Hay ideas que permanecen, que asombrosamente duran a pesar de los siglos y de las falacias. ¿De dónde surge la idea de que se piensa con el cerebro?, ¿y de que amamos con el corazón y con el alma?, y el alma ¿dónde la localizamos, en el corazón, en el cerebro, en ninguna parte? y entre esto, ¿de dónde viene el gusto de hacer del hombre una máquina? A veces no nos imaginamos hasta qué punto seguimos atados a antiquísimas categorías, que además suponemos tan nuevas, tan última generación.
La idea de un hombre máquina renace una y otra vez. Y si bien se remonta al tiempo de los papiros, ancla firmemente con el nacimiento de la ciencia moderna, allá en el siglo XVII. Desde entonces lleva ese sello y cada tanto la ciencia reflota esa idea (a veces como teoría, a veces como sueño).
Descartes pensó el cuerpo como una máquina y Jacques de Vaucanson, y todos los que después lo siguieron, crearon seres a su imagen y semejanza: los autómatas y más adelante los robots. Mientras Galileo con su telescopio y Copérnico escudriñaban los cielos divinos del Dante y le disputaba a la teología las orbitas y las estrellas, Vesalio escribía La fábrica del cuerpo humano, en la que desmontaba las distintas piezas sueltas del hombre. Descartes no dejó de buscar al hombre en la precisión del reloj recientemente inventado. Pertenece a Le Mettrie, el tratado de 1747, sobre El hombre máquina, en la que postula que el hombre es una máquina y elimina el dualismo cartesiano. ¿Y quién no recuerda a Frankenstein, esa solitaria criatura inventada por Mary Shelley en 1816?
En los años 60, la ciencia recupera esta idea a partir de pensar la mente como una computadora. La mente como una máquina que procesa información que se almacena en una memoria. El cerebro se constituye en centro de operaciones y sede del control de las conductas, las ideas y los estados emocionales. Así emergieron las ciencias cognitivas y una nueva perspectiva de la psicología. Lo “neuro” y “lo cognitivo” se convirtió en la marca registrada de cualquier cosa “Psi”.
Jacques Lacan se pregunta: “¿Por qué nos vemos llevados a pensar la vida en términos de mecanismo? ¿En qué somos efectivamente, en tanto hombres, parientes de la máquina?”. Y agreguemos: ¿Cuál es la lectura del psicoanálisis sobre estas nuevas perspectivas?
Lacan se ocupó continuamente de distinguir el psicoanálisis de la psicología. Son muchísimas las referencias que encontramos a lo largo de su obra y cada una de ellas tiene el mismo propósito: distinguir lo propio del campo del psicoanálisis de lo que no lo es. En aquellos años ya era notorio lo que hoy es evidente: la asimilación del psicoanálisis por parte de la psicología. Esto es, que se hacen cosas en nombre del psicoanálisis cuando en realidad se trata del ejercicio de la psicología.
Hoy constatamos, sin duda, la pregnancia que ha tenido la psicología. Está presente por todos lados, está entre los hilos del sentido común, alimenta muchos de los prejuicios más habituales y conforma una ideología. Los desarrollos actuales, el cognitivismo y las neurociencias, en consonancia con los ideales de la época, pretenden reducir al sujeto a mecanismos biológicos, entonces: ¿cuál es la terapéutica que proponen?, ¿cuáles son los significantes que promueven?, ¿cuáles son las razones por las que estas prácticas se interesan en el psicoanálisis?
Tema que desarrollaré este sábado desde las 10 de la mañana en el marco del Curso de verano “Lacan y la psicología” organizado por Colegio Estudios Analíticos, los sábados de febrero a las 10 por Zoom. Para informes e inscripción puede enviar mail a [email protected]
* Analista practicante miembro de Colegio Estudios Analíticos.