La ley de creación del Parque de la Estación, en Once, está generando un interesante debate sobre cómo se crean y administran estos espacios, con qué se los orna y adorna, y quiénes pueden participar. Los comuneros María Suárez y Gabriel Zicolillo están muy activos en el tema y empapelaron casillas de correo con un trabajo del paisajista Fabio Márquez, autor de un proyecto para el parque. El texto enumera muy bien cuáles son las prioridades para la creación de un espacio verde social en estos tiempos.
Lo que se propone es que haya participación en el diseño, que la flora a plantar sea nativa, que se restaure y preserve todo el patrimonio edificado, que los vecinos participen en la gestión del parque, que se reconozca explícitamente que la misma existencia del parque se debe a los vecinos y que todo el proyecto se piensa de un modo sustentable, antes, durante y después. La idea de la participación en el diseño es, tal vez, la más delicada porque muchas veces disponer de un espacio libre dispara una serie de necesidades insatisfechas del barrio. El caso de la Manzana 66 es aleccionador, con los vecinos pidiendo tantas cosas –escuela, conservatorio, atención médica– que la mitad del espacio terminaría construido... Si se resiste la tentación de resolver tantos problemas de una y se concentran en tener un parque, los vecinos pueden no sólo disfrutarlo en un futuro sino crear un mecanismo de debate realmente útil.
El tema de la vegetación, explica Márquez, sobre pasa algún nacionalismo vegetal. Resulta que en la ciudad hay pocos árboles nativos y sus doscientas especies de aves y cien de mariposas tienen que arreglarse con las importaciones de un par de siglos. Los árboles y arbustos nativos son de más fácil mantenimiento porque están adaptados a nuestro clima, y pueden crear un lugar donde uno pueda verlos sin necesidad de ir al campo. Lo del patrimonio es evidente cuando se mira el hermoso galpón ferroviario que va de Anchorena a Gallo. La propuesta es una restauración y la creación de un gimnasio para las escuelas del barrio, muy cortas de facilidades deportivas, más una biblioteca y espacio cultural. Como son 3500 metros cuadrados, alcanza el lugar para muchos usos sin arruinar su aspecto patrimonial.
Muy interesante a futuro es la gestión participativa del parque. Por eso se exige que se reconozca que el parque es una iniciativa de los vecinos, muchas veces llevada en contra del macrismo, y que tienen derecho a un lugar en la mesa de administración. El PRO se resiste a estas cosas porque les cuesta escuchar y tomarse en serio a la gente de los barrios, que no es como uno, pero si son tan clasistas deberían dedicarse a otra cosa. Algo para entender es que así se construye democracia y responsabilidad: si todos en la comunidad sientes que un espacio es suyo, lo defienden y lo cuidan de un modo que ningún gobierno puede. Que el parque sea sustentable es una función justamente de la participación social, porque se sabe que Once es un barrio con poco verde y el impacto puede ser muy fuerte. Si no hay un verdadero cariño vecinal por el lugar, la cosa no puede funcionar.