Hoy nos invade el dolor y nos alarma la muerte prematura, próxima, de jóvenes, por el consumo de drogas adulteradas mortalmente. Pero no reaccionamos frente a la muerte lenta, sombría, certera, de miles de esos mismos jóvenes que nos rodean en nuestros días por vivir. Y sí, es el comportamiento de la sociedad y sus vicios anacrónicos. La reacción mediática ante la noticia alarmante. Solo eso.

Mientras, aquellos que lidiamos a diario con esta problemática, vemos como deambulamos en nuestras tareas como huérfanos solidarios. Siempre relegados. En el debate político. En lo conceptual. En el reconocimiento académico. En el reconocimiento económico. En la difusión responsable de nuestro trabajo. En la discusión coherente acerca de la ley de salud mental y la necesaria ley de adicciones. Hace años que el escenario se presenta con estas imágenes.

Es evidente, como lo vengo planteando hace años, que este tema no está contemplado en la agenda política seriamente. Seguimos a la deriva, como prestadores históricos, en una concepción simplista y burocrática de la problemática de las adicciones.

Siempre acabamos en discusiones de escritorio, donde burócratas de turno analizan esta compleja y misteriosa tragedia cotidiana que representa la dependencia a drogas desde una mirada anémica, obsesiva, desconociendo los recovecos tóxicos de códigos urbanos, que los que abordamos cuerpo a cuerpo la tarea conocemos instintivamente.

¿Qué hacer frente a los nuevos desafíos y paradigmas que nos convoca en los dispositivos terapéuticos? ¿Cómo reaccionar frente a este revuelo mediático, como sucedió cuando aquel cantante adicto, en un brote químico, recibió un disparo de un policía? 

¿Qué cambiara luego de estos días televisados? Nada. Hace años que estamos girando en falso. Los que trabajamos en esta problemática hace cuarenta años vemos que todo sigue igual y va empeorando.

Nos queda ese espíritu solidario que nos impulsa a seguir construyendo puentes para que aquellos sujetos perdidos en sus tristes días, encarcelados en sus miedos y frustraciones, puedan llegar hacia esa otra orilla.

Alli donde quizás, encuentren, en su intimidad desgarrada, su verdadera identidad y el valor para superarse. La posibilidad de construir una vida digna, responsable, en armonia. Ajenos a estas manipulaciones políticas, populares, caricaturescas, que solo buscan generar un debate efímero, superficial como sus mismas intenciones abyectas.

Al margen de las diversas conjeturas acerca de la interna narco, el error intencional en el corte del producto y de todas las hipótesis posibles.

Además de las recomendaciones bizarras de funcionarios y jueces hacia los adictos que compraron la droga en cuestión en las últimas veinticuatro horas, para que se presenten a la justicia o la descarten. Pareciera todo una pesadilla insoportable.

Aquí lo trascendental que nos desafía como sociedad es como percibimos y asimilamos la problemática del consumo de drogas.

Pues en una organización de país serio, coherente y responsable, el abordaje en la prevención y en lo asistencial debería responder a políticas fundamentadas en conceptos reconocidos en el tiempo y no en improvisaciones. Con argumentos clínicos, psicológicos y espirituales probados. Alli donde las organizaciones no gubernamentales de larga trayectoria supimos abrir caminos, dejando huellas seguras a seguir.

Me refiero a la comprensión terapéutica necesaria para abordar esta tragedia humana de las adicciones con herramientas sutiles y eficaces. No perderse en conceptos, debilidades, obsesiones, intereses y políticas dirigidas hacia la popular, con banderas partidarias.

Dejando de lado el imperio que deberíamos tener como objetivo. La integridad de todos esos sujetos que hoy están muriendo en los hospitales. Su vida trasformada representará la chance de formar familias armoniosas y una sociedad con personalidad y valoración.

Ya no como zombis perdidos en sus mismas fantasmales presencias. En una patria, donde los funcionarios de turno, solo piensan en las próximas elecciones y sostenerse en el poder como sea. Esta realidad asfixiante flota sobre estos cadáveres jóvenes que pudieron ser mujeres y hombres libres, en una existencia posible y lejana.

Osvaldo S. Marrochi

Presidente Fundación Esperanza de Vida - Vicepresidente AEA