“¡Apagá la luz, nena, son las dos de la mañana!”, le pedía Angélica de Arcal a su pequeña hija, una lectora compulsiva que empezó a leer a los cinco años. Desde muy chica supo que se dedicaría a escribir. Quizá no imaginó que, como escritora declaradamente feminista desde los años 80, dejaría una marca singular en la literatura escrita en lengua española. La verdadera patria de Angélica Gorodischer, que murió en su casa en Rosario a los 93 años, fueron los libros: los libros que leyó y los que escribió, entre los que se destacan Trafalgar (1979) y los relatos de Kalpa Imperial (1983), éste último fue traducido al inglés nada menos que por Ursula K. Le Guin, máxima figura de la ciencia ficción anglosajona.
“La gente lo que quiere es que le cuenten un cuento. El ‘había una vez’ es fundamental. La gente quiere un techo sobre sus cabezas, quiere abrigarse en invierno, ir a la playa en verano, ir los sábados al cine, tener para comer y que le cuenten un cuento. Borges decía que todo es un gran cuento: la televisión, el cine, la filosofía...Todo es un gran cuento. ¡Qué razón tenía este viejo, caramba, todo es un cuento!”, decía Gorodischer en una entrevista con este diario en 2016, cuando vino a Buenos Aires a presentar Las nenas (Emecé), un puñado de excepcionales relatos en torno de niñas que no tienen un pelo de inocencia, acompañada por “Goro”, el arquitecto Sujer Gorodischer, su marido desde 1948, que murió en 2020.
Un pedazo de vida
La creadora de Trafalgar Medrano, personaje memorable que viajaba por la galaxia y narraba sus peripecias, cultivaba el humor tanto en la escritura como en la vida, como si fuera un flujo continuo e inseparable. “No quiero morir en terapia ni en un sanatorio. Espero hacerlo en mi cama, tranquila, con alguien que me agarre de la mano. Tampoco quiero un velorio, y sí ser enterrada en un cementerio jardín, con flores, en un cajón ordinario, que se pudra pronto”, dijo la escritora en una carta que escribió recientemente y que difundió el diario La Capital de Rosario, la ciudad en la que vivía desde 1935. La familia de Gorodischer informó que murió de causas naturales, el sábado a la mañana, en compañía de su asistente.
La niña que creció rodeada de libros había nacido en Buenos Aires, el 28 de julio de 1928, como Angélica Beatriz del Rosario Arcal. Sus padres decidieron regresar a Rosario en 1935 cuando ella tenía 7 años. Estudió en la Escuela Normal 2 de Profesoras de Rosario, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional del Litoral y trabajó de bibliotecaria en una editorial médica. En 1964 obtuvo el III Concurso de Cuentos Policiales de la revista Vea y Lea con su cuento En verano, a la siesta y con Martina. Un año después ganó el primer premio del Club del Orden, que le significó la publicación de su primer libro, Cuentos con soldados. Desde entonces, para firmar sus obras adoptó el apellido Gorodischer de su marido. “Un cuento es un pedazo de vida que le contás a alguien. Como en todo pedazo de vida, hay algo que no podés contar, que no podés explicar -advertía la escritora-. O. Henry (que es un escritor bueno, divertido, correcto, tiene facilidad para contar cuentos deliciosos, pero no es Franz Kafka ni Oscar Wilde) sostenía que en todas partes, cuando caminaba por las calles, encontraba un cuento. Hay un cuento en todas partes; es cierto lo que decía O. Henry”.
La gran dama
Gorodischer publicó libros de cuentos y novelas, entre los que se destacan Opus dos (1968), Bajo las jubeas en flor (1973), Casta luna electrónica (1977), Floreros de Alabastro, alfombras de Bokhara (1985), Doquier (2002), Historia de mi madre (2004), Tumba de jaguares (2005), Querido amigo (2006), La cámara oscura (2009), Diario del tratamiento (2011), Las señoras de la calle Brenner (2012), Palito de naranjo (2014) y Coro (2017), entre otros. El reconocimiento internacional le llegó cuando en 2003 se publicó en Estados Unidos Kalpa imperial (The Greatest Empire That Never Was), traducido nada menos que por Ursula K. Le Guin, una de sus influencias tempranas y con quien es constantemente comparada. Al epíteto “la gran dama de la ciencia ficción” se le sumó “la Ursula K. Le Guin hispana”.
Tal vez por el hecho de vivir en Rosario o por la mezquindad del sistema de premios, Gorodischer no recibió en vida todo el reconocimiento que merecía. En 1988 obtuvo una beca Fullbright, gracias a la cual participó en el International Writing Program de la Universidad de Iowa. En 1991, también con una beca Fullbright, enseñó en la Universidad del Norte de Colorado. Entre los premios que recibió se destacan el Emecé de Novela, el Konex de Platino y el Premio del Fondo Nacional de las Artes. Fue declarada Ciudadana Ilustre de Rosario, en 2007, y Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en 2012.
“La denominada ciencia ficción de Gorodischer no lo es stricto sensu -aclara Martín Felipe Castagnet en el prólogo de Tumba de jaguares (Eudeba)-. En el caso de que consideremos ciencia ficción sus textos rupturistas con el género, la apreciación deja de lado el viraje dado por la autora en la segunda mitad de su trayectoria”. Castagnet propone una lectura que inscribe la narrativa de la escritora en una continuidad que amalgama de manera programática todos sus intereses: “el cruce (muchas veces experimental y deudor del barroco) entre género o genre (ciencia ficción, fantástico y policial) y el género o gender (relatos protagonizados por mujeres o que tematizan la posición de la mujer)”. La ciencia ficción de la autora de Kalpa imperial tiene varios aspectos renovadores: “su preferencia por lo cotidiano en desmedro de la tecnología de avanzada, la puesta en discusión de los sistemas de dominación patriarcales y, especialmente, por el uso del humor como recurso principal”, plantea Castagnet.
Las cosas invisibles
“Me gusta demostrar que la realidad es también maravillosa, que lo fantástico está presente en todas partes, incluso en cosas que uno puede suponer que no existen -explicaba Gorodischer-. Recuerdo que Ingmar Bergman decía que no podía trabajar con gente para quien una mesa es una mesa y un queso un queso. Magritte opinaba lo mismo, pero de otra manera: decía que todas las cosas visibles tienen detrás otra que no es visible. Y mi tarea es ver cuáles son esas cosas invisibles que hay detrás de una mesa, que no es solamente una mesa, y ponerlas dentro del mundo en el que vivimos. No hay un límite estricto entre lo fantástico y lo real; basta con ver la superficie de las cosas y rascar un poquito para encontrar lo fantástico”.
Las etiquetas ordenan y clasifican; pero con la obra de Gorodischer cualquier nomenclatura se vuelve parcial y simplificadora. Nombrarla como “madrina de la ciencia ficción argentina” resulta simpático, pero es impreciso porque ella, con un desparpajo inusitado, mezclaba lo fantástico, el policial y la ciencia ficción a su manera, es decir dinamitando las fronteras a pura ironía y carcajada, como si fuera una rebelde con causa: una literatura sin aditamentos. La escritora de cabello rojo fuego bien cortito a veces usaba el bastón para caminar porque le parecía elegante. No hubo otra igual a la hora de intentar sacar lo invisible a la superficie.
“Porque hay cosas que no se pueden contar -dijo Trafalgar ese día de tormenta- ¿cómo las decís? ¿qué nombre les ponés? ¿qué verbos usás?... Estuve en un mundo sin nombre, cubierto de selvas y de pantanos, lleno de animales monstruosos... había un hombre sentado a una mesa tomando té. Me senté con él y sirvió té para mí. Después volví a casa, eso es todo. Empezó a llover. Un cascarudo se metió debajo de una hoja de magnolia y una gota fría me golpeó en la frente”. Cómo narraba, con qué precisión captaba los pequeños dilemas humanos. Su obra es de una potencia inaudita. Ahí están, para leer y releer, los once relatos de Kalpa Imperial con la historia del Imperio Más Vasto que Nunca Existió. Por suerte, Ángelica existió; era de este mundo, aunque no parecía. Quizá nunca dejó de ser la niña que no quería apagar la luz.