1960. Federico Fellini estrena La dolce vita y renueva al cine italiano. La película es un éxito y gana el Festival de Cannes. Además, provoca un escándalo por su retrato de la aristocracia romana de los años '50. El director dirá más tarde que nunca se le perdonó la escena de la orgía de los ricos en un castillo. Sobre el final, en una playa, el personaje de Marcello Mastroianni ve cómo un grupo de jóvenes arrastra un extraño molusco, de enormes proporciones, al que todos se quedan mirando en la arena. Para los espectadores del resto del mundo no dice mucho, pero en Italia nadie duda de que Fellini hace alusión al hecho que concitó la atención de todo el país siete años antes.
Comienza el enigma
Wilma Montesi tenía 21 años el 9 de abril de 1953 cuando salió de su departamento. Vivía en Roma con sus padres y sus hermanos. La encargada del edificio la vio salir. No llevaba dinero ni documentos. Tampoco se había arreglado. A las 22.30, como no había regresado, su padre Rodolfo decidió hacer la denuncia. Wanda, hermana mayor de la joven, sostuvo que si se había ido de forma tan intempestiva sería porque estaba apurada, quizás por algún llamado telefónico.
Las miradas se concentraron en Angelo Giuliani, el novio de Wilma. Era policía y estaba en un destacamento de Potenza, en el sur de Italia. Rodolfo Montesi lo llamó a primera hora del 10 de abril. Este no sabía nada y el día anterior había recibido una carta de Wilma que formaba parte de su correspondencia habitual. La hipótesis del suicidio tomó fuerza.
Giuliani viajó de urgencia a Roma. Al día siguiente, sábado 11 de abril, un cuerpo de mujer apareció en la playa de Torvaianica, a unos 40 kilómetros de Roma. Un albañil que circulaba en bicicleta fue quien halló el cadáver. Dos años después, el corresponsal en Europa de El Espectador de Colombia reconstruyó los pormenores del caso en una serie de notas. Al describir el hallazgo, anotó que, según lo contado por el albañil a la policía, el cuerpo estaba “en posición casi paralela a la orilla” y que le faltaban “la falda, los zapatos y las medias”. Un médico forense estableció que había muerto ahogada en algún momento de las 18 horas anteriores y que no había estado mucho tiempo en el agua. El domingo 12, Rodolfo Montesi y Angelo Giuliani vieron el cuerpo: era Wilma.
La investigación de esas horas marcó que Wima tenía una buena relación con su familia y con su prometido. ¿Cómo había llegado hasta esa playa? Algo era seguro: tuvo que haber viajado en tren. Y allí comenzaron las dudas, porque la encargada aseguró que había ido a las 17, mientras que Rodolfo Montesi declaró que había salido a las 17.30. El tren salió ese 9 de abril a las 17.30 y una pasajera reconoció a Wilma en un vagón. Era una funcionaria del Ministerio de Defensa que se presentó a declarar al ver la foto de Wilma en los diarios. Esa testigo dijo que la joven había viajado sin acompañante en el mismo compartimento. No habló con nadie, tampoco se le acercó persona alguna en el viaje, y bajó en Ostia, localidad en la que los Montesi no tenían ningún conocido.
Un escándalo que crece
La autopsia estableció que Wilma había muerto el 9 de abril entre las cuatro y las seis horas posteriores a su última comida, que había sido a las 14.30. O sea, que murió entre las 18.30 y las 20.30.
La muerte había sido por ahogamiento y Wilma estaba en fase postmenstrual inmediata, así que tenía mayor sensibilidad al agua fría. Había arena en los pulmones y en los intestinos, pero porque la asfixia fue cerca de la orilla, donde había granos de arena mezclados en el agua. Sin embargo, era arena de un lugar distinto al del hallazgo del cuerpo.
Se detectaron pequeños hematomas en el muslo derecho y la pierna izquierda, que serían previos a la muerte, y se estableció que Wilma pudo haber sufrido un desmayo mientras se mojaba los pies en la playa. Además, había muerto virgen.
Wanda Montesi declaró que la mañana del 9 abril su hermana la había invitado a tomar un baño de pies en Ostia por una irritación en los talones. Afirmó que no fue porque prefirió ir al cine. Esta declaración echó por tierra la hipótesis del suicidio en una joven que no sabía nadar. Lo que no quedaba claro era por qué Wilma se había quitado la falda si apenas iba a mojarse los pies. Eso reforzaba la sospecha de un homicidio por parte de un abusador, a lo que se sumaba la falta de la falda, las medias y los zapatos, además de la cartera de Wilma. Los hematomas en las piernas reforzaron esa idea, pese a que la autopsia había probado la inexistencia de un abuso. Para la Policía se trataba de un accidente.
Entonces, el caso tomó otra dimensión, hasta convertirse en el tema de la década en Italia. Un vespertino napolitano, Il Roma, se hizo eco y lanzó una bomba: las prendas desaparecidas de Wilma habían sido destruidas por la policía de Roma. Según el diario, quien llevó esos efectos personales a la central de policía era Piero Piccioni, un compositor de bandas de sonido para cine. Tenía 31 años y, de acuerdo con Il Roma, se lo había visto en Ostia en marzo en compañía de Wilma, en un auto atascado en la playa. Era hijo de Attilio Piccioni, hombre fuerte de la Democracia Cristiana y, en ese momento, viceprimer ministro de Italia. A fines de mayo, el periodisita Marco Cesarini Sforza también apuntó contra Piccioni hijo en un artículo de la revista Vie Nuove, vinculada al Partido Comunista, que rechazó esa nota. Querellado por Piccioni, el periodista (que apuntó como fuente al entorno del primer ministro Alcide De Gasperi) se retractó.
Acto seguido, se presentó a declarar un mecánico de Ostia, que dijo haber sacado el auto de la arena en el que había una joven parecida a Montesi. Mientras, la Policía decía que una vendedora de diarios había visto a Wilma el 9 de abril comprando una tarjeta postal en un puesto para enviar a Potenza, donde estaba su novio. Giuliani nunca recibió la tarjeta y el puesto estaba a tres kilómetros de Ostia.
El mensuario Actualidad sacó un artículo en el que se afirmó que Wilma fue asesinada en una orgía con drogas y que el cuerpo fue llevado a la playa, garantizándose luego el encubrimiento policial. Decía también que el responsable era un músico que era hijo de un prominente político. Sin dar el nombre se apuntaba a Piero Piccioni. El autor de la nota, Silvano Muto, se desdijo de lo escrito y fue llevado a juicio por difamación. Pero ante el juez volvió sobre sus pasos, dio nombres y aseguró que Wilma había sido vista en una fiesta en Capocotta, cerca de donde había aparecido muerta. Una de las supuestas asistentes, mencionada por Muto, fue citada a declarar y lo negó. Pero otra mujer nombrada por el periodista declaró en febrero de 1954 y cambió todo.
Piccioni y Montagna
Ana María Caglio era amante de uno de los personajes del jet set de la época, Ugo Montagna, marqués de San Bartolomé. Caglio no conoció a Wilma, pero por las fotos creyó reconocer en ella a la joven que vio junto a Montagna en enero de 1953, en la puerta de un departamento del noble, lo cual derivó en una escena de celos. Dos días antes de la desaparición de Wilma, Caglio fue a Milán y volvió el 10 de abril. Encontró a un Montagna hecho una montaña de nervios y aseguró que esa noche hubo una llamada del joven Piccioni. “Es un pobre muchacho que se metió en un lío”, aseguró que se limitó a decirle el marqués, que partió a Roma, citado por Piccioni de urgencia.
Montagna y Caglio rompieron su vínculo por el artículo de Muto. Despechada, afirmó que el marqués había ayudado a encubrir la muerte de Montesi y que en una discusión él usó una frase perturbadora: “Si no te portás bien te arrojo al mar”.
Caglio partió rumbo a Milán y dejó a su ama de llaves una carta decomisada por las autoridades. Había dejado la instrucción de entregarla al procurador de la República si moría. Reconoció su autoría: acusaba a Montagna de explotar mujeres y estar metido en el negocio de las drogas; y apuntaba a Piccioni como asesino de Montesi.
Montagna y Piccioni fueron citados ante la Justicia. El marqués negó todo, empezando por que fuera Montesi la joven con quien lo vio Caglio. También rechazó haber encubierto un homicidio. Piccioni declaró que estuvo fuera de Roma al momento de la desaparición de Wilma y ofreció testigos. Para marzo de 1954 el caso fue archivado.
Sin embargo, se sumaban datos inquietantes. Uno fue la declaración de la pareja de Andrea Busaccia, la otra mujer mencionada por Muto como asistente a las fiestas de Montagna. El hombre declaró que ella tuvo una pesadilla en la que gritaba “¡No quiero ahogarme! ¡No quiero morir de la misma manera!” Otro, fue el intento de suicidio de una mujer vinculada a las drogas y la trata, Corinna Versolato, que tenía en un papel los teléfonos de Montagna y Piccioni. Teléfonos que no figuraban en la guía. Además, en su habitación había un recorte de diario sobre el caso Montesi.
Un anónimo reactivó la investigación. Lo firmaba una tal Gianna La Rossa, quien había dejado la misiva, fechada el 16 de mayo de 1953, en manos de un cura de Traversetolo. Acusaba a Piccioni por la muerte de Wilma. La policía reparó en el dato de que para mayo del '53 aún no había salido el nombre de Piccioni, que fue vinculado al caso por Caglio en octubre. Y se sumó lo que faltaba, una personalidad del espectáculo, que había trabajado en Hollywood a las órdenes de Alfred Hitchcock y actuado con Orson Welles en El tercer hombre: Alida Valli.
La actriz, pareja de Piccioni, habló a los gritos con este en una llamada de larga distancia desde Venecia, delante de testigos que la oyeron gritar cosas como “¿qué fue lo que te pasó con esa muchacha?”. L´Unità, diario del Partido Comunista, reveló que la llamada fue a fines de abril del '53. Valli lo negó, pero se constató que la comunicación existió. Además, dijo que lo llamó para hablar sobre rumores que la prensa había esparcido sobre un inminente casamiento de ambos. Rumores que, en rigor, no se habían publicado aún.
La investigación toma impulso
El escándalo hizo que se volviera a foja cero y se ordenó una segunda autopsia, mientras un nuevo juez, Rafaelle Sepe, constataba que Wilma había salido de su casa a las 17.15 y que la testigo del tren no vio a la joven sino a otra chica. La diligencia judicial concluyó que Wilma no estuvo en el tren de las 17.30.
La segunda autopsia concluyó que Montesi había muerto 18 horas antes de la primera necropsia, que se había hecho a las 9 de la mañana del 11 de abril del '53. O sea que murió un día después de haber salido de su casa. Y que no falleció en la playa: el esmalte de las uñas estaba intacto y no hubiera resistido tanto tiempo el agua de mar, además de que el cuerpo no tenía ni picaduras ni mordiscos.
La conclusión era que se había ahogado a medio metro de profundidad. No había lesiones físicas, aparte de los hematomas y se volvió a descartar una violación. Sepe también desechó el accidente y el suicidio como hipótesis cuando los forenses repararon en el tamaño pequeño del corazón, que podría haber sufrido un paro por consumo de drogas. Wilma Montesi había pasado por un estado de inconsciencia en los momentos previos a su muerte.
El juez caratuló la causa como homicidio culposo. Y consideró que los hematomas eran golpes sufridos mientras el cuerpo era llevado por al menos dos personas desde un auto hasta la playa.
Sepe se centró en la víctima y su familia. La encargada había dicho que Wilma se fue en tren a las 17.30 en base a una sugerencia de los Montesi. Wilma usaba una cartera de 80 mil liras, cuando su padre carpintero cobraba un jornal de 1.500. Salía de su casa todos los días desde que su novio había sido enviado a Potenza y hablaba mucho por teléfono. Su hermana había dicho que si salió rápido el 9 de abril fue por una llamada.
En eso se mencionó al príncipe DAssia, con quien Wilma habría estado en su auto la tarde del 9 de abril. El noble lo negó y tampoco dio el nombre de la chica que lo acompañaba, mientras se comprobaba que esa tarde había estado en Capocotta. El círculo se cerraba sobre Piccioni y Montagna.
El compositor fue identificado por segunda vez por el mecánico que había sacado su auto de la arena un mes antes de la muerte de Montesi y que dijo que la joven estaba con Piccioni ese día en la playa. Si así era, quedaba en entredicho el testimonio de la familia de Wilma, que juraba que ella no se iba de casa hasta tarde.
A esto se sumó la declaración de quienes vieron el cuerpo recién hallado. Esos testigos admitieron haber visto a Wilma el día anterior a bordo de un auto lujoso. El juez hizo un careo entre Montagna y su examante, Ana María Caglio. Dio por cierto el testimonio de ella. A su vez, Alida Valli admitió haber hablado con Piccioni desde Venecia en los días posteriores al 9 de abril. El escándalo rompió su noviazgo.
Piccioni había alegado que estuvo fuera de Roma hasta el 10 de abril y que a su regreso ese día, el del crimen, una amigdalitis lo dejó en cama. Presentó una receta médica que fue sometida a estudio grafológico. Los peritos concluyeron que la fecha había sido adulterada. Y no se pudo comprobar que el músico se hubiera hecho un análisis de orina, como adujo.
Todos a juicio
El juez estableció que Montagna, en una casa de Capocotta, organizaba fiestas para sus amigos poderosos. Y también certificó que la policía había escondido y luego destruido prendas de la joven. Prendas que habrían sido facilitadas por Piero Piccioni. A esto se agregó una sospecha truculenta: que la familia de Wilma estuviese al tanto de la puesta en escena, supiera desde antes el destino de esas ropas, y mantuviese su tesis de que la chica salió apurada y sin arreglarse. Confrontados los testigos que vieron el cuerpo en la playa, afirmaron que no recordaban haber visto las ropas conservadas, que por cierto eran viejas y no habían estado en contacto con agua de mar.
Ante estos nuevos datos, las miradas apuntaron a Saverio Polito, primer instructor del caso, que sostuvo que Montesi se había ahogado por accidente al ir a mojarse los pies a la playa. Fue acusado de encubrir a Piccioni y se reveló que tenía una amistad de larga data con Montagna.
En septiembre de 1954, Attilio Piccioni renunció como canciller de Italia, mientras su hijo era encausado por el crimen junto a Montagna. En enero de 1957 comenzó en Venecia el juicio contra ambos y contra Polito, acusado de encubrimiento. Este sostuvo la tesis del accidente, mientras Montagna negó haber conocido a la víctima. Alida Valli declaró en favor de Piccioni y dijo que estuvieron juntos hasta el 9 de abril, cuando él fue a hacer la consulta por amigdalitis. El juicio llevó al estrado como testigos a personalidades de la aristocracia y el jet set de Italia.
El 28 de mayo de 1957, Piccioni y Montagna fueron absueltos por falta de pruebas, lo cual también derivó en la libertad de Polito. Silvano Muto, el periodista que apuntó contra el músico y el marqués, fue condenado a dos años de cárcel por difamación, lo mismo que Ana María Caglio.
Para entonces, y mientras Fellini bosquejaba La dolce vita, ya había dejado Italia el corresponsal de El Espectador de Colombia, que como nunca antes se había aproximado a la crónica policial en su carrera. Gabriel García Márquez relató los pormenores del caso hasta la elevación a juicio. No faltan los críticos que aseguran que ese reportaje, titulado El escándalo del siglo, sirvió como base para la estructura de Crónica de una muerte anunciada.
Piero Piccioni no hizo demasiados esfuerzos por limpiar su nombre, más allá de querellas contra periodistas. Siguió componiendo música para cine hasta fines de los década del '90. Murió en 2004 a los 82 años. Colaboró con directores como Francesco Rosi, para quien escribió la banda sonora de varias películas. Rosi y Piccioni quizás nunca leyeron El escándalo del siglo (compilado en libro en De Europa y América, en 1983) ni su posible influencia en una novela aparecida en 1981. Quizás por ello el director no asoció al Nobel colombiano con el caso Montesi cuando compró los derechos de Crónica de una muerte anunciada, en 1987, y llamó a Piccioni para encargarle la música.
Casi 70 años después de ocurrida, la muerte de Wilma Montesi permanece impune.