El principio no es agitado ni bien arriba, como suele pasar en los discos de folklore. Se impone, más bien, entre silencios. “En las cuchillas se pone el sol/ Las golondrinas han vuelto ya/ Y por las sendas del campo verde/ Un carretero cantando va”, canta dulcemente Cecilia Pahl, con la guitarra acompasada de Matías Arriazu en un tono elegíaco que envuelve en la calma de la llanura pampeana, tal como alguna vez lo había interpretado Atahualpa Yupanqui en la escena rural romántica de antaño.
“Ay paisanita/ Vuelve a mi amor/ Sin ti mi vida no puede estar/ Las madreselvas se han marchitado/ las calandrias no cantan ya”, sube el registro en el estribillo de “Canción del carretero”, una balada compuesta por Carlos López Buchardo sobre un poema de Gustavo Carballo, musicalizada en 1924 y que hoy la misionera Pahl, una de las voces más hipnóticas de la música popular argentina, reversiona con toque sencillo y a la vez moderno en el primer tema de su nuevo disco Estampas argentinas.
Son diez temas de compositores paradigmáticos y algo olvidados de la canción popular, de Carlos Guastavino a Gilardo Gilardi, de Alberto Ginastera a León Benarós; zambas, bailecitos, vidalas, coplas populares: la misionera –así le gusta pensarse, aunque en realidad nació en Puerto Rico en 1970 por una casualidad familiar y hoy vive entre Misiones y Capital Federal– se despojó del repertorio del Litoral y, sin dejar de lado su registro regional, se sumergió en la memoria de la tradición académica folklórica para sacudir un repertorio al que pocos autores adaptan. Y lo hizo con su sello y firma, desde una voz contemporánea, cristalina y caudalosa, que teje diálogos frecuentes con otros géneros como hizo en Corochiré (2010), con arreglos originales sobre la obra de Ramón Ayala; en Litoraneo (2015) interpretando repertorio inédito de compositores actuales del Litoral como Coqui Ortíz, Sebastián Macchi y Germán Arriazu; y en el excéntrico proyecto junto a Richard Nant que desembocó en el disco Camino y selva (2020), voz y big band de jazz cantando a Ramón Ayala.
“Estampas argentinas es un proyecto anhelado hace tiempo por mí, un cruce entre la música clásica y la música popular”, dice Cecilia, animada por su presente. “Quería recuperar aquellos aires folklóricos que inspiraron a muchísimos músicos académicos de principios del siglo pasado, cuyos sostenes también fueron coplas anónimas y poemas. Lo abordé desde el canto popular y no desde la técnica del canto académico, que es como habitualmente se conocían esas canciones”.
En el camino sumó al notable guitarrista Ernesto Snajer, quien también ofició de productor musical y escribió arreglos en algunos temas. Fue entonces que, con el apoyo de una beca del Fondo Nacional de las Artes, Cecilia diseñó una estética de la sustracción y con un delicado acento en lo camarístico, bajo su voz meciéndose entre las guitarras de Snajer y de Matías Arriazu (esta última, con ocho cuerdas), más la colaboración de Guillermo Klein en los arreglos de “Canción a la luna lunanca”, de Ginastera, construyó una sonoridad criolla sin piano, sin grupo, sin otros instrumentos con los que ha sabido acompañar. Una apuesta, en rigor, por la radicalidad de la interpretación. “Estampas argentinas se puede escuchar como documento de una época de la creación sonora argentina. El exquisito canto de Cecilia, certero y despojado de todo manierismo, moderno en el sentido de exploración y riesgo, ilumina estas canciones que dormían quién sabe en qué rincón perdido de la memoria cultural argentina”, escribe Sergio Pujol en el texto que acompaña el álbum.
Cecilia proviene de dos familias muy musicales: su nombre es, en efecto, el de la patrona de la música. A sus cinco años, viviendo en Córdoba capital, entró a la escuela de Niños Cantores. A los doce, ya radicada en Misiones, estudió en la Escuela Superior de Música. Luego hizo una especialización en flauta dulce, dirigió coros y empezó a viajar a Buenos Aires para tomar clases particulares de música clásica. “A partir de mi adolescencia todo fue una mezcla: el rock, la música latinoamericana, la brasilera, y paralelamente mi amor por la música antigua y el folklore. Hasta que a los 17 años lo conocí a Ramón Ayala en Posadas. Un personaje increíble, pintó el Litoral con su poesía como ninguno”.
En 2002 se fue junto a su compañero e hijos a Nueva York por cuatro años. Se juntó con músicos argentinos y cantó en bares. “Ahí me di cuenta que la música que latía en mi interior era del Litoral, sobre todo los gualambaos de Ayala. Cuando volví a Argentina, me embebí de eso”. En 2009 conoció al formoseño Arriazu, quien sería su compañero de aventuras musicales. Sin perder la potencia lírica de su voz, fue dejando paulatinamente su activa participación en la música clásica.
Suerte de arqueóloga refinada de la canción argentina, en la línea de Leda Valladares, Liliana Herrero, Silvia Iriondo o Nadia Larcher, la de Pahl es una alquimia de paisaje, emoción y pensamiento. Los temas de Estampas argentinas se perciben como un pequeño elogio de la brevedad, de la escucha íntima, más cercana a la instrospección que a la altisonancia del baile. “Que digan los manantiales de mi puro pensamiento/ Que lo repita la flor, lo diga el viento/ Sola me iré, sola me voy/ Solita mi alma, conmigo estoy”, entona en la bellísima “Vidala del secadal”, con letra del poeta León Benarós y bajo arreglos de Snajer que recuerdan las disonancias y síncopas rítmicas del Cuchi Leguizamón. O en la zamba que cierra el disco, de Alberto Ginastera e inspirada en coplas anónimas de su ciclo Cinco canciones populares argentinas, donde canta con un desgarro melancólico capaz de poner la piel de gallina: “Si el corazón me has robado/El tuyo me lo has de dar/ El que lleva cosa ajena/ Con lo suyo ha de pagar”.
“Me interesa cantar los repertorios menos conocidos y resultó un misterio volver sobre aquellas canciones de los albores del nacionalismo”, concluye Cecilia. “Pero las variaciones siempre fueron respetando las partituras originales dándole un sonido acústico y llano, sin el divismo de los cantantes líricos. Es, en definitiva, un disco de amor por la poesía, por esas imágenes fundacionales de la Argentina profunda”.