Por Hugo Soriani
“Café La Humedad / billar y reunión / sábados con trampa, que linda función / yo solamente necesito agradecerte / la enseñanza de tus noches / que me alejan de la muerte…”
Osvaldo, el mozo, está emocionado canturreando el famoso tema de Cacho Castaña y ni siquiera nota mi presencia en la mesa de siempre, al lado de la ventana más grande de su barsucho de morondanga.
Tengo que llamarlo un par de veces antes de que se acerque, haciéndose el recién caído del catre.
–Ya lo vi, ya lo vi, tranquilo que ya lo vi –me dice entre ofendido y desafiante–. Usted, jefe, se pasa semanas sin venir y pretende que deje de cantar al inmortal Cacho sólo para traerle ese café rasposo que pide siempre. Porque ni siguiera una medialuna le agrega, con tal de no gastar un cobre.
–No me provoque Osvaldo, y cante todo lo que quiera pero traiga mi cortado que no tengo mucho tiempo. Además, si tanto le gusta el canto afine un poco, porque la verdad que cuando uno lo escucha dan ganas de tomarlo para la chacota.
–Cierre el pico periodista, ¿o acaso usted tiene oído de tísico?, como decía mi abuela. Seguro que ni le gusta ni valora a Don Cacho Castaña, el “Cacho de Buenos Aires”. Yo aprovecho para cantar acá, porque en casa solamente lo escuchamos mi señora y yo. A los pibes no les gusta, y Luciana, mi nuera, me dice que era un machirulo y me hace bajar el volumen. El Beto, mi pibe, que en ese sentido es un bolastristes, me guiña un ojo mientras mira para otro wing. Yo sé que le gusta el Cacho, pero no quiere bardo con su filito, después del trabajo que le dio conquistarla: meses arrastrándole el ala para que la piba le lleve el apunte. Además, Cacho era Cuervo como este mozo –Dice Osvaldo abriéndose la chaqueta para mostrarme la camiseta azulgrana que lleva abajo–, ¿qué más necesito para aplaudirlo y aprenderme de memoria la letra de todas sus canciones? Y otra cosa, le voy a decir al dueño que este bar debería llamarse “Café la Humedad”, en su homenaje.
–Tarde piaste querido Osvaldo. Ya hay un Café que se llama así, y hasta tiene una estatua de Cacho en la entrada, creo que queda por la calle Carlos Calvo.
–Ya lo sé jefe, ya lo sé, pero usted no se pierde oportunidad de hacerse el sabiondo, me parece que estuvo viendo La Casa de Papel y lo quiere imitar al Profesor. No importa que ya haya uno, podría haber cien y sería poco. También hay baldosas en Buenos Aires con las letras de sus canciones más famosas. Mire, ya que usted, como buen periodista, se cree que se las sabe todas, lo desafío a que me diga cuántos temas del gran Cacho recuerda, así de sopetón, de memoria y en este mismo momento.
–Pare la chata Osvaldo, quizás no me sepa más de cinco, es cierto, pero me basta y sobra para bancarme la parada. Ahí van: “Garganta con Arena”, “Tita de Buenos Aires”, “La Gata Varela”, y el bodriazo ese de “Quieren matar al ladrón”, que torturó mis oídos durante años… Ah y me olvidaba otra que es una vergüenza y que me parece que se llamaba “Si te agarro con otro te mato”.
–Es verdad, así se llamaba, y lo peor es que es una de las más pegadizas de Cacho. Pero es cierto que no se puede cantar más. Yo a veces la entono en el patio de casa y Luciana me hace callar, y cuando no es Luciana es Olga, mi señora, que también se “concientizó” como me dice ella. Porque hasta hace algunos años, antes que mi pibe se enganchara con Lu, ella la bailaba en todos los carnavales.
–Mire Osvaldo, yo no quiero pincharle el globo, mucho menos cuestionarle sus gustos musicales. Incluso le batí recién que hay temas del muchacho que me encantan y que se ganó un lugar en el pedestal de los ídolos de este ispa. Así que finishela. Sanseacabó.
–Pero dígame una cosa Don Sabiondo, ¿quién se cree que es Usted para sacarme carpiendo? Pare la chata si no quiere que le dé un moquete. Me parece que a usted se le subieron los humos, y yo se los voy a bajar de un sopapo. A mí no me venga con esos berretines. Para berrinches ya me sobran los del trompa.
–Pero Osvaldo querido, qué loquibamba que se ha venido. ¿Serán los años lo que lo pone tan cabrero? Si tuviera un bufoso hasta es capaz de pegarme un tiro. ¿Para eso quiere que venga más seguido? La verdad que esta polémica es al divino botón. Usted es fana del Cacho de Buenos Aires y a mí solamente me gustan algunas de sus canciones. Incluso un par hasta me las sé de memoria, porque son pipi cucú.
–¿Cómo que solamente un par?! Hagasé hervir y tomesé el caldo, jefecito. Además, tampoco me perdía el programa de televisión con cinco atorrantes que tienen más calle que el colectivo 60. Ni se los nombro porque ya sé lo que me va a decir. Y tiene razón.
–Sí Osvaldo, mejor ni los mencione. Al menos me alegra que sepa que por lo menos un par de ellos son impresentables y no deberían estar en la televisión sino en otro lado. Pero dejemoslá ahí porque estas discusiones nos van a sacar canas verdes. Mejor enfundemos la mandolina, y a otra cosa. Y para que vea mi buena voluntad de arreglar el estofado, vaya y traigamé un café con leche y tres medialunas.
–No se juegue tanto periodista, que de la emoción se me van a caer los calzones. Por las dudas le aviso que el horario de “la promo” ya terminó, así que cuando le traiga la dolorosa, va a tener que poner toda la tarasca. Si quiere amarrocar la chirola llegue con el rocío, no sea tarambana. Y ya le traigo su café con leche, Don Gilastrún, pero antes dele, animesé al karaoke y cantemos juntos:
“Ya ves, el día no amanece / Polaco Goyeneche, cantame un tango más / ya ves la noche se hace larga / tu vida tiene un karma / cantar siempre cantar… / Canta garganta con arena…
¡Y marche un café con leche con tres medialunas, tres!