El mundo real y el de la ficción se unen para recibir a una nueva heroína: Kate Warne, la primera mujer detective de los Estados Unidos. La Sherlock Holmes de Chicago no es policía como las mujeres que protagonizan series a borbotones y se convierten en las amigas que la literatura nos regala: Mare Sheehan, Grace Rasmussen, Karen Duvall, Saga Noren, Stella Gibson, Jessica Jones (hacer una lista solo alimenta el deseo imposible de nombrarlas a todas) pero pretende lograr el mismo fervor aventurero que ellas y sus indicios provocan. La película que protagonizará Emily Blunt y que está en su etapa de preproducción se promociona como una historia de vida reveladora y como un homenaje, un puente que acerca los hilos del tiempo.
Mas allá de lo que nos ofrezca el guión por venir, la vida real de Kate siempre se contó como un cuento infantil. Una mujer joven llega a la Agencia de Detectives Pinkerton, dice que es viuda y que necesita trabajar. Quien la entrevista la imagina limpiando y acomodando papeles, pero la imaginación se detiene y el plumero queda flotando en el aire cuando la escucha decir que quiere ser detective ¿Detective? ¿A quién se le podía ocurrir que una mujer podía ser detective en 1856 en los Estados Unidos?
Cómo Kate Warne convenció a Allan Pinkerton
Kate le dijo a Allan Pinkerton (su futuro empleador y biógrafo), que ella era ideal para el trabajo porque las mujeres descubrían secretos antes que los hombres y porque por fanfarrones y jactanciosos los hombres siempre soltaban la lengua frente a una mujer. Cuando terminó su alegato estaba contratada. Primer final feliz para una historia que recién empieza porque todavía faltar contar que Kate Warne le salvó la vida a Abraham Lincoln.
Fue Allan Pinkerton, el dueño de la agencia, quien en uno de sus libros (publicó muchas novelas sobre detectives escritas por escritores fantasmas y firmadas por él para promocionarse) inició el relato público sobre Kate: “la mejor entre las mejores, dominante, clara, de rasgos expresivos (...) esbelta, de pelo castaño, graciosa en sus movimientos y dueña de sí misma. (…) Su cara era honesta, por lo que cualquiera que se encontrase en problemas la elegía instintivamente como confidente”. Kate Warne, la futura heroína cinematográfica, también aparece en libros infantiles con ilustraciones coloridas y tapa dura y en novelas (Pinkerton’s Secret, de Eric Lerner).
Su primer trabajo como detective fue en Alabama, su jefe la envió para que se hiciera amiga de la esposa del principal sospechoso de un robo de $50,000. Mientras los diarios cubrían el desfalco a la Adams Express Company y hacían conjeturas sobre los posibles estafadores, Kate logró la confesión y averiguó el lugar donde estaba escondido el dinero. La historia cuenta -o eso dijeron los titulares- que parte del dinero se pudo recuperar.
Al rescate de Abraham Lincoln
La simuladora que cambiaba de nombre, de acento y de apariencia para inmiscuirse en el mundo sureño escuchó “que había un plan para aislar a Washington y eliminar a Abraham Lincoln”. Según dicen las crónicas, Kate se vistió con los colores de la lealtad sureña, participó en una fiesta con los secesionistas en el Barnum's City Hotel y descubrió que querían atacar a Lincoln en el tren durante su gira de presidente electo, antes de llegar a Washington.
A pesar de los intentos de persuasión que involucraron a Pinkerton y a los guardaespaldas, Lincoln insistió en mantener su itinerario. La operación salvataje que incluyó cambios de vagones, de camarotes, de ropa y demás estrategias impostoras (el cine de acción y aventuras estará a sus anchas inventando estas escenas) logró que Lincoln llegara sano y salvo a Washington. Dicen también que Kate disfrazada se quedó toda la noche despierta al lado de un Lincoln camuflado y que esa noche nació el nuevo slogan de la agencia: “Nunca Dormimos”.
Poco y nada se sabe y cuenta sobre la vida de Kate, una “persona dominante, con rasgos claros y expresivos ... una mujer delgada, de cabello castaño, grácil en sus movimientos y dueña de sí misma”, antes de ser detective. Murió en 1868 de neumonía y una lápida con un nombre mal escrito en la parcela de la familia Pinkerton supuestamente le pertenece. Una tumba sin nombre o con otro como corresponde para que la simulación se mantenga indemne, perfecta. A Abraham Lincoln lo habían matado tres años antes en un teatro.
Kate fue la mentora (una palabra que no le gusta nada a Grace Rasmussen, la detective de Inconcebible que no celebra los pequeños avances. “Las huellas son positivas, sí, son útiles, pero también son nada”, y solo se emociona cuando atrapa al violador y lo encierra “antes de que lastime a alguien más porque sabemos qué es lo que está planeando hacer”) de muchas mujeres detectives que formaron parte de la agencia a partir de su llegada al mundo de las huellas y la lupa.
De modo inevitable, su nombre también se relaciona con los nombres de las mujeres detectives que la ficción imagina como Mrs. Bradley, el personaje que creó Gladys Mitchell interpretado por Diana Rigg, o Loveday Brooke, la detective de las historias de Catherine Louisa Pirkis. Una lista de nombres y pesquisas es siempre insuficiente y traicionera pero tentadora, como suelen ser las versiones libres y los protocolos interrumpidos que no interrumpen nunca porque nos convierten en detectives.