Se dice que los animales venenosos, cuando están por morir, tiran sus peores venenos. Ese parece ser el comportamiento de Michel Temer, a quien sus mismos aliados ya habían comunicado que su gobierno había terminado. Ayer llamó, precipitadamente, a las fuerzas armadas, para protegerse de la manifestación más grande de la historia de Brasilia, con 150 mil personas llegadas de todas las provincias de Brasil.
Cuando se enteró de la orden de Temer, el presidente del Supremo Tribunal Federal afirmó que esperaba que no fuera cierto. El presidente de la Cámara de Diputados aclaró que le había solicitado fuerzas policiales para proteger el Congreso, pero no soldados. El gobernador de Brasilia dijo que no sabía nada. La oposición trata de revertir la decisión del presidente, que es ilegal, ya que no puede apelar a las fuerzas armadas en las actuales circunstancias.
Se preveía la caída de Temer para el 6 de junio, y que su salida se dé por decisión del Superior Tribunal Electoral. Ahora ese conteo regresivo ya parece demasiado largo. Temer se mudó del palacio presidencial porque decía que oía voces extrañas. Ahora esas voces parecen bastante mas claras para él. Termina su gobierno y se abre la disputa sobre la vía de su sucesión: elección indirecta por un Congreso absolutamente desprestigiado o elecciones directas, con el fantasma de Lula acechando peligrosamente.