“¡Aquí Cosquiiiiín!” se hizo famoso por Julio Marbiz (o viceversa), presentador histórico del festival de folclore más importante del país y uno de los más grandes de América Latina. Aunque, en realidad, ese saludo inaugural fue fundado y pronunciado por Reynaldo Wisner en la primera edición del festival que data del 21 de enero de 1961. Las crónicas califican al doctor Wisner y a sus doce compañeros, creadores del festival, como entusiastas. Pero los adjetivos, cuando son fáciles y convencionales, sabemos que diluyen la magnitud de lo que nombran.

Este grupo fundador, tuvo una cabal visión de lo que buscaba y, sus miembros, al poner en marcha el sueño, se convirtieron en los catalizadores de la sed de música de su pueblo. Para llevar a cabo el proyecto erigieron un escenario que cortaba la ruta nacional 38. Un escenario que, ya desde el origen, dio muestras de la solidez del propósito porque no se trataba de una construcción momentánea, hecha con maderas y alguna estructura provisoria. El escenario se hizo de concreto. Con humor y orgullo, hoy consideran a aquellos soñadores como los “primeros piqueteros de la música” porque se lanzaron a cortar una ruta para cantar y bailar.

Desde entonces, durante las nueve lunas coscoínas, se dan cita en el escenario que hoy lleva el nombre de Atahualpa Yupanqui, músicos muy populares pero también otros, menos difundidos y con enorme talento. A su vez, en cada esquina y espacio abierto aledaños a la plaza Próspero Molina se convocan músicos que animan a la multitud, sí, la multitud de público de todas las edades que van recorriendo las calles cantando chacareras, zambas, cuecas. Se improvisan parejas de baile donde haya dos que tengan ganas o incluso algún amanecido solitario también comparte su danza. En los zaguanes hay alguien con una guitarra o un bombo. Las puertas y ventanas permanecen abiertas porque la música tiene que hacer su recorrido. La fiesta es total y completa. Hay patios famosos, en los que los dueños de casa abren las puertas para que todo aquel que desee sumarse al baile de una chacarera se arrime con mate (en tiempos mejores) y voluntad de compartir.

Cosquín es un evento profundamente social y cultural. Se encuentra, también, la gran Feria Nacional de Artesanías y Arte Popular que lleva el nombre de uno de los principales estudiosos del folclore argentino, Augusto Raúl Cortázar. Cosquín es, todo en sí, un gran fogón que cuenta con un escenario muy famoso. La enorme y brillante punta del iceberg.

Hasta aquí esta crónica, que apenas puede transmitir una somera noción de lo que ocurre cada enero en este rincón de Argentina, pretende ser invitación para todo aquel que busque una conexión con lo que Campbell llama la literatura del espíritu. Pero también se vuelve necesaria para comprender el contexto en el que se desarrolla el evento poético más importante del país.

En este marco milagroso (tomo el adjetivo del himno de Cosquín) desde hace 20 años, con alguna intermitencia, ya que durante la dictadura no hubo espacio para versos y metáforas, se lleva a cabo un Cosquín Poesía. El nombre del mismo es “Encuentro de poetas con la gente”. Este año comenzó el 24 de enero y se llevó a cabo en el patio de la Escuela Roca, frente a la Plaza de los Artesanos.

Las noches de lectura comenzaban a las 21 y se extendían hasta la medianoche, con un público prendido a la voz de los poetas y cantores, haciendo un encuentro de singulares y plurales, que confluyeron en un colectivo de talento y sensibilidad.

Durante las seis lunas del Cosquín Poesía, se fue homenajeando al inicio de cada encuentro, a través de la proyección de videos, a un artista de la palabra y de la música. La primera noche fue dedicada a Edgar Morisoli, el poeta de La Pampa, de La Pampa más desconocida, de la más castigada, según sus palabras. En la segunda luna penetramos el litoral a través de Ramón Ayala. El mensú rondó la noche, se nos clavó en el alma. En la tercera luna el homenaje correspondió a Laura Devetach, para quien “la palabra dicha es el sonido del mundo”. Olga Orozco, con sus ojos verdes y su voz subyugante, hechizó a los espectadores de la cuarta luna, puntuales y consecuentes. La quinta luna estiró los pies hasta Ecuador para honrar a Antonio Preciado y su gran compromiso con la palabra, que es compromiso con la humanidad. Finalmente, la sexta luna dedicó la primera parte del encuentro a Manuel J. Castilla, enorme poeta del norte argentino, autor entre tantos temas de “Balderrama” y cuya foto daba marco al escenario donde los poetas invitados, noche tras noche, luna tras luna, compartieron sus versos con un público constante, fiel, y con otros que simplemente entraban por curiosidad porque, claro, las puertas estaban abiertas.

Este año, fueron parte de la celebratoria experiencia, en diferentes mesas de lectura, los poetas Dardo Passadore, Gri Poe, Diego Roel, Estela Zanlungo, Aníbal Costilla, Sebastián Olasso, Águeda Franco, Hernán Jaeggi, Marline Gousse, de Haití, Marcela Minakowski, Carlos Salinas, César León Vargas, Guillermo Bianchi, Alejandra Méndez Bujonok, Analía Requena, Tina Elorriaga, Silvina Anguinetti, Laura Lumumba, Alfredo Luna, Claudia Tejeda, Antonio Gutiérrez, Claudio Lo Menzo, Pablo Carrizo, Ana Piretro, Laura García del Castaño, Daniel Viola, Dardo Solórzano, Mónica Flores, Pablo del Corro, quien suscribe (en la foto) y los organizadores, los anfitriones, Hugo Francisco Rivella y Miguel Ángel Vera.

La música estuvo a cargo de compositores e intérpretes que ampliaron los vuelos telúricos, sociales, existenciales, ideológicos, poéticos: Mario Díaz, Miguel Ángel Toledo, Daniel González, Lucho Hoyos, Chuni Cardozo y Julieta Paiva, Clara Bertolini, Guillo Bonaparte, Nahuel Porcel de Peralta, Ferni Dyngenfeldt, Carlos Piano, Eduardo Allende y la Chicharra.

También es de destacar la labor de Luis Barrera, Secretario de Cultura de la Municipalidad, quien brinda apoyo a los hacedores de este evento que se sostiene por militancia poética, por el acompañamiento del público y por la calidad y la pluralidad de los artistas que convoca.

El “Encuentro de Poetas con la Gente” tiene un aura propia, crea lazos con un público que, en esta oportunidad, a pesar del distanciamiento y la pandemia, cada noche estuvo a poco de alcanzar el centenar de personas. Y esa aura no es producto de la casualidad, sino el resultado de las horas de trabajo de sus organizadores que tienen la mirada amplia, que buscan a los poetas de los distintos y distantes rincones del país y del continente.

Hugo Francisco Rivella y Miguel Vera van detrás de un encuentro y consiguen lo que buscan: el encuentro con la gente de la poesía, con la gente de la música, con la gente que baila, con la gente que escucha… Con la gente.

 

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