La noche del viernes 4 de febrero se estrenó la película documental En cumplimiento del deber, sobre la masacre de Iron Mountain, en el mismo lugar de los hechos, en el barrio de Barracas. Fueron llegando los familiares de los caídos, mujeres, varones, jóvenes y viejos, un colectivo numeroso que se daba cita en el lugar, a horas de recordar el octavo año del doloroso suceso. Ocho años apesadumbrados en el horror y la pena. Se acomodaron en sillas o como pudieron sobre el cordón de las veredas, y asistieron atónitos, desgarrados, a ver el film que dirigió Jorge Gaggero. No fue un hecho común, un grupo de amigos solidarios que veían una película. Eran un conjunto de personas sumido una vez más en su indignación más profunda y hasta en sus lágrimas. Y en “sus heridas como dos ojos… llenos de ruego”, al decir de Gabriela Mistral.
El encuentro parecía un volver al cine que en otras épocas, cuando se proyectaba en las plazas de las ciudades en un encuentro fraternal, dejaba a los vecinos verse, sentirse y comunicarse cara a cara, mirándose a los ojos. Se percibía un clima que las grandes tecnologías digitales de los cines actuales jamás podrían lograr; era un encuentro humano bajo el cielo de una noche gris. La actriz Cecilia Roth, voz del documental, se había sentado en el cordón de la vereda cuando las sillas habían sido ocupadas por los vecinos.
Fue una noche mágica de cielo gris y anchas playas de nubes que exigían lágrimas para acallar lo que dejaban las heridas abiertas. Había en la muestra silenciosa y abnegada de Barracas una extraña sensación que asistía a esa irreparable irrupción de la pérdida. Los familiares se arracimaban, en el temor del sentimiento que los podría llevar a un viaje de profundo regreso a los momentos más duros de la masacre. Sin embargo, la rara magia de ese día los hermanaba, hacía más leve el pesar y más fuerte el abrazo.
La bella voz de esa gran actriz Cecilia Roth parecía aportar en la construcción de ese lugar común que habilita a la reparación como si solo fuera posible ese hallazgo, cuando la piel de los otros se une en el camino de una esperanza que, hasta ese instante, parecía imposible.
Por eso, entiendo, justamente a flor de piel, que la exhibición hizo que el sentimiento de los familiares de los caídos sin justicia, y el nuestro, fuera por un instante, un susurro, una amalgama de sentimientos que iba a precisar de una lluvia, la que llegó poco después del encuentro para suavizar el fragor de las heridas. Un querido poeta cordobés, Julián Luna, sintetizó ese momento: “ Nos quedamos sin voces …nos quedamos absortos…nos sentimos uno solo entre tantos cientos …fuimos bomberos muertos… fuimos fuego y derrumbe… los estafados de siempre por la justicia injusta… fuimos los despojados … los anhelantes tristes… los que alzamos las voces aunque se escuchen quedas… los que seguimos luchando… aunque el sol no aparezca …”. Nadie, luego de ver el documental, iba a ser el mismo. Todos tendríamos que asumir una transformación profunda, amasada en el amor, el rechazo y la resistencia, un día mejor en un mundo mejor.