Espectáculo, del latín spectaculum, se origina en dos vocablos: spectare (ver, contemplar) y culum (que admite diferentes acepciones como herramienta, instrumento). La palabra ha cambiado de significantes desde la antigüedad hasta nuestra actualidad virtual. Hemos evolucionado, pero -como se verá- no del modo que sería esperable. Una línea de tiempo nos remite al circo romano o a la pena capital en sus múltiples formas como pasatiempo y con la guillotina como vedette. En las artes al teatro medieval, al circo sin cristianos como bocado de los leones y hasta incluye al brutal calcio florentino, antepasado de nuestra pasión cosmopolita. En un vuelo rasante llegamos hasta nuestros días, o si se prefiere a varias décadas antes, a la época del fútbol espectáculo. Comenzaban los años ’60 del siglo XX y dos presidentes, Alberto J. Armando de Boca y Antonio Vespucio Liberti de River, unían voluntades para reflotar un negocio alicaído. Sobre todo, después del llamado Desastre de Suecia. El Mundial que terminó con la Selección Nacional eliminada en la fase de grupos y goleada 6 a 1 por Checoslovaquia. Un país que ya no existe. Como tampoco existe aquella idea de importar jugadores a ciegas y sobre todo, brasileños.
Hoy, aquel spectaculum en tiempos de Augusto, Calígula o Nerón es el deporte potenciado por su simbiosis con los medios y en especial la televisión o el streaming. El fútbol es su máxima expresión. Una expresión decadente en sus contornos que llevada a la Argentina está dominada por la oferta mediática. La que nos bombardea casi en forma exclusiva con un monotema: la vida cincelada hasta en los más íntimos detalles de River, Boca y sus protagonistas. Con el seleccionado nacional como aperitivo cuando juega. Sobre todo si es en el año del próximo Mundial, el de Qatar, el de la FIFA a la que el periodista británico Andrew Jennings tan bien desnudó en su impudicia hasta que se murió el 8 de enero pasado.
El fútbol, este fútbol, tiene un problema. Es sagrado y profano al mismo tiempo. Para los dueños de sus derechos, para las empresas que producen paneles de polemistas que gritan y no se escuchan, el juego es una religión moderna, tan electrónica como la de los pastores evangélicos. Como la siguen millones de fieles no hace falta mucho más que inculcarles el catecismo del chimento berreta. En dos direcciones bien claras. Mirando hacia los barrios de Núñez y la Boca. Y entre aviso y aviso, siempre que quede tiempo, habrá parcelas informativas de Racing, Independiente y San Lorenzo. Los demás no dan rating.
Esta actualidad transversal a redes, plataformas y TV revela que solo importa lo que vende. Ya lo decía Eduardo Galeano en una de sus profundas reflexiones: “En el mundo sin alma que se nos obliga a aceptar como único mundo posible no hay pueblos, sino mercados; no hay ciudadanos, sino consumidores; no hay naciones, sino empresas; no hay ciudades, sino aglomeraciones; no hay relaciones humanas, sino competencias mercantiles”. Podríamos agregar, no hay fútbol, sino Boca y River o el Superclásico de cada día.
Ese fútbol espectáculo que concibieron para generar más ingresos Armando y Liberti, uno empresario automotriz, el otro cónsul del segundo gobierno peronista en Génova, visionarios los dos, omnipotentes también, hoy está repotenciado por intereses que entonces no existían. Ganaban campeonatos, contrataban a los mejores jugadores, pero sus billeteras hoy no alcanzarían a pagar la cuenta de la luz o el gas. Si existe una conexión con aquella etapa post-Mundial ’58 es la vocación no perdida de lograr la hegemonía deportiva sobre el otro y sobre el resto de los clubes agrandar el espacio de las diferencias económicas que minimizan sus chances de una competencia más pareja.
Boca acaba de gastar 7,6 millones de dólares en Darío Benedetto, Pol Fernández y Nicolás Figal. River, 5,5 millones en la misma divisa entre incorporaciones y préstamos según la información que nos aporta su tesorero, Andrés Ballota. Sus ofertas económicas son imposibles de imitar en el mercado local y la brecha se ensancha cada vez más en un fútbol de hijos y entenados. Conviven con una AFA donde domina el caos organizativo. Los campeonatos kilométricos. Las decisiones amañadas. Una Liga Profesional desdibujada. La tentación de las apuestas siempre mencionadas y nunca concretadas. La inminente llegada del VAR para enfermarnos o curarnos -Panzeri dixit- y la política haciéndole marca de cerca a Claudio "Chiqui" Tapia, el presidente que no tiene demasiado plafond en la Casa Rosada.
El fútbol espectáculo necesita un proceso de pasteurizado para sacarle todos los gérmenes y que sea más apto para el consumo del hincha promedio. La cantinela es vieja y nunca está de más repetirla, porque el hincha es mucho más que un consumidor de productos, como aquel que describía Galeano. El hincha es lo más parecido al personaje arquetípico de Discépolo en su película de 1951.
Hace falta más previsibilidad en los calendarios, más respeto por las condiciones en que se recibe en los estadios a espectadores indefensos -¿y sí se pusiera en práctica una defensoría del hincha?-, garantías de que la policía no apaleará al socio o simpatizante estándar y de que tampoco continuará sus negocios con las barras bravas… Hacen falta tantas cosas y casi nadie se hace cargo.
Entre muchas cuestiones a cambiar, hay una que no merece tocarse porque es parte de nuestro patrimonio cultural, una señal de identidad, una marca indeleble de la historia de nuestros clubes, a menudo golpeados, pero todavía orgullosos y de pie. Es su condición jurídica de sociedades civiles sin fines de lucro, de clubes con fútbol o de fútbol, pero bajo la tutela de sus socios.
La industria del juego espectáculo no pudo con ellos, ni con la organización que se dan esos hinchas todos los días por las causas más variadas. Son también protagonistas, aunque silenciados en los debates de fondo porque -ya se sabe- los debates más estimulados llegan hasta Boca o River y la alienación con que se alimentan los paneles televisivos. Un embole por entregas que invita a hacer zapping si esa es una porción del fútbol espectáculo o el espectáculo del fútbol que se ofrece todos los días en vivo y en directo.