Luego de diez años de relación, Adrián siente que ya no puede vivir más con Laura, pero tampoco sin ella. En una noche de insomnio, ese dilema termina por estallar y los pensamientos, los temores y las dudas fluyen sin pausa. Y en ese marco, la terapia parece ser la única válvula de escape posible frente a ese padecimiento. De ese disparador parte Ella en mi cabeza, comedia escrita por Oscar Martínez, que vuelve a la cartelera porteña luego de un largo recorrido sobre tablas, con funciones en el Teatro Metropolitan Sura (Corrientes 1343), los jueves a las 20, viernes a las 20.15, sábados a las 20 y a las 22 y domingos a las 20.30.
Con dirección de Javier Daulte, la nueva versión cuenta con las actuaciones de Joaquín Furriel (Adrián), Florencia Raggi (Laura) y Juan Leyrado, quien vuelve a interpretar a Klimovsky, el comprometido terapeuta que busca desactivar la neurosis de su paciente. Estrenada en 2005, la pieza estuvo dirigida en ese entonces por el mismo Martínez, y el elenco original estaba integrado por Julio Chávez, Soledad Villamil y Juan Leyrado. En posteriores versiones, el rol de Adrián lo asumió Darío Grandinetti y el de Laura fue abordado por Natalia Lobo y María Carámbula.
“Es interesante ver lo que ha hecho el paso del tiempo con esta obra. Yo la había visto, pero por suerte eso no me condicionó porque tenía un vago recuerdo. Y cuando la leí me encontré con cosas que me gustaron mucho porque tienen que ver con el tipo de juego teatral que me atrae. Es un material muy inteligente y una comedia muy divertida, que por su mecanismo escénico logra profundidad y al mismo tiempo un despliegue lúdico muy grande. Y además, es una bella historia de amor que tiene sus oscuridades y que vale la pena contar”, cuenta Javier Daulte.
Por su parte, Juan Leyrado se pone una vez más en el papel del analista Klimovsky, y lo que parecería ser un terreno firme para transitar se convierte en un desafío impuesto por el transcurso de los años. “Uno nunca es el mismo, y además sabía que la puesta iba a ser distinta. Y eso me entusiasmó. Klimovsky sabe en carne propia lo que significa tener a alguien en la cabeza, no solamente desde su profesión, y por eso quiere ayudar a Adrián, que es una forma también de ayudarse a sí mismo. De esa forma fui construyendo la intimidad de este personaje”.
- El estreno de esta pieza ocurrió hace 17 años. ¿Qué la mantiene vigente?
Javier Daulte: - Lo que hace vigente a una obra es que esté bien escrita, y que no esté amarrada a ninguna coyuntura ni temática. Y esta es una historia de amor que está escrita con mucha originalidad. Luego, los espectadores son los que proyectan ahí sus neurosis y fantasmas más actuales, pero la obra no es coyuntural sino que nos muestra cómo a veces las personas nos llegamos a enredar en nuestra cabeza con algunas cuestiones debido a nuestras inseguridades.
Juan Leyrado: - El material es el mismo, pero los espectadores le dan distintos sentidos según la época. En la versión que integré hace muchos años, notaba que algunos veían desde un ángulo machista el hecho de que un hombre tuviera a una mujer en la cabeza, pero los vínculos que Javier creó en esta puesta ayudan a que esa mirada cambie, porque el problema no es Laura sino lo que le sucede a Adrián con esa relación. El conflicto está en la disociación que él padece con ese vínculo, y eso lo lleva a hacer un análisis de todo lo que vive.
- Es una obra con una perspectiva muy subjetiva, porque se construye desde los pensamientos del protagonista.
J.D.: - Sí, la obra es de una alucinada lucidez. Todo ocurre en la cabeza de Adrián, en una noche de insomnio. Ese es el juego que más me interesaba jugar. Para eso, con Furriel trabajamos su zona vulnerable e insegura, y eso fue muy atractivo. Por otro lado, a Klimovsky lo abordamos desde el lugar de un analista sumamente humano, no ortodoxo y amoroso con su paciente. Todos nosotros somos viejos analizados, y queremos mucho a los psicoanalistas, y creo que está bueno que la obra ponga a este personaje en un lugar que no es maniqueo.
- En los últimos años, la terapia fue ganando terreno como argumento dramático. ¿Cómo se explica eso?
J.D.: - Quien legitimó la introducción de la terapia en las ficciones fue Woody Allen. La situación terapéutica es algo teatral, porque hay un protocolo, un encuadre y unas reglas del juego que el público conoce por experiencia propia o por haberlas visto en algunas ocasiones en televisión, donde hubo grandes éxitos como Vulnerables o programas que yo hice como Tiempos compulsivos o Silencios de familia. Es un lenguaje que los espectadores reconocen. Además, una sesión de psicoanálisis es tan privada que eso genera el morbo de espiar por el ojo de la cerradura, porque en esa situación se expresan los mayores secretos.
J.L.: - Yo me analizo todo el tiempo, porque tomo a la terapia como una filosofía, y por eso sé que tanto el psicoanálisis como el teatro son sanadores y liberadores, porque ambos dan permiso para jugar. Cuando las personas asisten a ver una historia se encuentran con actores y actrices que se disfrazan y juegan sobre un escenario, y de esa manera pueden fantasear con hacer lo mismo. Eso es justamente lo que a mí me hizo entrar en esta hermosa profesión, porque se cree que cuando somos grandes tenemos que dejar de jugar, y en el teatro se encuentra el juego eterno de la niñez que no debemos olvidar.
- ¿Cómo evalúan esta temporada particular, que continúa atravesada por el contexto sanitario?
J.L.: - Si hay un lugar seguro ese es el teatro. El cuidado de las salas es extremo. Obviamente hay que seguir cuidándose, pero esperamos que esta situación mejore porque todavía hay mucho por reparar en esta actividad en la que hace dos años no se producen ganancias.
J.D.: - En este contexto todo se vuelve muy cuesta arriba, pero desde nuestro lugar tratamos de hacer lo mejor que podemos. Hay mucho deseo de todas las partes de estar otra vez juntos en un teatro, y queremos que nuestra propuesta le guste al público.