Para afianzarse como arquero no alcanza con atajar bien; además hay que tener carisma. Es el puesto más ingrato del fútbol. Un error puede echar por tierra grandes atajadas que se hayan hecho en los minutos anteriores de un partido. Hay que tener carácter para sobreponerse y no perder la confianza del hincha. En cambio, el delantero que no convierte se puede ganar a la gente con un gol y listo. Si no hace otro es poco probable que lo reprueben.

Ezequiel "Dibu" Martínez se ganó el puesto de titular indiscutible en la Selección. Nada menos que en competencia con Franco Armani, arquero de élite. Y también conquistó el corazón del hincha. Lo hizo no sólo con atajadas formidables sino también jugando para la muchachada. Fue a partir del “mirá que te como” de la Copa América contra Colombia, a lo que se le agregó el campeonato. Ese gesto se le aplaudió demasiado en detrimento de pautas de conducta que deberían existir entre colegas y lo elevó a otro nivel: el de la popularidad. Alfio Basile, hombre de fútbol y calle, le recomendó en las últimas horas que baje el perfil. Que no se deje tapar por el personaje. Por la misma senda crítica anduvo Nacho González, otro ex del seleccionado.

Los arqueros que marcaron historia en la Selección combinaron momentos brillantes con “un algo más”. Ubaldo Fillol, por ejemplo, no sólo fue el mejor, sino que tenía personalidad. No hablaba demasiado, pero con sus gestos transmitía la confianza necesaria. Hugo Gatti, quien le peleó la titularidad para el Mundial del 78, atajaba bárbaro pero además aportaba cierta frescura al puesto que hasta entonces era un híbrido. 

Pensemos en el fútbol de la infancia: al arco solían mandar los que jugaban mal, al dueño de la pelota o al que no tenía buen estado físico. Gatti cambió aquello. Con el pelo largo y vincha en tiempos de dictadura, salidas con pelota dominada y ropas de color. Fue el primero en animarse al rosa y en reírse bajo los tres palos. También lucía publicidades en sus buzos. Si cometía un error lo minimizaba. Claro que el tiempo le pasó factura, como a todos. Se fue por la puerta de atrás pero dejó huella. Fernando Navarro Montoya tomó el fierro caliente que era el arco de Boca e impuso estilo propio en los 90. Tanto que no sólo consiguió la idolatría del hincha, sino que tal vez hubiese jugado en la Selección argentina si antes no habría defendido los colores colombianos.

Amadeo Carrizo fue el gran inventor del puesto como se lo conoce en la actualidad en Argentina. Pero no pudo despegarse de Suecia ‘58 ni de las cargadas que recibía en los Boca-River. Se lo acusaba de achicarse en las bravas. A veces los estigmas superan a la realidad.

Se necesitaron muchos años para que un arquero se acerque a la sombra de Fillol. No lo logró Nery Pumpido, aún cuando fue el titular del campeón mundial en México. Tampoco Sergio Goycochea, recordado más por los penales atajados en Italia 90 que por sus atajadas en los 90 minutos. Goycochea no superó el 0-5 ante Colombia en las eliminatorias de Estados Unidos 94. Lo reemplazó Luis Islas, arquerazo al que le faltaba cierta sutileza extra, como la que -para bien o para mal- tiene Dibu Martínez. Los que siguieron en la lista desde los 90 hasta ahora no alcanzaron similar relevancia. Tal vez Sergio Romero, un caso raro de titular en el seleccionado pero suplente en su club. Ni hablar de las fallas en el arco en Rusia 2018.

Miren si será ingrato el puesto que Moacir Barbosa, figura de Brasil, fue condenado social y deportivamente después de que su selección perdiera ante Uruguay en el Maracanazo, en 1950. Referente del Vasco Da Gama, parte de la sociedad no le perdonó aquellos dos goles ante Uruguay. Incluso Mario Zagallo, técnico del seleccionado, le prohibió la entrada a la concentración en 1993 porque daba mala suerte. Dicen que no pudo sobreponerse a semejante insulto.

Dibu Martínez es el justificado arquero del momento. Tiene la confianza necesaria como para que los hinchas sientan que el puesto está bien cubierto de cara a Qatar 2022. Ojalá sea la solución tan esperada por años.