Todo eso sucedía hacia finales de siglo y de milenio, porque también por esas fechas, en parte abonado por el cansancio de la Salsa y la utilización comercial del pasado, comenzaba a fraguarse como una reacción entre lógica y desesperada lo que hoy todavía estamos sufriendo y que, contrario de lo que esperábamos, llegó pero no se ha ido y... por lo pronto, no se irá: la era del reguetón. Lo que comenzó siendo una utilización de los recursos del hip-hop y el rap para ampliar los registros de los salseros, sus posibilidades comunicativas y un modo de tender puentes hacia determinados públicos más jóvenes e iconoclastas, terminaría siendo una autopista por donde hoy se mueve la música de la región, adornada con sus niveles más bajos de calidad sonora y elaboración artística, y los más elevados de sexismo, vulgaridad y violencia (con sumergidas en lo escatológico), aunque vale reconocer que en el reguetón puede haber de todo, como en cualquier viña del señor.
Siempre digo, porque lo pienso: el reguetón y su estética no son una causa, sino una consecuencia. Si su origen fue contestatario y pretendidamente revolucionario, manifestación de muchas frustraciones sociales y de la necesidad generacional de hallar nuevas formas expresivas, su extensión ha sido el resultado de la posibilidad de darle forma y visibilidad no solo a esas frustraciones y anhelos, sino al fruto amargo de ellas presente en nuestras sociedades: la marginalidad, la rabia, la desesperación y también la banalidad, la misoginia, el abaratamiento del sexo y de la inteligencia. De tal modo, si se hurga en los contextos socio-culturales y económicos de tres sociedades tan diversas y a la vez similares entre sí como la puertorriqueña, la cubana y la dominicana, se entenderá de dónde sale y a quiénes llega el reguetón.
Y, en tiempos de reguetón, ¿para qué volver a hablar de la Salsa, qué nos importa ya de la Salsa... y a quién?
Quizá para empezar a responder sea bueno repetir algo que todos sabemos: la cultura de un país, de una región, de una lengua no la hace una obra, un artista, un momento. Somos el resultado de una acumulación y en nuestra capacidad de conocer el pasado puede estar la posibilidad de mejorar el presente y quizás hasta el futuro, aún en tiempos de la mayor incertidumbre y de tanta velocidad. Incluso, nos hace albergar la casi siempre utópica pretensión de te- ner la posibilidad de mejorarlo.
Y una parte de nuestro más cercano pasado cultural de caribeños, de latinos, transcurrió a ritmo de salsa, y todavía hoy sus réplicas se sienten cuando en lugar de un reguetón uno de los sofisticados equipos reproductores de este presente (incierto y veloz, ya lo he dicho) presta su volumen en fiestas, espectáculos o en locales comerciales a la música que acompaña a la triste historia de Pedro Navaja o a la picaresca del negro que está cocinando, o a la causa romántica de un ascenso súbito de la bilirrubina en la sangre.