Con el antecedente de veintiún programas fallidos en 65 años, ya se debería incorporar como una variable clave en el análisis del vínculo de Argentina con el Fondo Monetario Internacional de que todo acuerdo es político. Y que lo más probable con el próximo a rubricar es que no se cumplan las metas tal como se enuncian al inicio y, por lo tanto, habrá un largo ciclo de negociaciones –tensiones- permanentes en la relación con ese organismo cuyo dueño principal es Estados Unidos.
Rescatar el factor político del acuerdo no significa que la cuestión económica-financiera sea poco importante, sino que concentrar las observaciones exclusivamente en ese aspecto debilita la comprensión de lo que significa el FMI a nivel global y el papel que cumple de injerencia en la política local.
El Fondo Monetario no es un banco comercial ni de inversión, y tampoco un fondo de inversión internacional. Es una institución multilateral controlada por las potencias, utilizada como herramienta de poder geopolítico para desplegar la estrategia hegemónica global de Estados Unidos, al tiempo de imponer un condicionamiento amplio (económico, financiero, social y político) sobre países endeudados.
Un programa con el Fondo entonces no se limita a definir números fiscales, monetarios, de reservas, del tipo de cambio, de las tarifas de servicios públicos y de otras variables macroeconómicas. Esas cifras conforman el marco general que determina una mayor o menor asfixia de la economía con el objetivo exclusivo de generar excedentes para pagar la deuda. En este caso, la deuda en dólares con el propio FMI, además de la comprometida con bonos en manos de acreedores privados, extranjeros y locales.
La diferencia sustancial respecto a las relaciones crediticias que se establecen con el mercado de capitales global es que el vínculo financiero con el Fondo incorpora componentes políticos y de relaciones internacionales, elementos que son tan importantes como las proyecciones macroeconómicas.
Esta es la consecuencia más gravosa de la decisión del gobierno de Mauricio Macri de traer de nuevo al FMI porque, además de la merma de soberanía en la definición y administración de la política económica, sumó un factor geopolítico muy perturbador para cualquier proyecto de integración regional y de desarrollo nacional.
Peleas de poder
La disputa política local entre el oficialismo y la oposición, y al interior de la coalición de gobierno, respecto al modo de relacionarse con el FMI es evidente. No se puede esperar otra cosa cuando el Fondo Monetario pasó a ocupar un lugar central en la cuestión económica y en la política nacional. La traumática historia de la economía argentina con el FMI es lo suficientemente extensa para no tener que sorprenderse por los conflictos que genera.
La renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque de diputados oficialista es el más reciente cimbronazo. Un aspecto poco mencionado es que ese paso al costado, más allá de la valoración conceptual de esa posición detallada en una carta pública, lo concretó luego del anuncio del acuerdo y no antes, diferencia temporal importante puesto que de ese modo probablemente evitó demoras para alcanzarlo o, en forma más drástica, eludió la posibilidad de directamente tumbarlo. Es un comportamiento político de Máximo Kirchner que parece no haber sido registrado por la mayoría de analistas ni en la propia Casa Rosada.
Otro frente poco evaluado cuando se aborda la relación con el FMI es que también existen peleas de poder al interior del organismo. El hecho más contundente de esa disputa fue el ensayo de golpe palaciego contra Kristalina Georgieva, en septiembre pasado, de la fracción del establishment estadounidense más conservador.
Georgieva fue acusada de ejercer influencias para beneficiar a China en el informe "Doing Business 2018". En ese reporte se elabora un índice de "facilidad para hacer negocios" en los países.
En términos prácticos, resultaba insignificante lo que le cuestionaban a Georgieva que, según la denuncia, habría presionado para que China se mantuviera en el puesto 78 y no bajara al 85. Es evidente que se trataba de un hecho menor. El aspecto interesante es identificar quiénes y por qué hubo un intento de desplazarla del máximo cargo del FMI.
En esta instancia irrumpe la trama geopolítica del acuerdo con el FMI y la pelea al interior del establishment (financistas y funcionarios) de Estados Unidos para tener el control del organismo.
No existen grupos mejores que otros al interior del poder estadounidense, sino que expresan visiones hegemónicas con matices que los diferencian. Son cuestiones relevantes de conocer para evaluar con mayor grado de precisión las tensiones locales y externas que existen alrededor del acuerdo con el gobierno de Alberto Fernández.
Globalistas versus continentalistas
Los investigadores Walter Formento, Juan Constant, Sebastián Schulz y Ernesto Mori publicaron "Hacia una salida multipolar frente a la encerrona del FMI" en el portal del Centro de Investigaciones de Política y Economía.
Explican que existen distintos proyectos de poder que se expresan al interior del FMI, y que esa fractura se manifiesta en tres líneas política-estratégicas del establishment estadounidense (alianzas de partidos políticos con corporaciones), que pasan a detallar:
1. El sector denominado "globalistas" (con posiciones fuertes en los centros financieros Wall Street, Londres, Hong Kong) se expresa en megabancos y fondos financieros de inversión globales. Sus naves insignia son el HSBC, el Citigroup, el Santander, y corporaciones como Shell, Turner, CNN y, cada vez con mayor presencia, las grandes corporaciones de las telecomunicaciones. Este esquema de poder volvió a ocupar la presidencia de los Estados Unidos a partir de la victoria de Joe Biden, Kamala Harris, Antony Blinken y Nancy Pelosi, y está mediado políticamente (en gran medida) por el Partido Demócrata.
2. El bloque de poder llamado "continentalista" está enfrentado profundamente con los "globalistas". Sus naves insignia son Bank of América, JP Morgan, Goldman Sachs, grandes corporaciones petroleras como Exxon Mobil, además de la cadena FOX. Este proyecto estratégico está más contenido dentro de la territorialidad de estado-nación de país central con proyección regional (ALCA, T-MEC), y están expresados políticamente en el núcleo más conservador del Partido Republicano de George W. Bush, Mike Pence, John Bolton, Rex Tillerson, Mike Pompeo, entre otros. Su estrategia a nivel regional recupera los principios básicos de la “Doctrina Monroe” de “América para los americanos” y considera a Latinoamérica como su “patio trasero”.
3. El grupo "nacionalistas-industrialistas", sintetizado en la figura de Donald Trump, es expresión política del empresariado industrial mercadointernista, los sectores de capital derrotados con la globalización impulsada por las transnacionales, con eje en el complejo siderúrgico del llamado “cinturón industrial”. Promueven una vuelta a la “grandeza” de la nación estadounidense e intentan articular al núcleo conservador de la población blanca y anglosajona (WASP). Entre las fracciones neoconservadoras continentalistas del Partido Republicano y los industrialistas expresados por Trump existen alianzas tácticas vinculadas al fuerte enfrentamiento contra el sector globalistas.
El cuarteto de investigadores señala que el declive relativo de la hegemonía angloamericana en el sistema mundial agudiza progresivamente la disputa interna entre las distintas fracciones financieras, de forma tal que en algunos artículos ellos han caracterizado este proceso como la "Perestroika norteamericana".
Una de las disputas entre continentalistas y globalistas es por el papel y control de las instituciones multilaterales, entre ellas el FMI.
Mencionan, a la vez, que, a pesar de esas peleas, entre los tres grupos existen ciertos acuerdos tácticos respecto a grandes objetivos geopolíticos, entre los cuales se encuentra "recuperar la hegemonía sobre América latina y (re)subordinar a la región tras los incipientes procesos de integración regional autónoma de 2000 a 2015".
El objetivo geopolítico del crédito a Macri
Resulta tan desopilante un préstamo del FMI por un monto global de 57 mil millones de dólares, como el entregado en tiempo record al gobierno de Macri salteando las normas crediticias básicas del organismo, que no puede explicarse exclusivamente para facilitar la fuga y la salida de fondos especulativos de la economía argentina.
Además de cumplir con esa tarea tradicional de toda línea de financiamiento del Fondo para cualquier país con problemas financieros, ese crédito impuesto por la administración Trump y ejecutado por la conducción de Christine Lagarde tuvo un objetivo geopolítico bastante claro: dejar atrapada a la Argentina al esquema de poder del establishment estadounidense "continentalista" que, como se mencionó antes, está enfrentada con la "globalista", pero también contra los proyectos multipolares (China y Rusia) que desde hace algunos años comenzaron a ascender a nivel mundial.
Los investigadores apuntan que de este primer objetivo geopolítico se desprende el segundo: desarmar las potencialidades y el rol de la Argentina como articulador de una posible "segunda oleada" de integración regional autónoma para, de este modo, consolidar su estrategia de dominación sobre Latinoamérica y terminar de hundir a la Celac como espacio de coordinación, reposicionando a la OEA.
Por ese motivo se observa tanta hostilidad del dispositivo mediático de derecha, que expresa sin rubor cada uno de los intereses económicos y políticos estadounidenses, al intento del gobierno de Alberto Fernández de revitalizar la Celac asumiendo la presidencia de ese organismo, como también a la gira oficial a Rusia y China.
La salida de Okamoto y el principio de acuerdo
Formento, Constant, Schulz y Mori afirman que los continentalistas están obstinados en imponer "la derrota del proyecto nacional y popular en la Argentina (como condición necesaria para subordinar a su 'patio trasero' y debilitar aún más los intereses globalistas dentro de Estados Unidos), mientras que los globalistas (al no ser su prioridad estratégica) son más flexibles (en principio) a arribar a un acuerdo de partes que debilite al continentalismo".
Indican que un ejemplo de esa dinámica se observó el pasado 10 de enero, cuando un grupo de legisladores demócratas pidieron, mediante una carta a la actual secretaria del Tesoro, Janet Yellen (cuadro del globalismo), que recomiende a sus representantes en el FMI reconsiderar las sobretasas que paga la Argentina.
La dilatación del acuerdo por parte del FMI a la propuesta argentina provenía de funcionarios del continentalismo, que hasta enero pasado permanecieron en puestos ejecutivos clave dentro del organismo.
Detallan que si hasta el 28 de enero no se anunciaba un principio de entendimiento con el FMI no era por razones técnico-económicas, sino geopolíticas. En la cúpula del FMI fue el representante estadounidense y subdirector del organismo, Geoffrey Okamoto, quien se opuso con mayor vehemencia a la propuesta argentina y quien “se levantó de la mesa de negociación” en diciembre de 2021, pretendiendo imponer reformas estructurales y ajustes en tiempo record.
Okamoto fue quien dio la orden de que Estados Unidos no aprobara el informe expost stand-by de 2018 del propio organismo, el 22 de diciembre de 2021. Fue también Okamoto, en 2018, cuando se desempeñaba como asesor del secretario del Tesoro de Trump, Steven Mnuchin (un ex ejecutivo de Goldman Sachs), el encargado de subordinar al entonces representante de Estados Unidos en el FMI, el demócrata David Lipton (hombre de Wall Street -globalista-, hoy asesor de Janet Yellen), quien se oponía al crédito stand-by de 2018.
La salida de Okamoto como número dos del FMI el 21 de enero pasado materializa la nueva correlación de fuerzas en Estados Unidos al interior del Fondo Monetario Internacional. En su lugar, asumió Gita Gopinath, una economista indo-estadounidense de perfil académico que llega recomendada por el globalista David Lipton.
Los investigadores concluyen que el anuncio de los lineamientos del acuerdo no significa "en absoluto que el país haya recuperado su soberanía y se desprenda de las injerencias del organismo, sino que -en principio- se logró desarticular desde la política (interna-externa) el dispositivo de reformas y ajuste violento".
Para agregar que "seguimos bajo la órbita de una organización internacional política de poder que impone o intenta imponer los intereses estratégicos de los actores que la constituyen, disputan y conducen. Pero lo nuevo es que tanto el continentalismo como el globalismo se encuentran en una profunda y creciente confrontación interna, mientras que el multipolarismo gana grados de libertad y adquiere cada vez más peso, incluso en el FMI".
Rusia y China y el proyecto de desarrollo
En esta descripción de la trama geopolítica del FMI y de la refinanciación del crédito stand-by, la gira de Alberto Fernández por Rusia y China adquiere mayor relevancia, tanto por las declaraciones del Presidente (le dijo a Vladimir Putin, presidente de Rusia: Argentina tiene que "dejar de tener esa dependencia tan grande con el Fondo y Estados Unidos") como por los acuerdos rubricados (profundización de la Asociación Estratégica Integral con China).
En el editorial del último informe de FIDE se indica que, sin subestimar el corset al despliegue de la economía argentina provocado por la carga de la deuda heredada ni el significado de tener nuevamente al FMI monitoreando la economía local, "las prioridades del desarrollo trascienden ampliamente la letra del acuerdo".
Plantea que el gran desafío es implementar una agenda de industrialización, autoabastecimiento energético, cambio tecnológico y diversificación exportadora que garantice las condiciones materiales necesarias para la estabilización macroeconómica, el crecimiento sostenible, la generación de empleo y una distribución más equitativa del ingreso.
El interrogante nodal es si con el FMI, como un organismo internacional político de poder global, instalado como auditor económico y brazo geopolítico de Estados Unidos, se pueden alcanzar esos objetivos.