“Artistas libres y ambiciosas al frente de la creación, tan talentosas y resueltas que dejaron su huella en un universo largamente dominado por los varones: el de las joyas. Fueron ellas las que rompieron con los dictámenes aparatosos heredados del siglo XIX, y bajo su liderazgo -desde la década de 1920 en adelante- surgieron alhajas que acompañaron la emancipación de las mujeres, haciendo visibles nuestras conquistas y nuevos gestos de libertad, a veces incluso de manera subversiva”. Así de contundente es el arranque de Libres et Créatrices, elles ont inventé le bijou moderne, libro recientemente editado por el sello La Martinière, en Francia, que firma la periodista e historiadora Pauline Castellani. En sus páginas, la autora saca a relucir el legado de Suzanne Belperron, Jeanne Toussaint, Line Vautrin, entre otras vivaces pioneras que pavimentaron el camino al cenit del glamour. Con metales nobles y piedras preciosas, claro… Sus diseños -algunos, hoy clásicos de la orfebrería- siguen siendo musa para jóvenes generaciones, destaca P.C., que por supuesto incluye en sus páginas a Gabrielle Chanel.
Aunque Coco sentía debilidad por la bijouterie de fantasía (“Lo que importa no es el quilate, sino la ilusión”), en 1932 presentó Bijoux de Diamants, su primera y única colección de alta joyería, inspirada en el sol y las estrellas, también en las plumas, los flecos, el lazo. Con estas 47 obras en diamante y platino (incluidos broches versátiles que lo mismo podían llevarse en el pelo que en la solapa, además del despampanante Allure Céleste, collar de motivo nocturno con luna creciente y cometa), Chanel logró su cometido: “cubrir a las mujeres con constelaciones”. Tal la declaración de intenciones de la genial modista, que expuso las alhajas sobre bustos de cera realistas en vez de mostrarlas en estuches de terciopelo, como era costumbre. Y las casas tradicionales de Place Vendôme, epicentro del lujo, no tardaron en manifestar su disgusto porque una couturier se inmiscuyera en sus asuntos, reclamando que las piezas no solo no fueran vendidas: ¡pedían que las desmantelara!
Menos familiarizada estará la gente con Renée Puissant. “Siempre me ha sorprendido que la maison Van Cleef & Arpels hable tan poco de ella”, comparte Castellani sobre alguien “tan poco conocido por el gran público”. Hija de Alfred van Cleef, socio fundador de la maison, Renée se convirtió en directora creativa de la casa familiar a mediados de la década del 20 y, bajo su estela, los avances se multiplicaron, empezando por la revolucionaria -y patentada, por supuesto- técnica Serti Mystérieux, que permite engarzar piedras preciosas sin que el metal quede a la vista. Ya luego, en lo que a diseño se refiere, llovió bling bling con obras maestras de una elegancia sin par: el brazalete Ludo (que evoca al cinturón), el emblemático reloj Cadenas, la famosa Minaudière (bolso monedero) y, por supuesto, el collar Zip, proeza de la ingeniería joyera. Inspirada en la humilde cremallera, esta pieza de vanguardia tiene la libertad de movimiento de un cierre funcional, a base -obvio- de metales y gemas preciosas; al cerrarse, de hecho, se transforma en pulsera. Es tal la complejidad de su artesanía que, aún siendo una de las joyas más requeridas de Van Cleef & Arpels en la actualidad, se fabrica a cuentagotas. Puissant, por cierto, se suicidó en el ’42: huyó de París a Vichy durante la ocupación nazi, pero invadida la región, se tiró por la ventana de un hotel ante el terror de acabar en un campo de concentración.
Flamencos, aves y flores exóticas devienen sinónimo de Cartier durante el reinado de Jeanne Toussaint, que toma las riendas de la alta joyería de la firma en el ’33. Ninguna como su emblemática pantera, empero, felino que la belga celebra en toda su magnificencia en distintas piezas escultóricas y tridimensionales, típicamente con diamantes blancos y amarillos, esmeraldas y ónix, que derriten a devotos admiradores como los Windsor. Apodada ella misma “La panthère”, explican voces en tema que “su extraordinario sentido del color, la proporción y el volumen atrapó un nuevo tipo de clienta, fuerte, poderosa e independiente”. Y con suficiente cash para hacerse de los lagartos y serpientes que ella transforma en maravillosos collares, pendientes, pulseras, etcétera, tomando además nota de otras culturas -como la india- para enriquecer sus creaciones.
“No se trata de unas joyeras entregadas a la belleza, son artistas que responden a las necesidades de su tiempo, dinamizando el sector con su visión”, resalta la documentada Castellani, que va esbozando vibrantes retratos de, entre otras, Line Vautrin, que diseñó piezas de bronce para Elsa Schiaparelli y asimismo innovó con materiales como el talosel (a partir del acetato de celulosa). De Elsa Peretti, recuerda cómo en los 70s impuso formas orgánicas en Tiffany & Co; por caso, los Bone Cuff, que responden a la posición de los huesos pisiformes de las muñecas, la envuelven sin esfuerzo, dejando que la ergonomía hable por sí sola. Recorre además la opulencia de los accesorios pergeñados por la muy chic, muy díscola Loulou de La Falaise para su amigo íntimo Yves Saint Laurent. Y no se olvida de Victoire de Castellane, que ha presidido el área de alhajas finas para la casa Dior durante más de veinte años…
Una de sus favoritas, confiesa Pauline, es Elsa
Triolet, hermana de Lili Brik. Antes de convertirse en la primera mujer en
recibir el prestigioso premio literario Goncourt, en 1945, por Le premier accroc coûte deux cents francs,
la compañera del poeta Louis Aragon (de su entrañable amor trata el corto documental
Elsa la rose, de Agnès Varda, dicho
sea de paso), diseñó joyas. Joyas experimentales, entre el ’29 y el ’32, a
partir de materiales inusuales; en sus hábiles, talentosas manos, cuentas de
vidrio, crin de caballo, papel prensado, algodón nacarado, etcétera, se
transformaban en “collares de nieve y sueños”.