Murió Angélica Gorodischer, serena y hermosa, escritora originalísima y hermana mía desde hace más de 30 años por decisión compartida.
A los 93 años de edad, Angélica partió hacia otras galaxias, cumpliendo su deseo de cerrar los ojos para siempre en su casa de la calle San Martín al 4700, en Rosario, y en su cama de esa casa rosarina donde escribió todos sus libros.
"No quiero morir en terapia ni en un sanatorio –había dicho a sus hijos Sergio, Horacio y Cecilia–. Espero hacerlo en mi cama, tranquila, con alguien que me agarre la mano".
"Y así murió, serena y hermosa, me dice esta mañana" su hija Cecilia.
Su obra es sencillamente monumental. Por la cantidad e intensidad de sus más de 40 títulos. Traducida a varios idiomas recibió 20 premios y forjó una obra incomparable desde Cuentos con soldados (1965) y su primera novela Opus dos (1967) hasta las cuatro últimas joyas: las novelas Las señoras de la calle Brenner (2012) y Palito de naranjo (2014) y las colecciones de cuentos Las nenas (2016, dedicado a su nieta Martina y a mi hija Celeste) y Coro cuentos (2017).
Leonina nacida el 28 de julio de 1928, su carácter –tan estricto en sus ideas como blando y delicioso en sus afectos– a mí se me brindó hermosamente a mediados de 1988, cuando un día le pedí un texto para mi revista Puro Cuento, y ella se presentó en la redacción de la calle Manuel Ugarte, me entregó su cuento "Las categorías vitales según el sistema de la naturaleza de Linneo", publicado en el número 11, y aceptó comer un puchero invernal, tradición de la revista.
A ese cuento le siguió su participación especial, un año después, en el número 17 de la revista, titulado "Ellas tienen la palabra". Y un año después inauguró las Primeras Jornadas sobre Mujeres y Escritura (agosto de 1989, que la revista organizó en el San Martín) con una conferencia titulada "De cuerpos presentes".
Un año más tarde, en el número 24 (septiembre de 1990) publicamos una entrevista de 10 páginas con el título "El cuento es un anzuelo con línea", coronado con el estreno del por muchos y muchas considerado uno de sus mejores cuentos: "La perfecta casada".
Desde entonces nos encontramos varias veces cada año y su casa de la calle San Martín fue escala obligatoria en cada viaje a Buenos Aires. Y casa en la que siempre me esperaba con té inglés y masas dulces, y luego, mediodía o noche, me tocaba hacer en el jardín, bajo su enorme y amado Gingko Bilova, el asado que "El Goro" (Sujer Gorodischer, su esposo) compraba cada vez que yo anunciaba mi "escala rosarina".
Feminista precursora, fue una adelantada para su época: el final de la dictadura. Hace 40 años una mujer tenía que ser muy audaz para ser militante y ella lo era. Y nos reeducó a varios, empezando por Goro y sus hijos, y también a mí. Y a su estilo, amoroso y suave pero contundente, durante años a todos fue reeducándonos. Y a mí, inesperadamente, una década después y en agosto de 1998, ella misma me entregó el "Premio Mujer Honoraria" en el 2º Congreso Internacional de Escritoras, que presidió en Rosario.
Angélica también asistió después, y durante años, a los Foros del Libro y la Lectura que nuestra Fundación organiza en el Chaco desde hace un cuarto de sgilo. Y como buenos amigos y colegas también nos encontramos innumerables veces en Buenos Aires y en Córdoba, en Santa Fe y Resistencia y en casi todas las Ferias del Libro porteñas. Era una gozada conversar con ella, que siempre llevaba la voz cantante, la curiosidad, la risa, la sapiencia literaria.
Para entonces ya habíamos empezado a mandarnos los originales de cuentos y novelas, que nos devolvíamos leídos y subrayados, con apuntes y respetuosas sugerencias. Así atesoro ""Tirabuzón", "Menta", "Querido amigo", "Las señoras de la calle Brenner" y otros títulos.
En 2017 me pidió que la acompañara a Mendoza, donde recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Cuyo. Después siguieron los asados y los tés en el chalet de la calle San Martín, las cenas en El Cairo y otros restaurantes rosarinos, y el cariño telefónico de estos últimos, infames dos años de pandemia. Durante los que nos reiterarnos el cariño, el amor del bueno, la fraternidad que ahora me hace llorar porque escribir esto es como remontar una cascada, una tonelada de dolor.
Claro que, por suerte, se trata de mi hermana Angeliquita y tengo su permiso para quebrar toda solemnidad y para cumplir el compromiso que un día, en plan jodón, nos prometimos: ser eternos y entrañables, amorosos y risueños hasta decir basta.
Ha de ser por eso que, parafraseando a Aníbal Troilo, ahora me atrevo a contrariar esta noticia: !qué va a estar muerta Angélica Gorodischer, si la seguimos y seguiremos leyendo como desde el primer día, y cada día escribe mejor.
Sólo así puedo despedir a
una grande como ella, que fue mi amiga-hermana. Y cuya memoria eternamente
viva, en sus libros, engrandece a la literatura argentina.