Sale un pibe con un perrito raro. Entra la mujer del jogging que no me respondió el "buen día" que dije al ponerme en la cola. Me mira la tarjeta verde del banco como para tranquilizarse. Si tengo una tarjeta en la mano no voy a estar esperándola a la salida para robarle.

Estaciona una chata nuevita obstruyendo la entrada de un garage que tiene un portón de madera cara y bien barnizada. Baja una mujer. En la chata se queda el marido. La mujer se pone detrás mío en la cola. No saluda. Me mira pero con menos desconfianza. Me dan ganas de decirle que estoy esperando a la otra, a la del joging, para robarle. El marido mira por el espejito. Esta es más vieja que la anterior pero no tanto como yo. Tiene su tarjeta verde en la mano. Está vestida y maquillada como para ir a comer a un restorán o a la casa de un pariente o matrimonio "amigo".

La del jogging sigue adentro. A mí no me importa porque es domingo y porque nací antes que existieran los cajeros automáticos y cuando el Banco Provincial era estatal. Después vino todo esto. Tener este cajero cerca está bueno, pienso. Porque es domingo. Durante la semana me da por pensar a cuántos empleados reemplazó este cajero hijo de puta.

El de la chata hace señas desde el auto y la mujer se inquieta y rezonga algo que no alcanzo a oír bien. La que estaba adentro abre un poco la puerta de vidrio y nos dice que parece que no hay plata pero que igual va a demorar para sacar unas órdenes de internación para la madre y se encierra otra vez.

El tipo toca bocina y retrocede para estacionarse correctamente. Pero antes que termine la maniobra otro se le adelanta. Del auto se baja un grandote que le hace un gesto de "no te vi" y le dice que se va enseguida. Ahora el de la chata quedó adelante de mi rastrojero, también en doble fila. Toca bocina y le hace gestos a la mujer. Descarga todo lo que se morfó de decirle al grandote. Renato, mi rastrojero de pintor, me hace una seña y cuando me acerco me dice que si el tipo vuelve a tocar bocina él le va a aplastar esa rueda de auxilio forrada hasta metérsela por el culo a la chata cheta.

Yo lo miro enojado y vuelvo a mi lugar en la cola. Me molesta que Renato sea ansioso y discriminador.

El tipo toca bocina otra vez. Lo miro a Renato y me la veo venir. "Si te ponés así por esa pavada sos igual de prepotente que el boludo ese y su chara cheta", le digo, casi gritando, desde la cola. La mujer me mira como si nunca hubiera visto a un tipo hablando con su rastrojero. En ese momento el marido toca bocina otra vez. "Ni se te ocurra", le grito a Renato y la mujer me mira sin entender. Se mueve como para ver si hay alguien en la cabina de mi rastrojero.

No es tan difícil distinguir entre un rastrojero cualquiera y un rastrojero de pintor. El de pintor tiene escaleras manchadas con pintura en la parte de atrás. En nuestro caso las escaleras están aseguradas por una cadena con candado al parante que está en la parte superior de la cabina. También hay latas y tachos de pintura. Nylons y lonas, manchadas también.

Sabido es que los rastrojeros de pintor hablan y son autónomos. Automáticos, no. Autónomos estoy diciendo.

Entonces no sé por qué mierda esta vieja copetuda me mira así cuando le advierto a Renato que no pienso sacar la cara por él si ataca a la chata cheta. "No quiero quilombo con estas ratas, no ves la cara de cagadores que tienen", le digo pensando que es domingo y que con la plata que voy a sacar del cajero voy a ir al hipódromo a disfrutar de una tarde de carreras y choripanes.

Sale la vieja de jogging y dice que el cajero debe tener plata, la que no tiene es la cuenta de ella, que creyó que tenía, pero seguro se le pasó alguna compra que hizo con motivo del cumpleaños de su madre.

La otra ya entendió que con quien sea que yo esté hablando, me refería a ellos. El marido también y desde adentro de la chata cheta me grita "qué te pasa negro de mierda" y se saca el cinturón de seguridad con la intención de bajarse. En ese momento Renato, mi viejo rastrojero de pintor, que ya se puso en marcha solito, recula unos metros y se la pone con todo a la chata cheta. Sangrando vidrios por la nariz, Renato vuelve a recular y, al ver que el tipo abrió la puerta para bajarse mientras me grita "te voy a matar", le apunta a la puerta y se la arranca de cuajo. El tipo se salva raspando. La mujer grita "esta porquería se maneja sola, Gordo... no hay nadie adentro". El marido va hacia la cabina de Renato a ver si hay alguien que lo está manejando. Todo esto lo veo desde adentro del cajero pero sin darle mucha bola porque sino me equivoco con el pin o me olvido la tarjeta.

El tipo con las manos en la cintura mira la parte de atrás de su chata donde solo quedó intacta la calcomanía de la Unión de Rugby.

Llega la cana.

Salgo del cajero y enfilo para la esquina. "Lo siento, Renato querido. Arreglate solito", pienso. Escucho que la vieja le dice al cana "le juro que anda solo, oficial".

Paro un taxi. "Al hipódromo", le digo. "¿Qué pasó ahí?", me pregunta el pelado que maneja mirándome por el espejito del que cuelga un rosario demasiado grande para mi gusto. "Parece que la chata esa le quiso robar el celular al rastrojero", le digo. Y el tipo: "esa chata es menor de edad, entra por una puerta y sale por la otra".

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