Comienzan los Juegos Olímpicos de invierno en Beijing y Estados Unidos vuelve a levantar su dedo acusador por enésima vez. El gobierno de Joe Biden los saboteará, pero con una medida de nula eficacia: el boicot diplomático. El motivo es la genérica denuncia de violaciones a los derechos humanos en China, aunque esta vez con especial énfasis en lo que sucede con la minoría musulmana uigur. Que EE.UU. se preocupe por los musulmanes parece una sátira de Darío Fo, el célebre dramaturgo italiano y premio Nobel 1997.

La decisión fue acompañada por varios países occidentales (Inglaterra, Canadá, Australia). El último que se sumó fue India, aunque por las derivaciones de un conflicto fronterizo con China ocurrido en 2020 donde murieron soldados de los dos países. El alcance del boicot no afecta a los atletas, que se presentarán igual a la cita olímpica.

No es la primera vez que un presidente de Estados Unidos repudia los Juegos Olímpicos organizados por otra potencia. En 2014 Barack Obama y Biden –su vice de entonces– no asistieron a los Juegos de Sochi en Rusia. Una de las razones inconfesables habría sido que el gobierno de Vladimir Putin le brindó asilo político a Edward Snowden en 2013. Aquel ex agente que filtró documentos secretos sobre el espionaje de EE.UU a escala planetaria.

La tradición estadounidense en boicots diplomático-deportivos no es nueva. Hace más de cuarenta años, no envió su delegación de atletas a los Juegos Olímpicos de Moscú 1980. En represalia, la Unión Soviética arrastró a los demás países socialistas de la época a una respuesta simétrica.

A Naciones Unidas poco le importó la determinación de la Casa Blanca. Como ya es tradición, su secretario general estará presente como invitado del Comité Olímpico Internacional. El portugués Antonio Guterres, según su vocero “considera a los Juegos Olímpicos como una importante expresión de unidad, respeto mutuo y cooperación entre diferentes culturas, religiones y etnias”. Deporte y política, una vez más, volvieron a ser las dos caras de una misma moneda. Con los JJ.OO como territorio para dirimir las miserias de la diplomacia.

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