Giordano Bruno, levitando en los Esteros del Iberá, harto ya de los divos de la pandemia, deja Campo dei Fiori y mata el fuego con el agua de la patria grande, pero descubre en sus visiones que la esencia del Paraná de las Palmas tiene el mismo perfume que María Magdalena y Tita Merello.

En la plaza de Parque Centenario no suprime el power a sus consultas y ese rumor es una descarga eléctrica para las dos influencer en la red de la intuición universal. Involuntariamente, los pequeños médanos en la temporada baja de Villa Gesell guardan el secreto del primer beso en la frente.

Mientras tanto en el castillo de Castelli hay una muestra de Paul Klee, plan que suena tentador para la reina del lunfardo. De forma imprevista el lugar elegido por ambas, para la lectura de la borra del café, es una mesa del Centro Armenio en Palermo viejo.

La conectividad sagrada es el poder sorpresivo de las ninguneadas, un circuito integrado a todos los ciclos de la humanidad. Instantáneamente arman una alianza con el arte etrusco para salir al sol y orientar el destino hacia la Interbalnearia, evitar controles policiales sin detenerse en Dolores y finalmente guiarse por la constelación, con el deseo esotérico de Giordano Bruno, para que ninguno de los caminos llegue a Roma, donde todo vuelve a empezar. La audacia de Bruno es sueño de estampita en los pies de Zarate Brazo Largo.

El tango campero de Nelly Omar se toma un respiro en el sentimiento porque “El raro bicho” les ha dicho que sabe gambetear el iceberg de “La biblia y el calefón”, sangre azul del Rio de la Plata.

El postre elegido de las compañeras es el baklava que empalaga hasta las lágrimas a las discípulas de Jesús. Pero el recuerdo es como la soga de acero del puente colgante, que las espera tensando los nervios y abraza la emoción de la que es maltratada por textos sagrados. Desde el tiempo de los mares, el brujo sabe que en los barrios porteños no lo llevarán a la hoguera y emergen desde regresiones a la contemporaneidad, las voces de la masacre del pueblo armenio en 1915.

En ese año, cuando Tita apenas era una estrella niña, en la belleza del olor a podrido europeo, asoma la mayoría de edad del Pabellón Este de la estación metropolitana Karlsplatz que Otto Wagner diseñara en Viena. Todavía faltan unos 70 años, en la Argentina adolescente, para que se construya una especie de cama paraguaya colgante al revés, desde la corriente del Paraná, casi rayando el cielo, para unir las provincias de Buenos Aires y Entre Ríos.

La paciencia de la causa armenia invita al pueblo de mis ancestros a la exquisitez de la cocina, para que el placer de la santa y la diosa argentina sean protagonistas de un nuevo recuerdo. Aunque la mejor receta de los pueblos, que saben mirar muy atrás, es que pueden asumir con dolor y proyectarse más adelante. Esas civilizaciones tienen los astros con el mismo perfume.

El mismo estilo para dos mujeres con divinidad, deja ya el Free Shop en la anécdota para combinar la fe mutua como fuerza transformadora y la poesía como arma que marca al poder instalado.

En un cruce astral de media cancha llega el centro generoso del Rifle Pandolfi para descoserla con la voz de Tita Merello en Cafarnaúm que viaja a San Telmo para evangelizar corazones rotos. Mientras María Magdalena cantando “Se dice de mi” bucea en la incertidumbre para destilar miel en la colmena de la historia presente.

Viajar con dos almas bellas deja también el paso libre en la teoría de las almas vivas. En ese plano uno puede ver el box televisado del interior con Piero della Francesca y enterarse cómo hizo para ser referente del renacimiento sin trabajar con los Medici.

María Magdalena planta fragancias en “El túnel” de Ernesto Sábato para el proyecto que da pérdida pero deja esperanza: El proyecto de Jesús. Y la Virgen de Xul Solar propone nuevos colores al “Informe sobre ciegos” en la melancolía de Santos lugares.

La praxis de una especie de sueño trunco que es elegante pesadilla en la eternidad. Esa estética que marca el tango canción, cuando uno camina por San Telmo en un invierno silencioso, prendido de un café en Recoleta cortado por la amargura porteña. Miro vidrieras como una cárcel de pantallas, antes de subir al último tren a Mar del Plata. A pesar de la conquista del wifi, alumbra la sonrisa con pena de Tita Merello.

Huyendo de una marquesina, Azucena Maizani deslumbra con su hastío en el tango “Pero yo sé”. La noche estrellada de Van Gogh es como la esquina de Corrientes y Uruguay que detiene el tiempo en la época de Olmedo.

El brindis con la panamericana enamora al río que la tormenta de Santa Rosa quiere conquistar: El Paraná de agua dulce que bautiza el suspiro de las dos.

El cemento haciendo flexiones en el Rio Paraná me da el rumor del agua marrón que siempre guarda los misterios perdidos del mar que le roba a Poseidón. Anuncia la cadena caracol que la máscara de Agamenón puede contemplar el dolor oceánico en la piel, con apenas zambullirse en la fragancia del Nuevo Testamento.

Un supuesto hervor de una lluvia anticipa a las mujeres que dejan huella en el quebracho de la tranquera, como el caso entre tantos de “La Candelaria” en Lobos o de aquella mujer museo que es incógnita en Navarro, “La Protegida”.

El viento arrastra una carpa y es el circo del Facha Martel. Tita Merello cantando “Afiches” abraza con la mirada los pies del Gauchito Gil.

Grita su bajante, el nivel del Paraná y la lágrima de María Magdalena, sostenida en los isquiones, sigue el método Alexander: Se piensa hacia arriba y retumba en la última tentación de Zarate Brazo Largo.