta de las presidenciales y es demasiado tarde para crear una dinámica que se frustró en los últimos 5 años. Estará, entonces, ausente en el duelo final de las presidenciales.
El precipitoso resbalón del Partido Socialista, sus permanentes coqueteos con el liberalismo, su imposibilidad escalofriante cuando se trata de reivindicar su extensa y rica historia social, son los grandes responsables de este desastre de hoy. Desorientados ante tantas ambivalencias, los simpatizantes socialistas diseminaron su voto entre el actual presidente, Macron, Mélenchon y otras iniciativas más radicales. Mélenchon no tiene puentes con los socialistas –los detesta—y la ecología naciente aún anclada en la social democracia es demasiado nueva y endeble como para forjar una fuerza mayoritaria. Justicia social, ecología o democracia constituyen siempre el sócalo común de las izquierdas. La desunión entre todas las opciones progresistas empañó la defensa de esos valores. Cada candidato representa a una fracción del electorado, pero ninguno las aúna, incluso si Mélenchon sigue siendo la referencia de la izquierda en porcentaje de votos y presencia pública.
Sin convergencia no habrá victoria. En 1981, cuando el socialista François Mitterrand ganó las elecciones presidenciales, estaba respaldado por un programa común firmado con los entonces influyentes comunistas cuya negociación tardó 10 años en plasmarse. En francés, la expresión “salvar los muebles” significa no perder todo. Tal vez, la victoria de Taubira y su notoriedad nacional alcancen para recrear una dinámica de convergencias que aleje a la izquierda de una paliza electoral. Christiane Taubira fue la mujer que, entre insultos, groserías raciales, burlas sin piedad (la trataron de mono) y cientos de miles de manifestantes en la calle llevó a cuestas hasta la aprobación final la ley que consagró el matrimonio igualitario en 2013. Las Primarias Populares pueden ser un camino hacia el renacimiento o una sepultura. Por el momento, han quedado como una ambición incierta.