¿Quién define y organiza la dinámica familiar? ¿Quién manda en una casa? ¿Cómo se toman las decisiones que afectan a todos los integrantes de una familia? De la educación, ¿quién se encarga? Las respuestas, a priori, parecen obvias: los adultos responsables son los que toman las decisiones y los niños las acatan. O eso al menos se desprende del supuesto teórico que se conoce como adultocentrismo. Pero qué pasaría si los niños o adolescentes -u otro integrante de la casa que no sea el jefe o jefa de hogar- reclamara su derecho a voz y voto.
La sociología describe al adultocentrismo como un sistema de dominio, entendido como una extensión del patriarcado, y como un sistema que define, organiza y construye la manera en la que se vinculan los integrantes de una institución en función del criterio de la edad. En este sistema de poder, la persona plena, quien posee el máximo lugar de privilegios en la toma de decisiones, es el adulto. Pero no cualquier adulto, el adulto joven, de unos 30 a 50 años, según las particularidades de cada momento histórico.
Así lo explica Santiago Morales, sociólogo e investigador del Conicet, que estudia la emancipación de la niñez como camino hacia el “coprotagonismo”, un nuevo paradigma sobre la infancia.
“El adultocentrismo es un sistema de dominio pero también es un régimen político. Define quién tiene el poder, quién toma las decisiones, quiénes gobiernan”, da un paso más Morales al remarcar que, en definitiva, es el patrón que organiza todas las instituciones. Y en relación a estos criterios, agrega, la sociedad construye desigualdades: de cultura, de clase, de género, de origen social. “Se construyen jerarquías entre las personas y una de ellas es en función de la edad”, explica.
En la contracara del adultocentrismo, advierte el investigador, no se encuentra el “niñocentrismo”, como se cree. Algo que pese a las buenas intenciones de buscar una mirada alternativa para darle mayor protagonismo a los niños encierra “una interpretación errada”. “Cuestionar el adultocentrismo no propone que el criterio de los niños organice todo. La crítica al adultocentrismo propone el coprotagonismo de las niñeces. Es decir que los chicos y las chicas puedan ser parte de las decisiones que les afecta y nos sean segregados. No se trata de negar la diferencia entre adultos y niños, porque existe, sino de que el proceso de toma de decisiones se pueda dar en un criterio de paridad con el mundo adulto”, explica el investigador.
¿Cómo se materializa el adultocentrismo?
Como todo sistema de dominio se expresa a través de violencias, en este caso de violencias adultistas. La principal forma de esta violencia es negar a los niños, niñas y niñes como sujetos de pensamiento. En concreto, no alcanzan la entidad de persona porque es impensable que sean parte de las decisiones institucionales de una escuela, por ejemplo. Cuántas veces escuchamos el “no seas infantil” como un insulto. El coprotagonismo de la niñez propone un horizonte emancipatorio, busca transformar la manera en la que nos vinculamos en donde la ternura juega un papel central.
¿Vendría a plantear un nuevo paradigma?
Es replantear cómo se construyen los vínculos intergeneracionales en nuestras sociedades. En la sociedad moderna hubo inicialmente una mirada hegemónica que definía a las niñeces como objeto de tutela. A partir de la Convención sobre los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, adoptada por la ONU en 1989, el paradigma cambia hacia niños sujetos de derechos en función de la protección integral de derechos. Este nuevo paradigma plantea dar un paso más: algo para lo que la Convención abrió la puerta.
¿Qué pasa con los límites, cómo se construyen?
Vivir en sociedad es ante todo reconocer límites, de hecho el primer límite es el cuerpo de uno. La falta de límites es una forma de violencia y es una manera de no poder asumir una perspectiva de cuidado. Desde la crítica al adultocentrismo se plantea la necesidad de construir de manera conjunta los límites asumiendo que hay una tensión. Hoy la tensión propia del encuentro intergeneracional se resuelve imponiendo el poder del adulto. Se trata de abordar los conflictos de otra manera, de reconocer que puede no haber un consenso armonioso pero que debe haber acuerdos dialogados. Y que no siempre el criterio adulto es el más adecuado, a veces sólo es el más cómodo para nosotros.
¿Qué pasa con los chicos y chicas?
Los niños están inmersos en una sociedad adultocéntrica por lo que también son adultistas. Se les enseñó por mucho tiempo que deben guardar silencio o que su palabra vale menos que la de un adulto. Por las características propias de nuestra especie, los niños necesitan un cuidado permanente, por eso no se plantea desdibujar el rol del adulto en relación al cuidado. Sí se puede cuestionar, en cambio, que ese cuidado deba ser impuesto desde un lugar de violencia. Para el adulto es todo un desafío porque significa perder esa relación de poder.
¿Pero entonces cuál es el cambio en concreto, cómo podrían los chicos participar de la toma de decisiones?
Los chicos y las chicas podrían ser parte del diseño y de la implementación de las políticas públicas que los involucran. Cuando los chicos transitan un proceso de participación tienen capacidad para construir un diagnóstico para debatir propuestas, siempre con el acompañamiento de personas adultas.
¿La escuela podría ocupar este rol?
La escuela es el lugar donde se condensan todos los antagonismos: de género, de clase, de edad… Lejos de estar preparada para escuchar y acompañar, parece todo lo contrario: la escuela expresa de manera tradicional la mirada adultocéntrica, se confunde educar con preparar a los niños para el mundo adulto. La escuela necesita reinventarse de manera urgente, debería estar en constante cambio, los chicos tendrían que poder participar en la gestión de su vida cotidiana. Si se quiere, los centros de estudiantes vienen a poner un poco en jaque esto, por eso son tan resistidos... con lo bien que le haría a las instituciones que los chicos y las chicas sean parte de las decisiones.
Santiago Morales es compilador, junto a Gabriela Magistris, de los libros "Niñez en movimiento. Del adultocentrismo a la emancipación" (2018) y "Educar hasta la ternura siempre. Del adultocentrismo al protagonismo de las niñeces" (2021). En su cuenta de Instagram (@santijmoraless) se encarga de divulgar contenido relacionado a este cambio de paradigma.