El mundo en el que vivimos no es real, apenas una simulación de la cual es muy difícil distinguir las costuras. Existe otra realidad, cercana pero al mismo tiempo inalcanzable para el común de los mortales. El concepto es tan antiguo como la famosa alegoría de la caverna, y sus múltiples versiones y ramificaciones atraviesan la historia de la literatura y el cine, con especial predilección por el terreno de la ciencia ficción. Las luchas pseudo filosóficas de Matrix y el despertar de los androides de la saga televisiva Westworld, sin olvidar el universo creado a imagen y semejanza de los deseos de WandaVision, son algunas de las manifestaciones más recientes del fenómeno, que suelen estar vinculadas de manera íntima con el desarrollo de alguna tecnología especial. Severance, la serie de Apple TV+ que se estrena el próximo 18 de febrero, vuelve a esas arenas desde una perspectiva novedosa: ya no se trata simplemente de que uno o varios personajes descubran el tejido que separa esos dos mundos interconectados. Aquí son las mismas personas las que están escindidas en dos entes independientes, y ninguna de ellos guarda pensamientos o recuerdos del otro. Producida entre otros por el comediante y realizador Ben Stiller –que además se reservó el derecho de dirigir cinco de los nueve capítulos–, la historia permite vislumbrar, desde la fantasía extrema, qué podría llegar a ocurrir si los problemas de la vida personal quedaran siempre, literalmente, del otro lado de la puerta de ingreso al trabajo. Y viceversa. El sueño húmedo de un gerente demente se transforma en la pesadilla de un cuarteto de empleados dispuestos a cumplir a rajatabla con la cuota de producción, indiferentes a las cuentas de luz y gas que deben pagarse, el césped que hay que cortar o los conflictos escolares de una hija o un hijo. ¿Cómo no concentrarse exclusivamente en las faenas laborales si allí abajo, en ese salón perfectamente geométrico y de chillona alfombra verde, la vida exterior no tiene entidad alguna, no se conoce en lo más mínimo?
Del quiebre del statu quo y el deseo de rearmarse por completo, de poseer una identidad absoluta, trata Severance, protagonizada por Adam Scott, Britt Lower, John Turturro y Patricia Arquette, más la participación especial de una eminencia en personajes ligeramente excéntricos y/o torturados, Christopher Walken. Un relato sci-fi de ritmos calmos, al menos hasta el estallido de la tormenta mental que cambia todo, y un diseño visual que mezcla décadas y estilos. El enorme edificio de Lumon Industries incluye oficinas públicas y otras secretas, subterráneas. Mark Scout ingresa todos los días por la puerta principal y, luego de recibir la autorización de la secretaria, ingresa a un lobby oculto a los ojos de los visitantes. Empleado ejemplar, Mark se quita todas sus pertenencias –teléfono celular, reloj de pulsera, camisa y saco, zapatos– y las reemplaza por otras dispuestas en una casilla personalizada. Luego de ingresar al ascensor especial protegido por un guardia de seguridad y comenzar el descenso, un imperceptible cambio se produce en su interior: a mitad de camino, Mark ya no recuerda lo ocurrido hace apenas segundos y su mente regresa al último recuerdo del día anterior en el trabajo, justo cuando el elevador recorría el camino inverso. Mark sigue siendo Mark, pero es otro. El chip implantado en su cerebro divide la vida en dos mitades. Por un lado, aquella que sigue su curso en la superficie, con el dolor de haber perdido a su esposa un par de años atrás, el vínculo cercano con la hermana, que está a punto de ser madre, los problemas para relacionarse con otros seres humanos y una tendencia al consumo excesivo de alcohol. Por el otro, la existencia de 9 a 5 en la oficina, con esa computadora que lo espera con impaciencia para perseguir y cazar en la pantalla los “números que dan miedo”, un trabajo tan misterioso como aparentemente imprescindible.
En el primer capítulo de Severance (literalmente “corte”, “ruptura”, “división”), luego de la repentina e inexplicable desaparición de su anterior jefe, Mark es ascendido a jefe del Departamento de Refinamiento de Macrodata, el superior directo de otros tres empleados con la misma misión. Ese mismo día una nueva trabajadora ingresa al recinto, aunque no sin reticencias, algo lógico teniendo en cuenta que no recuerda cómo, cuándo ni por qué terminó aceptando el empleo. En la piel de Mark, el rostro del actor californiano Adam Scott (Ben Wyatt en Parks and Recreation) resulta ideal para transmitir la mezcla de conformismo e incipiente rebeldía que comienza a aguijonear sus días, tanto arriba como abajo. Dylan (el comediante Zach Cherry) es el empleado jocoso y algo nerd; Irving (John Turturro) el veterano del pelotón, siempre atento a las reglas y normas del lugar; Helly (Britt Lower) la recién llegada. Todos rigurosamente vigilados por la encargada de que las cosas funcionen a la perfección, la directora Harmony Cobel, una Patricia Arquette de pelos blancos recogidos y más de un rasgo de villanía en su mirada engañosamente tierna. En las notas de producción con formato de entrevista entregadas a la prensa internacional, Ben Stiller, el protagonista de ingentes comedias populares, además de director de las magníficas Zoolander y Una guerra de película, describe sucintamente el casillero cero del camino del héroe que debe recorrer Mark Scout. “Todo tiene que ver con la naturaleza humana. Mark está intentando encontrarle un sentido a su vida: el dolor, el trabajo penoso, la monotonía. El proceso de ‘división’ le ofrece una oportunidad para apagar muchas de esas cosas. En diferentes contextos, afloran aspectos diferentes de su personalidad. En última instancia, está intentando ser una persona única e indivisible, pero las dos partes escindidas necesitan más de lo que tienen para estar completas. Mark es una dicotomía, representa a cualquier persona que va a trabajar y no cuestiona nada… hasta que lo hace. Al comienzo, su vida es puro balance entre lo personal y lo laboral. Dylan es el tipo ambicioso que intenta competir con el sistema; Irving el seguidor de las reglas, el que adhiere al credo de los protocolos. Y entonces llega Helly, la recién llegada que los cuestiona y no se cree nada de lo que el resto ha comprado”.
La historia original imaginada por Dan Erickson podría describirse como un capítulo extendido de La dimensión desconocida, un concepto único llevado hasta las últimas consecuencias, pero el formato seriado les permite a los guionistas afirmarse en la psicología de los personajes, más allá de las extrañas circunstancias que los rodean, y seguirlos en el día a día laboral y hogareño. Hasta que algo intangible, indescriptible, cada uno a su manera, comienza a molestar a los integrantes del cuarteto. Un ruido extraño en el fondo de la cabeza que les señala que tal vez nada esté del todo bien, a pesar de la sonrisa tallada del encargado de controlarlos. Siempre según Stiller, la historia de Severance permitió expandir ciertos géneros preexistentes. “The Office y Office Space son progenitores de las relaciones de trabajo que Erickson lleva a un nivel mucho más abstracto. Me interesaba abordar esos prototipos, como así también el absurdo de Ionesco y las preguntas beckettianas relacionadas con el universo o la realidad en la cual estamos metidos. Los personajes calzan perfectamente en los moldes laborales: toman un café, trabajan haciendo reportes, bromean. Sin embargo, no tienen idea de quiénes son o incluso de qué es lo que están haciendo exactamente”. Podría pensarse en Severance como un ejemplar de thriller conspirativo. Y algo de eso hay: cuando Pete, el exjefe de abajo, se le aparece una noche al Mark de arriba e intenta explicarle que el “corte” conlleva irresponsabilidades y males, que Lumon oculta más de lo que demuestra, el protagonista reacciona con incredulidad y algo de desdén. Pero la semilla de la duda está plantada y ha comenzado a germinar. Con sus computadoras de escritorio de diseño ochentoso, un mobiliario que remite a las modernidades de los 50 y los discos de vinilo de 7 pulgadas conviviendo con teléfonos celulares de última generación, el de la empresa es un ámbito extraño para el espectador, anacrónico en más de un sentido, pero no así para las criaturas que lo habitan. Al fin y al cabo, es lo único que conocen. De a poco, la serie va revelando otros espacios en el laberinto subterráneo, lejos de las blancas luces de tubo que todo lo homogeneizan: un Departamento de Óptica, dirigido por el personaje encarnado por Walken, donde entre otras cosas se guardan las pinturas que ornamentan los pasillos y salones; un pequeño cuarto donde se crían ovejas; un museo dedicado a la memoria del fundador de la compañía, que comienza a mostrar un comportamiento similar al de una secta; el temido break room, donde, lejos de relajarse, la o el responsable de haber cometido alguna falta debe instalarse durante horas, admitir sus culpas y pedir honestamente disculpas hasta el arribo de la expiación.
Dan Erickson, guionista debutante cuya creación en papel estuvo dando vueltas durante años hasta que captó el interés de Stiller, recuerda que “todo comenzó con la historia de Mark. Cómo y por qué escondía ciertas partes de sí mismo. Pero mientras escribía, me resultó claro que si el proceso de severance existiera las corporaciones sacarían ventaja. Hay muchas aplicaciones interesantes pero potencialmente terroríficas para una tecnología semejante, y uno puede tener la sensación de que tal vez eso ya esté ocurriendo de manera silenciosa. Las bromas de oficina dan la sensación de que se trata de una comedia en un ámbito laboral, pero muy pronto comienzan a aparecer aspectos mucho más oscuros”. Ciencia ficción, sátira, algo de suspenso en los tramos finales. Contar mucho más arruinaría la diversión: Severance ofrece varias vueltas de tuerca y es mejor no encender las señales de alarma del spoiler. De hecho, varios de los capítulos terminan con un clásico cliffhanger: algo terrible o muy importante o bien una revelación esencial o todo eso junto queda congelado hasta la siguiente entrega (Apple TV+ estrenará los dos primeros episodios el viernes 18 y luego seguirán los siete restantes de forma semanal, a la vieja usanza). En una era de sobreproducción de series y miniseries, fichas del tetris cada vez más inabarcable de las plataformas de streaming, la originalidad no suele estar a la orden del día. En Severance conviven ideas y conceptos ya probados en muchas ocasiones, pero es la mezcla de tonos la que termina transformándola en una saga novedosa, de aires familiares pero aristas extrañas, un tanto deformes.