Qué difícil esto de elegir sólo una canción favorita… Ahora que vivo afuera, extraño más que nunca todas esas cosas que no tengo que decir. Esa complicidad de compartir una cultura, las internas entre amigues o familia. Mientras recapitulo todos los hitos de mis descubrimientos musicales, me vienen recuerdos de la infancia. Y como creo que es lo más auténtico, voy a ir por ahí. Se me viene un viaje en la ruta con la familia en el Duna, o quizá en el Corsa… no importa, vamos a decir el Duna; es más poético.

Tengo especial amor por los “temas del auto”. Esos temas que van directo al cuore. El viento en la cara, el canto pelado en la ruta con la familia, cambiar las letras para inventar una broma que será la nueva interna familiar. Podría mencionar tantos temas que me fogonearon, temas con los que crecí y también esos que me volaron la cabeza cuando los escuché (en mi top five sin duda está “Construcción” de Chico Buarque, “Asilo en tu corazón” del Flaco, todos los de Charly o por lo menos todo Clics modernos… la primera vez que escuché a Ella con su “biribinduri”). Los casetes y discos que me compré, me grabé o me copié o me copiaron, y los que ponía en loop a la noche en mi habitación hasta saberme todas las letras del librito. Ay, ¿se acuerdan de la colección de rock nacional de la Revista Noticias? Recitales en los que me empapé e hice pogo como loca. O todas esas noches que mi mamá me durmió cantándome “Seminare”, aunque yo era bebé y no me acuerdo.O cuando esperaba a que mis viejos se fueran a laburar, o que se dé la ocasión perfecta para encerrarme en el living con los discos y cantar, actuar y bailar. Te hacía todo el acting de “La puerta se cerró detrás de tí…”, que luego sería reemplazado por temas de las Spice, Shakira y más adelante Natalie Cole y aún más adelante los soundtracks de musicales como All that Jazz (mi favorito era el del elenco original de Chicago de Broadway que me había copiado uno de mis profes de comedia musical).

Entonces, ahí estaba yo dándolo todo en el living enorme que tenía una gran mesa ratona en el medio, por supuesto llena de cositas y adornitos: “La puerta se cerró detrás de tiiiiii”. Y ahí nomás, se cayó el frasco. Ese muy grande con una tapa decorada con porcelana amarilla que habíamos hecho en el jardín y que contenía unas bolitas de menta, que por cierto nunca nadie se atrevió a comer. Se hizo mil pedazos. Quizá fue el portazo de Luismi o algún brazo despistado que, en pleno vuelo, se lo llevó puesto. Pero lo que importa es que esa vez me di cuenta que podía meterme en un mundo completamente otro, ser otra. Y la puerta era la música. Pero volvamos al Duna.

Vamos por la ruta. Mi vieja ceba mate, mi viejo maneja y tararea (también se queja de cosas) y mis hermanos, después de pelearse por alguna tontería, quizá se durmieron en mi falda de hermana mayor. Nos dirigimos a San José, Entre Ríos, a la casa que levantaron mis abuelos décadas antes cuando vinieron de Italia. Y de pronto empieza: “No lo vieron a Molina…”. Toda mi atención cautiva. Piel de gallina total. Esa intro rubato, hasta que entra la percusión, te mata. ¿Qué es esto? ¿Es un tango? ¿Es radio-teatro? ¿Un corifeo con su coro griego? Seguro esa narrativa teatral me atraía mucho, pues siempre me gustó el teatro. Aún no me sabía toda la canción, pero ya se había ganado mi corazón.

Con el tiempo, “Brindis por Pierrot” y todo el disco Repertorio de Jaime Roos se convirtieron en un ritual. Nuestro ritual. Nos sabíamos todos los coros y hasta los fills instrumentales y, por supuesto, todo eso se tarareaba. Por mucho tiempo pensé que decía “Miren al perro callejero”, hasta que mi papá me explicó que no y aparecieron la “i” y la “t” de Pierrot. Cada vez era más tragicómica la cuestión. La poesía que hay en esta letra es admirable. Aunque no entendía nada de las referencias a la murga uruguaya, entendía todo en término de personajes y a la vez no hacía falta entender nada, sólo vivenciar. Además la voz del Canario era una cosa de locos. Ese fraseo, esa emotividad. Este tema es directamente un curso de cómo comunicar la emoción a través de la voz. ¡Y de cómo recitar! “Te largan a la cancha sin preguntarte si querés entrar…” era un canto antisistema, un canto existencial, era el dolor de estar vivo. El Canario Luna era un cantor que te sacudía todo. Hoy puedo reconocer que “Brindis por Pierrot” me enseñó mucho sobre la interpretación, y sobre la emoción. Ahora con más experiencia y conocimiento puedo además valorar la composición y el arreglo de Jaime. Todo está al servicio de la canción, de transmitir una vivencia, de contar una historia. Esto es algo que trato de tener siempre presente en mis canciones.

Después de que mis viejos se separaron, aunque de todas maneras yo ya estaba grande, no volvimos a ser ese clan que se cantaba todo el casete de Charly, Gloria Stefan, Las Blacanblues: “Una, dos, tres, cuatro damaaaas, rouge y pentagrama” y porqué no la banda sonora de Aladdin o el tema final de Poliladron, por las rutas argentinas (sí, en mi casa se escuchaba música variada). Creo que por eso amo esas canciones. Una “canción del auto” es directamente, para mí, una teletransportación. Como un olor que te lleva a la casa de les abueles, o directamente es la casa, es jugar en el patio de la casa de Banfield con les primes hasta que la abuela gritaba que la pasta estaba lista (y no olvidar los buñuelos de acelga y qué suerte cuando también hacía de arroz). Una canción puede ser como ese olor y más.

Ahora entiendo cuando Guillermo Klein, mi maestro, me dice que, como compositores cuando nos viene una canción emotiva, libre de conceptos, es una bendición. Trato de no perder a mi niña interna en los mares de la lidia bemol 7 y la oncena aumentada, por cierto, hermosos colores. No perder de vista por qué hago música. Para que alguna vez una de mis canciones se convierta en ese talismán teletransportador para alguien más.

Luciana Morelli es cantante, intérprete, profesora y compositora argentina radicada en Basilea, Suiza. Allí estudia una Maestría en Composición en el Jazzcampus, donde previamente cursó una Maestría en Jazz Performance. En estos días llega a Buenos Aires para presentar junto a su quinteto Lo abismal, el agua, su segundo álbum, compuesto de canciones en las que el folklore, el jazz y la improvisación libre se mezclan para contar la historia de un viaje. Actuará el Jueves 17 de febrero en Thelonious Club, Nicaragua 5549 a las 20 y el sábado 19 de Febrero en C.C.Nueva Uriarte, Uriarte 1289 a las 20. Invitados: Melina Moguilevsky e Ignacio Amil dúo.